jueves, 28 de enero de 2016

HABLO A DIOS EN ESPAÑOL, EN ITALIANO A LAS MUJERES, EN FRANCÉS A LOS HOMBRES / Carlos V


La frase es incompleta, pues nos parecía irreverente darla toda en un título.
Carlos V estaba autorizado a decirlo, pues era de origen germánico: Hablo a Dios en español, dijo, en italiano a las mujeres, en francés a los hombres… y en alemán a mi caballo.



El Emperador sigue hablando a Dios en español,
desde su capilla en El Escorial.






  Tampoco había en el Emperador el deseo de menospreciar a una lengua por tantas razones insigne y noble. Trató, con aquellas palabras tan sintéticas, de definir en pocos términos el alma de un idioma, el sentido profundo de una manera de hablar y de expresar la condición humana. Sí, efectivamente, hay en el español una alteza de miras, una grandiosidad en la forma, una exaltación en el fondo, que lo hace quizás la lengua más apropiada para dirigirse al Supremo Creador.

   El italiano, con el uso de sus diminutivos, con el predominio de la i (en español es la o la letra más corriente y en francés la e) y la cadencia de su ritmo, es el idioma “operático” y “musical” por excelencia, aquel en que se han escrito las “arias” de amor más inspiradas de todos los tiempos.

   El francés, en cambio, es un lenguaje de hombres, no precisamente porque sugiera la virilidad, sino por el predominio de la razón, cualidad masculina, sobre el sentimiento y la fantasía, características femeninas.
   El alemán es una lengua apta al mando militar y al establecimiento de rígidas jerarquías.

   Lenguaje para Dios, para los hombres, las mujeres y los animales, es, la lengua hablada y escrita, el aliento divino que el Hacedor sopló sobre el hombre para darle, con el alma, el fermento de su libertad y autosuperación. Dios hizo el Verbo para que los hombres a través del Verbo llegaran a Él.

HABLEMOS/1968.

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