El escritor francés autor de esta frase
tan evocativa tenía la pasión de volar, y alternaba su vida literaria con su
función de piloto. Volar era para él, el gozo supremo de su existencia, la
prueba de que el hombre había alcanzado la aspiración máxima en su
ininterrumpida carrera de superación.
Los seres más despreciados por la moral
humana son los que se “arrastran”. El contacto del cuerpo con la tierra ha sido
desde los albores de la civilización, signo de indignidad.
El hombre fue el
primer “animal” que se incorporó y que limitó su contacto con el suelo a la
pequeña superficie de sus pies. El lenguaje creado por el hombre da a la
expresión “incorporarse”, un sentido equivalente al de la recuperación física y
de la fuerza moral.
El hombre, asentado sobre sus pies, paseaba su superioridad
sobre la tierra, pero dirigía de cuando en cuando una mirada admirativa y
nostálgica a otra creación de la Naturaleza que le había superado en libertad y
gracia: el ave. No hay ninguna civilización creada por el hombre que no sitúe
al ave en el punto más alto en su jerarquía de valores. Volar es una forma de
palpar la inmortalidad y de superar la terrible sentencia condenatoria “eres
tierra y a la tierra volverás”. Los ángeles vuelan, y por eso dice
Saint-Exupery que todos los pilotos llegarán al cielo con sus alas mecánicas.
"HABLEMOS".
No hay comentarios:
Publicar un comentario