viernes, 16 de diciembre de 2016

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA

                                                                            Quitaracza-Caraz-Ancash-Perú
DE: ORACIONES DEL SIGLO XX

“JESÚS DE NAZARET”

Señor: Hoy celebra la Iglesia la festividad de tu nombre “Jesús”. Es curioso que los espíritus fuertes no gusten de llamarte así. Prefieren el apelativo de Cristo, de Señor, de Dios, o todo lo más compuesto de Jesucristo, dejando el de Jesús para las mujeres y los niños.

Nada más desacertado, Jesús, pues si hay algún nombre propio tuyo es precisamente éste, que te impuso José por orden expresa del Padre, ya que es el que trata  como Salvador y Redentor, tu oficio de Hombre-Dios. El de Cristo, con toda su grandeza, sólo significa Mesías, y el de Señor y Dios vale también para el Padre y el Espíritu Santo.

Por eso, Señor, te pido que todos los hombres, lejos de avergonzarnos de llamarte así, gocemos de dirigirnos a Ti, como lo hizo aquel capellán castrense jesuita, muerto en aras del servicio a los soldados en primera línea, el P. Doyle:

“Jesús, Tú eres el más amante entre los más amables
amigos. Nunca jamás hubo amigo como Tú, ni podrá
haber jamás quien te iguale, porque no hay más que
un solo Jesús en toda la amplitud del mundo y en la
gran extensión del cielo, y ese dulce y amoroso amigo
eres Tú, mi Jesús, mío sólo, y todo mío.

¡Oh Jesús, Jesús, Jesús!: ¿Quién no te amará, quien
no dará toda su sangre por Ti? ¿Por qué no hacer de
cada corazón un horno ardiente de amor a Ti, de suerte
que el pecado sea algo imposible, el sacrificio un placer,
y la virtud el anhelo de todos los corazones?”

Rafael de Andrés




IV DOMINGO DE ADVIENTO


El nacimiento de Jesús fue así. Su madre María estaba comprometida con José. Pero antes de que vivieran juntos, quedó esperando por obra del Espíritu Santo.
José su esposo, era un hombre justo, y no queriendo desacreditarla, pensó firmarle en secreto un acta de divorcio. Estaba pensando en esto, cuando el ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘No temas llevar a tu casa a María, porque la criatura que espera es obra del Espíritu Santo. Y dará a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Mateo, 2, 18-24

San José nos muestra plenamente en qué consiste nuestra vocación cristiana: ser colaboradores de Dios. Nos lo predica con su humilde silencio y con su obediencia definitiva. Él es justo, no duda de su esposa. Por el contrario, comprende que lo que sucede es algo tan grande que lo desborda. En efecto, habiendo recibido del ángel la clarificación del misterio que confirmaba su intuición: “lo concebido en tu mujer es del Espíritu Santo”, no vacila en llevársela consigo y, luego, cuando el niño nace, le impone el nombre de Jesús. Su obediencia consiste en asumir su misión como colaborador de Dios. (Calendario Litúrgico).


El Evangelio nos dice que es el hombre justo. Conviene tomar esta expresión en su sentido bíblico. Justo es el hombre que teme a Dios, el hombre piadoso, profundamente religioso; el justo es el hombre siempre atento a cumplir en todo la voluntad de Dios. José advierte que en María se está cumpliendo algo extraordinario, comprende la acción del Altísimo, su cercanía y su santidad. Experimenta el temor reverencial de la presencia de Dios, la indignidad de estar en la presencia de Dios. Es la misma experiencia de Moisés, de Isaías, de Jeremías, de Ezequiel. El ángel lo conforta, lo confirma en su misión de custodio de la Sagrada Familia, le habla de la grandeza del Hijo que nacerá de María. Y José acepta con sencillez la revelación de Dios y se somete filialmente aunque no comprende todo el plan de Dios. Se confió en las manos de Dios.


DE MI ÁLBUM


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