viernes, 9 de octubre de 2015

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"


MI ALMA va a encontrarse
en un instante con los otros espíritus.
Que vengan los buenos
y me ayuden con sus consejos.
Ángel de la guarda,
haced que al despertar
conserve de ello una impresión
saludable y duradera.
Permite, oh Dios mío,
que pueda mi espíritu
encontrarse con mis seres
familiares que han partido ya,
y que reciba de ellos
la fortificación espiritual
y sus buenos consejos.
Anónimo

VENTANA AL MUNDO:
AUSTRALIA














AUSTRALIA: SU GENTE Y SU TIERRA
Por Edwin Muller

Australia, isla de Oceanía con dimensiones de continente, presenta en sus costas una faja habitada, más allá de la cual se tiende un vastísimo desierto, tan desolado y falto de vida como la superficie de la Luna. Para un territorio aproximadamente igual al de los Estados Unidos cuenta con menos de diez millones de habitantes.

   Entre la faja costanera y el yermo corazón de la isla-continente, se abre una ancha zona intermedia, que los australianos llaman “el Interior”. Quien partiendo de los puertos del litoral sudeste viaja en avión tierra adentro, va dejando atrás trigales y  huertas, y hallando llanuras tan dilatadas como baldías. Desde el minúsculo caserío que acaba de trasvolar hasta el siguiente lugar habitado habrá tal vez una distancia de 80 kilómetros.

   ES ESTA la región ovejera. Tan ralos son los pastos, que cada oveja necesita unas ocho hectáreas. Un hato mediano, o “estación” como les dicen en el país, tiene por lo regular 5000 ovejas y cubre, por consiguiente, una extensión de 32 kilómetros de largo por 16 de ancho. El hacendado y uno de los peones se encargan de atender a todo. En pocas partes del mundo civilizado viven los hombres en tal aislamiento.
Hay también grandes hatos que ocupan 25,000 kilómetros cuadrados. En los años prósperos uno de estos hatos llega a esquilar un millón de ovejas.


En el Norte del Interior, donde hay buena hierba, se halla la región ganadera. Enormes eucaliptos de ramas extendidas cubren una gran porción del terreno. Para que el pasto crezca mejor, se acude a “anillar” esos árboles, quitándoles parte de la corteza, a fin de que se agosten. Por lo seco del clima, permanecen en pie años después de muertos. Sus erguidos troncos coronados de ramas desnudas prestan fantástico aspecto al paisaje, donde surgen cual fantasmas de brazos deformes.

   A veces estalla un incendio en esos parajes. Las llamas comunicándose de un árbol a otro, avanzan con la rapidez de un caballo lanzado a galope, se ceban en los troncos secos y devoran cuanto hallan al paso en miles de kilómetros.

   La lluvia, cuando la hay, es siempre escasa. Con todo, en años normales basta para que los campos se cubran con una delgada capa de yerba. Pero cuando sobreviene una de esas sequías, el pasto se marchita y retuesta. Ovejas y vacas van debilitándose más y más; sin fuerzas para moverse, permanecen horas enteras como clavadas en el mismo sitio. Por fin desfallecen, se echan en tierra, mueren. En años así, las pérdidas de los rebaños de ganado lanar y bovino pueden subir a millones de cabezas.

   TODAS LAS CIUDADES importantes de Australia están en las costas. Sydney, la mayor, alberga la quinta parte de la población de la isla. Por el canal que flanquean dos imponentes morros se entra a una de las bahías más hermosas del mundo. Hay en sus orillas multitud de caletas. Casi todas las casas de Sydney distan unos diez minutos de la playa. Los habitantes se trasladan al taller o la oficina en pequeños ferry-boats, o cruzando el magnífico puente tendido sobre la parte alta de la bahía. Poco antes del atardecer la rada se anima con multitud de botes de vela que surcan en todas direcciones. En el día de Navidad, que en esas latitudes cae en verano, suele hacer buen tiempo y las playas se ven llenas de bañistas.



   No menos agradable parece ser la vida en las demás ciudades australianas; Brisbane, Melbourne, Adelaida, Perth. La gente dispone, por lo visto, de tiempo ilimitado para toda clase de deportes: criquet, tenis; esquís en la temporada de invierno, que va de mayo a octubre. No hay quien deje de asistir a las carreras de caballos.

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