sábado, 24 de octubre de 2015

DIJO LA TORTUGA / Fabián NÚÑEZ BAQUERO

 Su opinión sobre el hombre, después de darla sobre ella…



DIJO la tortuga: “Para mirar el mundo yo me abismo en mi caparazón y, desde ahí, como en un observatorio, contemplo las estrellas. Pero también sé meditar para mi adentro y tengo en las comisuras de mi concha el secreto del agua y la adivinación enigmática del tiempo. Cuando viene la noche, mis ojos ven mejor porque contemplan el palpitar rítmico de la soledad. Mi concha es el laboratorio de mis pensamientos.

   La realidad abstracta y la realidad del movimiento visible de las cosas sólo se encuentran en el silencio. Pero, en realidad, a pesar de escuchar el ruido del exterior, yo me escucho a mí misma. Yo divido el año en cuatro estaciones y en 365 días y el día en una ronda de minutos y el minuto en una molécula de eternidad. Esa división aparente no representa otra cosa que palabras engarzadas a un mismo hilo es mi eterno Presente, mi ubicuidad sin fin. Sé vivir mucho, soy longeva sólo porque desgrano los instantes pacientemente y porque me gusta esperar. Cuando miro al hombre me pregunto si él hará lo mismo. Veo que tiene cosas maravillosas y dignas de ser alabadas, pero, cuando le contemplo directamente al alma, diviso algo oscuro en su ser. A veces, es tan nebuloso, tan extraño a sí mismo, que he dudado de su superioridad. A veces, también me ha parecido que a fuerza de ser profundo es opaco, como aquellas superficies del mar que tienen en sus raíces abismos de kilómetros de hondura. Otras veces le veo surgir como un fantasma en busca de sueños;  le veo moverse, agitarse desesperadamente para conseguir un pedazo de tierra donde hacer su morada y desde donde rechazar a sus hermanos. Le miro y me parece un espectro que se ha olvidado que la tierra es grande y generosa y que hay alimento y lugar para todos. Sufre por lo que está más allá de su ser; envidia lo que, quizá, él tiene de más; tortura a sus hermanos por cosas sin importancia; se sacrifica por amontonar dinero para, al fin de su vida, darse cuenta de lo inútil de todo hacinamiento, de toda previsión necia y egoísta. Yo sé que lo único que se necesita para la vida es la vida misma y que la ley de la justicia no puede nunca faltar a ningún ser por pequeño que sea. Yo misma, ¿no soy una simple caparazón?,  ¿un cielo raso oscuro y a simple vista sin sentido? ¿Y cómo es mi vida? Es un teatro monótono, es verdad, pero mi corazón está tranquilo, resignado, paciente, calmado. No aspiro a otra cosa más que a ser eterna; a extender mi existencia lo que más pueda y a reírme de las iras y las turbulencias del océano. Sé que todo empieza en un punto y termina en un conglomerado de astros; soy tan importante, en mi sencilla ataraxia, en mi inercia de abuela, como la constante del Cosmos.

   “Más, hay que saber que yo vivo mi vida, sin descuidar la compañía de mis hermanas, amo como lo más agrado mi recinto abovedado de silencio. Sólo salgo a la luz para cuidar de mi subsistencia, como lo hace cualquier animal noble que desea vivir. Mi trabajo es más interior que exterior; me preocupa más mi concha, su limpieza, su orden, su belleza y su decoro internos, más que cualquier cosa del mundo”.

   “Por fuera soy burda, mal aliñada, tosca, impenetrable, torpe, lenta y tonta. Mas esto no me importa, pues yo sé que todo fluye de adentro hacia afuera y que lo que no tengo en mi interior, mal lo puedo tener en mi exterior. Soy modesta, pues, porque lo contrario sería locura. Soy paciente y trabajo lo necesario como para no perecer”.

    “En cuanto al hombre, ignoro si hará lo que yo, ignoro si él tendrá el orgullo que tengo para esperar los siglos y ver venir las eternidades mientras cuento en mi cámara interior el número de células que tengo y las miríadas de átomos que me envuelven. Ignoro si es capaz de tener su autorretrato, de conocer su marea, de pulsar los latidos de su corazón, capaz de conocerse a sí mismo”.

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