Era una tarde morena;
había rumor de río.
Era una de estío.
Era una tarde serena.
Reía el trigal dorado
mientras el viento lloraba,
mientras la fuente soñaba
en la paz del arbolado.
Bulle la turba a sus pies;
llora el Maestro y sonríe:
“…rogad al Dueño que envíe
segadores a su mies”.
Y la turba se alejaba
por la senda del poblado.
Y el Rabí triste marchaba.
Reía el trigal dorado.
Tarde morena de estío,
la tarde de oración,
tú sembraste la ilusión
dentro del corazón.
Niño, soñaba en rosales,
niño, soñaba con flores
ahora sueño con trigales,
trigales y segadores.
Siega entre lirios en flor
y violetas escondidas,
y amapolas encendidas,
y espinas clavando amor.
Que, con el pan de tu Mesa
que, bebiendo de tu vino,
hasta el polvo del camino
me parece que me besa.
Tarde morena de estío,
la tarde de la oración,
tú sembraste una ilusión
dentro del corazón mío.
Tu mies regaré, Señor,
con el vino de tu Cena,
la regaré con tu pena,
la regaré con tu amor.
Y dentro sembraré amores.
Y después pondré un cercado.
Y será un huerto cerrado.
Y cantarán ruiseñores.
El amor será el aroma,
y la flor será la harina.
Ya junto a la era trina:
“Pan del cielo”, una paloma.
Y, ya mi mano rendida,
vendrá por agua a la fuente,
calmaré su sed ardiente
con el agua que da vida.
Después
reirá la aurora
del día del resplandor;
y a Ti irá este segador
cantando su espigadora.
Cantando su espigadora
con el manojo de espigas.
Mas, Señor, que Tú bendigas
esta mano segadora.
Allá en el campo sin fin
donde un sol perenne brilla,
será en amores la trilla.
Y después será el festín.
Tú sembraste una ilusión
dentro del corazón mío,
tarde morena de estío,
la tarde de la oración.
. Florecillas.
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