sábado, 2 de enero de 2016

NO HAY NADA MÁS ÚTIL QUE EL CONOCIMIENTO INÚTIL / Abraham FLEXNER


Hace 36 años que se creó el “Institute for Advanced Study” en Princeton, la Universidad de la que fuera profesor el presidente de los Estados Unidos, Wilson, en el estado de New Jersey. El propósito de este alto organismo es reunir en sus aulas, parques y avenidas a los hombres más inteligentes del mundo para que hagan exactamente esto: nada. Es decir, no se les exige, ni tan sólo se les sugiere, que lleguen a las disciplinas mentales que le son propias, a ningún “resultado” concreto. Su misión, si puede aplicarse el vocablo, consiste, simplemente, en pensar, en hacer recorrer su imaginación libremente y sin trabas. Una de las únicas preguntas que nunca le formularemos a ninguno de nuestros “huéspedes”, dijo uno de sus más eminentes presidentes, es “¿qué está haciendo usted?”






   Este “paraíso intelectual” que ha sido honrado con la presencia de Einstein, Toynbee, Bohr, Oppenheimer, Dirac, Von Newmann y tantas otras primerísimas figuras de la ciencia mundial, fue creado gracias a la iniciativa privada. Louis Bamberger y su hermana destinaron un fondo de 19 millones de dólares para asegurar su permanencia. El Instituto ha recibido después otros donativos y puede cumplir su alta misión sin estorbos ni dificultades, lo cual habla bien de la filantropía norteamericana.

   Saber, se ha dicho, es “saber que no se puede saber” parafraseando y aun haciendo más patética la frase de “sólo sé  que no sé nada…” Pues “saber”, en el sentido trascendental de la palabra, quiere decir “no ignorar” y por lo tanto implica conocerlo todo. Por eso, los sabios, que tienen idea cabal de lo infinito del conocimiento, son más humildes que los necios pues saben mejor que ellos la magnitud de su ignorancia. En una sentencia lapidaria dijo Benjamín Franklin que sentirse orgulloso del conocimiento es como quedar cegado por la luz; es decir, el hombre no puede llegar más allá de un cierto límite en su conocimiento sin perderse, literalmente deslumbrado, en el infinito de lo que nunca sabrá.

   Las mentes más poderosas de la humanidad pueden así retirarse por meses o años en el remanso intelectual de aquel Instituto, ligados sólo por el compromiso de su fundador, el pedagogo Abraham Flexner: nada hay más útil que el conocimiento inútil; pues cuando el conocimiento se aplica a una actividad “práctica” de la vida, pierde su magnitud y se convierte en un simple instrumento de la vida cotidiana.

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