Existe actualmente toda una
forma nueva de interpretar los antiguos mitos griegos y de otros pueblos. En
vez de considerar a los dioses y diosas como entidades existentes, ahora crece
la hermenéutica, especialmente tras los estudios del psicoanalista C.G. Jung y
sus discípulos J. Hillman, E. Neumann, G. Paris y otros, de que se trata de
arquetipos, es decir, de fuerzas psíquicas ancestrales que habitan en nosotros
y mueven nuestras vidas. Irrumpen de forma tan vigorosa que los conceptos
abstractos no consiguen expresarlas más que mediante relatos mitológicos. En
este sentido el politeísmo no significa la pluralidad de divinidades, sino de
energías que vibran en nuestra psique.
Uno de esos mitos que tienen
un significado profundo y actual es el de la diosa Hestia. Según el mito, es
hija de Cronos (el dios del tiempo y de la edad de oro) y de Rea, la gran
madre, generadora de todos los seres. Hestia representa nuestro centro
personal, el centro del hogar y el centro de la Tierra, nuestra Casa común. Es
virgen, no por despreciar la compañía del hombre, sino para poder cuidar con
más libertad a todos los que se encuentran en el hogar. Así y todo suele ir
acompañada de Hermes, el dios de la comunicación (de donde viene hermenéutica)
y de los viajes. No son marido y mujer; son autónomos, aunque vinculados
siempre recíprocamente.
Ellos representan dos
facetas de cada persona humana, que es portadora simultáneamente del ánimus
(principio masculino, Hermes) y del ánima (principio femenino, Hestia).
Hestia significa en griego
el hogar con el fuego encendido: el lugar alrededor del cual todos se agrupan
para calentarse y convivir. Por lo tanto, es el corazón de la casa, el lugar de
la intimidad familiar, lejos del barullo de la calle. Hestia protege, da
seguridad y refugio. Además, a ella le corresponde también el orden de la casa
y tiene la llave de la despensa para que esté siempre bien abastecida para
familiares y huéspedes.
En las ciudades griegas y
romanas había siempre un fuego encendido, para expresar la presencia protectora
de Hestia (la Vesta de los romanos). Si se apagaba el fuego, era presagio de
alguna desgracia. Tampoco se empezaba la comida sin hacer un brindis a Hestia:
“para Hestia” o “para Vesta”.
Hestia concretamente
significaba también ese rincón donde uno se recoge para estar solo, leer su
periódico o un libro y hacer su meditación. Cada persona tiene su “rinconcito”
o su butaca preferida. Para saber donde se encuentra nuestra Hestia debemos
preguntarnos cuando estamos fuera de casa: ¿cuál es la imagen que nos recuerda
mejor nuestro rincón, donde Hestia se oculta? Ahí está el centro existencial de
la casa. Sin Hestia la casa se transforma en un dormitorio o en una especie de
pensión gratuita, sin vida. Con Hestia hay afecto, bienestar y el sentimiento de
estar “finalmente en casa”. Ella era considerada como una araña, por tejer
telas que unen a todos, trasmitiendo las informaciones.
Hestia era venerada por
todos y la primera en ser reverenciada en el Olimpo. Júpiter defendió siempre
su virginidad contra el asedio sexual de algunos dioses más atrevidos.
Nuestra cultura patriarcal y
la masculinización de las relaciones sociales debilitaron mucho a Hestia. Las
mujeres han hecho bien saliendo de casa y desarrollando su dimensión de animus
(capacidad de organizar y dirigir), pero han tenido que sacrificar, en parte,
su dimensión de Hestia. En ellas se muestra la dimensión de Hermes, que se
comunica y se articula. Han llevado al mundo del trabajo las principales
virtudes de lo femenino: el espíritu de cooperación y el cuidado, que hacen las
relaciones menos rígidas, pero llega el momento de volver a casa y recuperar a
Hestia.
¡Ay de la casa descuidada y
desordenada! Ahí surge el deseo de que Hestia se haga presente para garantizar
una atmósfera buena, íntima y familiar. Esta no es solo tarea de la mujer sino
también del hombre. Por eso en todo hombre y en toda mujer deben equilibrarse
el momento de Hermes, estar fuera de casa para trabajar, con el momento de
Hestia, de volver al centro donde tiene su refugio y su bienestar.
Hoy, por más feministas que
sean las mujeres, están recuperando cada vez más este fino entramado vital.
Hestia no significaba solamente el hogar de la casa o de la ciudad. También
designaba el centro de la Tierra donde está el fuego primordial. Hoy ya no es
una creencia sino un dato científico. En el centro hay hierro incandescente.
Lógicamente, cuando se estableció el heliocentrismo y se invalidó el
geocentrismo, hubo un derrumbe emocional de la figura de Hestia, la Casa Común.
Pero lentamente se ha ido reconquistando. Si bien la Tierra ya no es el centro
físico del universo, sigue siendo el centro psicológico y emocional. Aquí
vivimos, nos alegramos, sufrimos y morimos. Incluso viajando a los espacios
exteriores, los astronautas siempre mostraban tener nostalgia de la Madre
Tierra, donde está todo lo que es significativo y sagrado.
Hoy tenemos que rescatar a
Hestia, protectora de la Casa Común, mantener su fuego vivo y darle
sostenibilidad. No le estamos dando el trato de honor que merece, por eso ella
nos envía quejas con el calentamiento global y las calamidades naturales. No
debemos rebajar a Hestia a mero repositorio de recursos sino tratarla como la
Casa Común que debe ser bien cuidada para que siga siendo nuestro hogar
acogedor y bienhechor.
-Leonardo BOFF/ 22 enero-16
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