La frase es incompleta, pues
nos parecía irreverente darla toda en un título.
Carlos V estaba autorizado a
decirlo, pues era de origen germánico: Hablo a Dios en español, dijo, en
italiano a las mujeres, en francés a los hombres… y en alemán a mi caballo.
El Emperador sigue hablando a Dios en español,
desde su capilla en El Escorial.
El Emperador sigue hablando a Dios en español,
desde su capilla en El Escorial.
Tampoco había en el Emperador el deseo de
menospreciar a una lengua por tantas razones insigne y noble. Trató, con
aquellas palabras tan sintéticas, de definir en pocos términos el alma de un
idioma, el sentido profundo de una manera de hablar y de expresar la condición
humana. Sí, efectivamente, hay en el español una alteza de miras, una
grandiosidad en la forma, una exaltación en el fondo, que lo hace quizás la
lengua más apropiada para dirigirse al Supremo Creador.
El italiano, con el uso de
sus diminutivos, con el predominio de la i (en español es la o la letra más
corriente y en francés la e) y la cadencia de su ritmo, es el idioma
“operático” y “musical” por excelencia, aquel en que se han escrito las “arias”
de amor más inspiradas de todos los tiempos.
El francés, en cambio, es un lenguaje de
hombres, no precisamente porque sugiera la virilidad, sino por el predominio de
la razón, cualidad masculina, sobre el sentimiento y la fantasía,
características femeninas.
El alemán es una lengua apta al mando
militar y al establecimiento de rígidas jerarquías.
Lenguaje para Dios, para los hombres, las
mujeres y los animales, es, la lengua hablada y escrita, el aliento divino que
el Hacedor sopló sobre el hombre para darle, con el alma, el fermento de su
libertad y autosuperación. Dios hizo el Verbo para que los hombres a través del
Verbo llegaran a Él.
HABLEMOS/1968.
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