Al completar más de 50 años de labor
teológica, me puse un desafío: retraducir la “Imitación de Cristo” del latín
medieval, retocando el estilo en el sentido de superar el tradicional dualismo
de la visión clásica y añadiéndole al final una parte escrita dentro de la
moderna cosmología que procura articular e incluir todas las dimensiones, más
adecuada al espíritu contemporáneo. Fue una tarea minuciosa que me costó dos
años de trabajo. Sería mi canto de cisne de la teología más sistemática, mi
“nunc dimittis, Domine” bíblico (“ahora, Señor, puedo partir”).
Su autor es el venerable
Tomás de Kempis (1380-1471) nacido en Alemania. Fue durante toda la vida
maestro espiritual de jóvenes religiosos de los Canónigos de San Agustín.
Produjo una obra de profunda espiritualidad que ha alimentado a la cristiandad
hasta el día de hoy, siempre leída, meditada y citada siempre por nombres
notables como Freud, Jung y Heidegger.
Hay más de mil ediciones de
la “Imitación de Cristo” repartidas por el mundo y en el British Museum se
coleccionan más de mil ejemplares.
El libro se compone de
cuatro partes a las cuales me atreví a añadir una quinta, usando el mismo
estilo del autor. Le di como título “El seguimiento de Jesús por los caminos de
la vida”. El seguimiento completa la imitación, de forma que por la imitación
se busca alcanzar el Monte Tabor del alma y por el seguimiento, la llanura y el
valle donde luchan y laboran los seres humanos.
Tomás de Kempis tenía una
mente libre. Incluso dentro del espíritu de la tendencia espiritual más
difundida de la época, llamada Devotio Moderna, no se dejó influenciar por
ninguna escuela teológica o tendencia mística. Por el contrario, muestra cierta
distancia y también una sospecha velada sobre todo saber teológico y teórico y
sobre revelaciones particulares. Lo que cuenta para él es la experiencia del
encuentro con Cristo, con su cruz, con su obediencia al Padre, con su humildad,
con su misericordia, con el amor incondicional y con su pasión y cruz
valerosamente soportadas. El tema del despojamiento de sí mismo y de todos los
apegos del ego adquiere relevancia especial hasta el punto de haber despertado
la atención de los más agudos analistas de la condición humana.
¿En qué reside la
singularidad de la Imitación de Cristo? El camino de la “Imitación de Cristo”
se centra en el Cristo de la fe y sus virtudes: su humildad, su amor a los
pobres y pecadores, su compasión con los enfermos y discriminados, su actitud
ante la condición humana que él compartió con nosotros. La Epístola a los
Hebreos dice claramente que él “pasó por las mismas pruebas que nosotros”
(4,15), estaba “rodeado de flaqueza” (5,2) y “aprendió la obediencia por medio
del sufrimiento” (5,8).
San Pablo va más lejos al
invitarnos a “tener los mismos sentimientos que Cristo Jesús tuvo: no se
aprovechó del hecho de ser Dios, sino que por solidaridad con nosotros asumió
la condición de siervo, presentándose como un simple hombre y se humilló hasta
aceptar la muerte de cruz” (cf. Flp 2, 5-8), castigo infame para la época. No
se “avergonzó de llamarnos hermanos y hermanas” (Hbr 2,11) y en el juicio final
se refiere a los pobres y marginados llamándolos “mis hermanos y hermanas más
pequeños” (Mt 25,40).
Estas son las actitudes que
propone el autor a sus oyentes para alcanzar un alto nivel de vida espiritual.
Cristo habla a la subjetividad de la persona en busca de un camino espiritual y
la lleva a descubrir todos los meandros de la malicia humana pero también toda
la grandeza de la posibilidad de conquistar un alto nivel de vida interior.
Tomás de Kempis, mejor que
cualquier psicoanalista entiende los meandros más secretos del alma humana, las
solicitaciones del deseo, las angustias que produce, pero también indica
caminos de cómo enfrentarlas confiados siempre en la gracia de Dios, en la
misericordia de Jesús y en el completo despojamiento de sí mismo. Procura
consolar al fiel imitador con el ejemplo de Cristo, le muestra la alegría
inaudita de la intimidad con Él y, por fin, la grandeza de la recompensa eterna
que le está preparada en la eternidad.
El libro ofrece una
espiritualidad cristalina como el agua de la fuente detrás de casa. Orienta y
alimenta todavía en nuestros días la búsqueda humana de un encuentro con el
Misterio de todas las cosas: el Dios interior y exterior que llena todo.
Leonardo BOFF/ 8-diciembre-16
DE MI ÁLBUM
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