Observando los rasgos del hombre, podemos decir que es:
material-espiritual, viviente-mortal, animal-racional, persona-religioso,
individuo-.social y capaz de reír y llorar. Una construcción explosiva,
demenciable, esquizoide. Su materia choca con su espíritu, su individualidad
con su socialidad; el ser persona, “ser en sí mismo” con su realidad religiosa,
religada, atada a un ser supremo a través de los demás seres. El hecho oceánico
de ser viviente choca con la playa de su mortalidad.
Pero es un
choque solamente posible. Si vive intensamente todos los elementos de su
construcción esencial, cada elemento se fortalece y perfecciona con los otros.
Si es razonable, conserva mejor su materia. Si es religioso, afianza su
personalidad. Si tiene en cuenta a los otros, se perfecciona como individuo,
como Yo.
La locura del
mundo y la locura moral y esencial del hombre
--más grave que las locuras por causas síquicas, físicas o bioquímicas – procede de la
dispersión o contradicción entre el ser y la conducta. Fundamentalmente en dos
aspectos la humanidad tiene una doble existencia, una formidable esquizofrenia
colectiva: el hombre es social, pero procede egoístamente; es religioso, pero
procede como si Dios no existiera.
Dios es trinitario, es
decir comunicación personal; y Dios es, según la definición que inspiró a Juan,
amor. El hombre, imagen de Dios, tiene ambos rasgos esenciales. Internamente es
“amor”, voluntad. Externamente es
“comunicación personal”, sociedad. Está hecho para amar y servir y sólo en esa
forma, saliendo de sí mismo, es como se realiza a sí mismo, como llega a ser
hombre. Y está hecho para vivir socialmente, es decir, con otros, de otros y
para otros y sólo en esa forma se perfecciona como hombre.
Como ser viviente, es
camino. Su destino es Dios, de quien
procede. Sólo viviendo religiosamente, es decir, enfocado a Dios en cada
pequeño camino temporal, es como tiene sentido y plenitud.
Si no vive socialmente,
se queda sin vida real. Si no vive religiosamente, se queda sin sentido y
vacío. Y una sociedad que colectivamente carece de socialidad y de religión,
carece de personas y está profundamente muerta.
La prepotencia, el
engaño, la mentira, la estafa, la agresión, el odio, son elementos opuestos a
la sociedad. El hombre o el pueblo que los sufre, queda disminuido y aún
destruido. Pero también quedan disminuidos y aún destruidos el hombre o el
pueblo que los producen, porque están yendo contra su propia esencia humana
social. Hacer injusticia es hacerse injusticia.
Trabajar es, quiérase o
no, una obra de servicio, una obra de amor. El trabajo llena nuestra vida.
Trabajar con odio, con rencor o por mero lucro o mera necesidad, es hacer
simultáneamente una obra de amor y de servicio y una obra de odio y de egoísmo.
Y no hay organismo humano que soporte sin mellarse y aún fragmentarse ese vivir
desintegrado e inorgánico.
Cristo en el evangelio
de hoy, nos resume la vida sobrenatural en leyes que resumen también la
realización o integración naturales del hombre: “Amarás al Señor tu Dios, con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Ese es el primero y mayor
mandamiento. El segundo es semejante al primero: “Amarás al prójimo como a ti
mismo. En estos dos mandamientos se resumen toda la ley y toda la religión”.
Toda la vida personal y toda la vida social.
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