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DE: ORACIONES DEL SIGLO XX
“JESÚS DE NAZARET”
Señor:
Hoy celebra la Iglesia la festividad de tu nombre “Jesús”. Es curioso que los
espíritus fuertes no gusten de llamarte así. Prefieren el apelativo de Cristo,
de Señor, de Dios, o todo lo más compuesto de Jesucristo, dejando el de Jesús
para las mujeres y los niños.
Nada
más desacertado, Jesús, pues si hay algún nombre propio tuyo es precisamente
éste, que te impuso José por orden expresa del Padre, ya que es el que
trata como Salvador y Redentor, tu
oficio de Hombre-Dios. El de Cristo, con toda su grandeza, sólo significa
Mesías, y el de Señor y Dios vale también para el Padre y el Espíritu Santo.
Por
eso, Señor, te pido que todos los hombres, lejos de avergonzarnos de llamarte
así, gocemos de dirigirnos a Ti, como lo hizo aquel capellán castrense jesuita,
muerto en aras del servicio a los soldados en primera línea, el P. Doyle:
“Jesús,
Tú eres el más amante entre los más amables
amigos.
Nunca jamás hubo amigo como Tú, ni podrá
haber
jamás quien te iguale, porque no hay más que
un
solo Jesús en toda la amplitud del mundo y en la
gran
extensión del cielo, y ese dulce y amoroso amigo
eres
Tú, mi Jesús, mío sólo, y todo mío.
¡Oh
Jesús, Jesús, Jesús!: ¿Quién no te amará, quien
no
dará toda su sangre por Ti? ¿Por qué no hacer de
cada
corazón un horno ardiente de amor a Ti, de suerte
que
el pecado sea algo imposible, el sacrificio un placer,
y
la virtud el anhelo de todos los corazones?”
Rafael de Andrés
IV DOMINGO DE ADVIENTO
“El nacimiento de Jesús fue así.
Su madre María estaba comprometida con José. Pero antes de que vivieran juntos,
quedó esperando por obra del Espíritu Santo.
José su esposo, era un hombre justo, y
no queriendo desacreditarla, pensó firmarle en secreto un acta de divorcio.
Estaba pensando en esto, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y
le dijo: ‘No temas llevar a tu casa a María, porque la criatura que espera es
obra del Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, al que pondrás el nombre de
Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo, 2, 18-24
San José nos muestra
plenamente en qué consiste nuestra vocación cristiana: ser colaboradores de
Dios. Nos lo predica con su humilde silencio y con su obediencia definitiva. Él
es justo, no duda de su esposa. Por el contrario, comprende que lo que sucede
es algo tan grande que lo desborda. En efecto, habiendo recibido del ángel la
clarificación del misterio que confirmaba su intuición: “lo concebido en tu
mujer es del Espíritu Santo”, no vacila en llevársela consigo y, luego, cuando
el niño nace, le impone el nombre de Jesús. Su obediencia consiste en asumir su
misión como colaborador de Dios. (Calendario Litúrgico).
El Evangelio nos dice que es
el hombre justo. Conviene tomar esta expresión en su sentido bíblico. Justo es
el hombre que teme a Dios, el hombre piadoso, profundamente religioso; el justo
es el hombre siempre atento a cumplir en todo la voluntad de Dios. José
advierte que en María se está cumpliendo algo extraordinario, comprende la
acción del Altísimo, su cercanía y su santidad. Experimenta el temor
reverencial de la presencia de Dios, la indignidad de estar en la presencia de
Dios. Es la misma experiencia de Moisés, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel.
El ángel lo conforta, lo confirma en su misión de custodio de la Sagrada
Familia, le habla de la grandeza del Hijo que nacerá de María. Y José acepta
con sencillez la revelación de Dios y se somete filialmente aunque no comprende
todo el plan de Dios. Se confió en las manos de Dios.
DE MI ÁLBUM
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