viernes, 9 de septiembre de 2011

HOMENAJE A ANDRÉS ULISES. Marco A. Barboza, 12 de noviembre 1988.

   LA ORQUESTA SINFÓNICA DE TRUJILLO, nuevamente dirigida por el maestro Leopoldo La Rosa se dignó y dignificó a la cultura de Trujillo al dedicar anoche dos obras dentro del ciclo del genial músico alemán a fin de perennizar la memoria del Dr. Andrés Ulises Calderón, con motivo de conmemorarse el 80 aniversario de su natalicio.

 UN DON EN LOOR DE MELODÍAS.

   Como sombra de gloria dos sinfonías de Beethoven fueron ejecutadas en memoria de este hombre nacido un 11 de noviembre de 1908. Claro, sucesos así son de poco acontecer en este mundo que al compensar las duras penas sólo da algunas ansias de renombre. Pero esta figura jubilar y jubilosa que fuera don Andrés Ulises, realmente excepcional en el medio, ya en vida se había elevado por encima de los mediocres y brillará eternamente por la belleza e importancia de su valor; un hombre de reconocida valía y sensibilidad y de una presencia y vigencia relievantes. Por ello quisiera dirigirme en especial a quienes no lo conocieron personalmente o no saben de su labor pastoral, igualmente excelsa como educador, artista, intelectual y como dirigente de instituciones educativas, entre otras, la Universidad Nacional y la Escuela "Carlos Valderrama". Para que quienes nos leen aprecien realmente sus remarcables huellas, su impronta, su obra impertérrita, su Opus, su dante, su donante y donoso magisterio, musa y ensueño. Entonces para Ulises.....
(de Beethoven)..

   Y para que sea recordado así como un canto y como una poesía, el alma de su conversación armoniosa sosegada, su avizor raciocinio anecdótico preciso desvuelto y su desparpajo, su espesura tierna y natural, su gracia sutil y jocunda que tal parece aún resuena en el tañir de los fragmentos de una enseñanza desconocida. Vibrante y superior corpus, alerta y cultivado cultor, cabal ironía del oficio bello que trasciende el curso de Moral y Metafísica, allá en esa arcadia feliz del Patio de Letras en que su risa  -la suya, su forma de reír riente- era sincera decidora de lo difícil, con palabras voladas de la sien y del corazón, clareando esperanza, desenmascarando, liberando el buen gusto en productivo goce. Para él no servía el diletantismo de los autosatisfechos. 

   Arte y Filosofía están llamados a configurar las actitudes morales y el comportamiento social entre los hombres. Su trabajo en las mentes juveniles era, pues, labrado credo ecuménico incisivo, fustigador, irónico, sorprendente afirmando siempre la vida reflexiva. Una gran apuesta axiológica era su dádiva en medio de la crisis de esta era. Sus alumnos lo recordaremos así, algunos pensaban que tras su sotana escondía su vocación de existencialista al estilo de Anton Roquentin y los personajes de Sartre, Camus y Marcel que gustaba tanto citar y comentar versando un Humanismo sostenido en Pascal, Kierkegaard, Heidegger y Buber. De Bruno solía glosar este pensamiento: "Mi espíritu tiende al infinito y si el mundo es finito no cabe mi espíritu. La verdad humana no tiene límite".

   Será por eso, tal vez, que su voz resuena hasta ahora tan cerca de nosotros en autoidentificatorio símbolo y en procura de hallar aquella vieja ya eterna verdad del alma humana que reza en el "Himno de la Alegría: en que los hombres volverán a ser hermanos. Anhelando sentimiento, de sentirnos unidos fuertemente a través del recuerdo de estos colosos adalides del Espíritu Libre, como es el caso del Padre Ulises. Hoy casi al borde del naufragio y del desamor azaroso deberán nuestras conciencias (no la de nombrar y menos la conciencia astuta como quería Hegel en sus Lecciones de Jena) sino nuestra conciencia reconocida que efectivamente con esta clase de homenajes para los hombres humanos sí hay y habrá camino, si cabe recordar la senda perdida y restaurar nuestras imágenes primordiales. Si es posible volver a los puntos de partida, a la vena fina del proteico, indoblegable imperecedero idioma del espíritu porque después de todo sólo el deleznable, y vil fetiche circulante es lo que se desprecia (después de las palabras), no las fuerzas invencibles del espíritu que es lo más grande.

   Quiero que sepa la comunidad, la gente culta y también la inculta, los ágrafos por ambiente, los "inteligentuales" (ni inteligentes ni intelectuales) que proliferan en el medio, quiero que sepan todos que casi un siglo colinda la obra del Padre Andrés Ulises, paradigmático, calígrafo herramentario de abrasante luz, su batuta espiritual se mueve aún sobre el instrumental y los atriles que germinan semillas de viento lisa, maduras, provectas partituras de líricas y aladas hijas de este sublime oficio azul que es la Música. Un arte que pertenece a la tierra toda, menos a los desprovistos de musas, quienes por lo mismo no resuenan ni renacen. La suya es, pues, una enraigada floración de un Amor luminiscente. Yo confieso a Ulises (y a Francis) que la música eterna nos hará restablecer para siempre la antigua unidad de nuestros aislados destinos.

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