Su opinión sobre el hombre, después de darla
sobre ella…
DIJO la
tortuga: “Para mirar el mundo yo me abismo en mi caparazón y, desde ahí, como
en un observatorio, contemplo las estrellas. Pero también sé meditar para mi
adentro y tengo en las comisuras de mi concha el secreto del agua y la
adivinación enigmática del tiempo. Cuando viene la noche, mis ojos ven mejor
porque contemplan el palpitar rítmico de la soledad. Mi concha es el
laboratorio de mis pensamientos.
La realidad abstracta y la realidad del
movimiento visible de las cosas sólo se encuentran en el silencio. Pero, en
realidad, a pesar de escuchar el ruido del exterior, yo me escucho a mí misma.
Yo divido el año en cuatro estaciones y en 365 días y el día en una ronda de
minutos y el minuto en una molécula de eternidad. Esa división aparente no
representa otra cosa que palabras engarzadas a un mismo hilo es mi eterno
Presente, mi ubicuidad sin fin. Sé vivir mucho, soy longeva sólo porque
desgrano los instantes pacientemente y porque me gusta esperar. Cuando miro al
hombre me pregunto si él hará lo mismo. Veo que tiene cosas maravillosas y
dignas de ser alabadas, pero, cuando le contemplo directamente al alma, diviso
algo oscuro en su ser. A veces, es tan nebuloso, tan extraño a sí mismo, que he
dudado de su superioridad. A veces, también me ha parecido que a fuerza de ser
profundo es opaco, como aquellas superficies del mar que tienen en sus raíces
abismos de kilómetros de hondura. Otras veces le veo surgir como un fantasma en
busca de sueños; le veo moverse, agitarse
desesperadamente para conseguir un pedazo de tierra donde hacer su morada y
desde donde rechazar a sus hermanos. Le miro y me parece un espectro que se ha
olvidado que la tierra es grande y generosa y que hay alimento y lugar para
todos. Sufre por lo que está más allá de su ser; envidia lo que, quizá, él
tiene de más; tortura a sus hermanos por cosas sin importancia; se sacrifica
por amontonar dinero para, al fin de su vida, darse cuenta de lo inútil de todo
hacinamiento, de toda previsión necia y egoísta. Yo sé que lo único que se
necesita para la vida es la vida misma y que la ley de la justicia no puede
nunca faltar a ningún ser por pequeño que sea. Yo misma, ¿no soy una simple
caparazón?, ¿un cielo raso oscuro y a
simple vista sin sentido? ¿Y cómo es mi vida? Es un teatro monótono, es verdad,
pero mi corazón está tranquilo, resignado, paciente, calmado. No aspiro a otra
cosa más que a ser eterna; a extender mi existencia lo que más pueda y a reírme
de las iras y las turbulencias del océano. Sé que todo empieza en un punto y
termina en un conglomerado de astros; soy tan importante, en mi sencilla
ataraxia, en mi inercia de abuela, como la constante del Cosmos.
“Más, hay que saber que yo vivo mi vida, sin
descuidar la compañía de mis hermanas, amo como lo más agrado mi recinto
abovedado de silencio. Sólo salgo a la luz para cuidar de mi subsistencia, como
lo hace cualquier animal noble que desea vivir. Mi trabajo es más interior que
exterior; me preocupa más mi concha, su limpieza, su orden, su belleza y su
decoro internos, más que cualquier cosa del mundo”.
“Por fuera soy burda, mal aliñada, tosca,
impenetrable, torpe, lenta y tonta. Mas esto no me importa, pues yo sé que todo
fluye de adentro hacia afuera y que lo que no tengo en mi interior, mal lo
puedo tener en mi exterior. Soy modesta, pues, porque lo contrario sería
locura. Soy paciente y trabajo lo necesario como para no perecer”.
“En cuanto al hombre, ignoro si hará lo que
yo, ignoro si él tendrá el orgullo que tengo para esperar los siglos y ver
venir las eternidades mientras cuento en mi cámara interior el número de
células que tengo y las miríadas de átomos que me envuelven. Ignoro si es capaz
de tener su autorretrato, de conocer su marea, de pulsar los latidos de su
corazón, capaz de conocerse a sí mismo”.
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