He perdido un maestro, un mecenas, un
protector y un amigo entrañable. Cosas importantes van a ser dichas y escritas
sobre el cardenal Paulo Evaristo Arns, que murió hoy, 14 de diciembre de 2016.
No voy a decir nada. Sólo daré mi testimonio personal.
Lo conocí a finales de los
años 50 del siglo pasado, en la ciudad de Agudos, São Paulo, cuando yo era
seminarista. Volvía de París con el prestigio de ser doctor por la Sorbona. En
el seminario, con cerca de 300 estudiantes, introdujo nuevos métodos de enseñanza.
Nos hizo estudiar literatura griega y latina, idiomas que dominaba como
dominamos la lengua materna. Nos hizo leer las tragedias de Sófocles y
Eurípides en griego. Sabíamos tanto griego que hasta representábamos la
Antígona en ese idioma, y todos entendíamos.
Después vine a conocerlo de
nuevo en Petrópolis como profesor de Patrística y de la historia cristiana de
los primeros dos primeros siglos. Nos obligaba a leer a los clásicos en su
idioma original: san Jerónimo, su favorito, en latín, y san Juan Crisóstomo, en
griego.
Cuando le visité hace dos
años en el convento de religiosas en las afueras de Sao Paulo lo encontré
leyendo sermones en griego de san Juan Crisóstomo.
Fue nuestro maestro de
estudiantes a lo largo de los estudios de teología en Petrópolis, de 1961 a
1965. Acompañaba con interés a cada uno en sus búsquedas, con una mirada
profunda que parecía llegar hasta el fondo del alma. Era alguien que siempre
buscó la perfección. Incluso, entre nosotros los estudiantes, disputábamos para
ver quién encontraba algún defecto en su vida y actividad. Cantaba
maravillosamente el canto gregoriano al estilo de Solesmes, más delicado que el
duro de Beuron, que había predominado hasta que llegó él.
Durante cuatro años lo
acompañé en la pastoral de la periferia. Los jueves por la tarde, el sábado por
la tarde y los domingos todo el día, lo acompañé en la capilla del barrio de
Itamaraty, en Petrópolis. Visitaba todas las casas, especialmente las familias
portuguesas que cultivaban flores y horticultura. Donde llegaba, enseguida
fundaba una escuela. Estimulaba el trabajo de los poetas y escritores locales.
Después de la misa de las 10, los reunía en la sacristía para escuchar los
poemas y cuentos que habían elaborado durante la semana. Estimulaba intelectualmente
a todos a leer, escribir y narrar para otros las historias que leían.
Fue un intelectual refinado,
conocedor profundo de la literatura francesa. Escribió 49 libros. Nos instó a
seguir el ejemplo de Paul Claudel, que acostumbraba a escribir todos los días
al menos una página. Seguí su consejo, y hoy ya he pasado de cien libros.
Lo que siempre me impresionó
en él fue su amor y su afecto franciscano por los pobres. Hecho obispo auxiliar
de São Paulo, inmediatamente se ocupó de las periferias de la ciudad,
fomentando las comunidades eclesiales de base y comprometiendo personalmente a
Paulo Freire. Como era el tiempo de la dictadura brasileña, especialmente
férrea en São Paulo, asumió enseguida la causa de los refugiados venidos del
horror de las dictaduras de Argentina, Uruguay y Chile. Su misión especial fue
visitar las prisiones, ver las heridas de las torturas, denunciarlas con coraje
y defender los derechos humanos salvajemente violados. Corrió riesgos de su
vida con amenazas y atentados. Pero como franciscano, siempre mantuvo la
serenidad como quien está en la palma de la mano de Dios y no en las garras de
la represión policial.
Quizás su mayor logro fue el
Proyecto Brasil: Nunca más, desarrollado por él, el rabino Henry Sobel y el
pastor presbiteriano Jaime Wright, con todo un equipo de investigadores. Fueron
sistematizadas informaciones de más de 1.000.000 de páginas contenidas en 707
procesos del Tribunal Superior Militar. El libro, publicado por la Editora
Vozes, Brasil Nunca Más, jugó un papel clave en la identificación y
comunicación de los torturadores del régimen militar y aceleró la caída de la
dictadura.
Yo personalmente, le estoy
profundamente agradecido por haberme acompañado en el proceso doctrinal
realizado en mi contra por el ex Santo Oficio, en 1982, en Roma, bajo la
presidencia del entonces cardenal Joseph Ratzinger. En el diálogo que siguió a
mi interrogatorio, entre el cardenal Ratzinger, el cardenal Lorscheider y el
cardenal Arns, en el que yo también participé, valientemente dejó claro al
cardenal Ratzinger: «Ese documento que usted publicó hace una semana sobre la
Teología de la Liberación no corresponde a los hechos, hechos que conocemos
bien; esta teología es buena para los fieles y para las comunidades; usted ha
asumido la visión de los enemigos de esta teología, que son los militares
latinoamericanos y los grupos conservadores del episcopado, insatisfechos con
los cambios en pastoral y en los modos de vivir la fe que este tipo de teología
implica». Y añadió: «Espero de usted un nuevo documento, positivo ahora, que
reconozca esta forma de hacer teología a partir del sufrimiento de los pobres y
en función de su liberación». Y así fue, tres años más tarde.
Todo esto ya es pasado.
Queda la memoria de un cardenal que siempre estuvo al lado de los pobres y
nunca dejó que fuese ignorado el grito del oprimido por sus derechos violados.
Él es una referencia perenne al Buen Pastor que da su vida por los pequeños y
los más sufridos de este mundo.
Leonardo BOFF/ 14 de diciembre- 16
DE MI ÁLBUM
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