DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
MI ALMA va a
encontrarse
en un
instante con los otros espíritus.
Que vengan
los buenos
y me ayuden
con sus consejos.
Ángel de la
guarda,
haced que al
despertar
conserve de
ello una impresión
saludable y
duradera.
Permite, oh
Dios mío,
que pueda mi
espíritu
encontrarse
con mis seres
familiares
que han partido ya,
y que reciba
de ellos
la
fortificación espiritual
y sus buenos
consejos.
Anónimo
VENTANA AL
MUNDO:
AUSTRALIA
AUSTRALIA: SU
GENTE Y SU TIERRA
Por Edwin
Muller
Australia,
isla de Oceanía con dimensiones de continente, presenta en sus costas una faja
habitada, más allá de la cual se tiende un vastísimo desierto, tan desolado y
falto de vida como la superficie de la Luna. Para un territorio aproximadamente
igual al de los Estados Unidos cuenta con menos de diez millones de habitantes.
Entre la faja
costanera y el yermo corazón de la isla-continente, se abre una ancha zona
intermedia, que los australianos llaman “el Interior”. Quien partiendo de los
puertos del litoral sudeste viaja en avión tierra adentro, va dejando atrás
trigales y huertas, y hallando llanuras
tan dilatadas como baldías. Desde el minúsculo caserío que acaba de trasvolar
hasta el siguiente lugar habitado habrá tal vez una distancia de 80 kilómetros.
ES ESTA la región
ovejera. Tan ralos son los pastos, que cada oveja necesita unas ocho hectáreas.
Un hato mediano, o “estación” como les dicen en el país, tiene por lo regular
5000 ovejas y cubre, por consiguiente, una extensión de 32 kilómetros de largo
por 16 de ancho. El hacendado y uno de los peones se encargan de atender a
todo. En pocas partes del mundo civilizado viven los hombres en tal
aislamiento.
Hay también
grandes hatos que ocupan 25,000 kilómetros cuadrados. En los años prósperos uno
de estos hatos llega a esquilar un millón de ovejas.
En el Norte
del Interior, donde hay buena hierba, se halla la región ganadera. Enormes
eucaliptos de ramas extendidas cubren una gran porción del terreno. Para que el
pasto crezca mejor, se acude a “anillar” esos árboles, quitándoles parte de la
corteza, a fin de que se agosten. Por lo seco del clima, permanecen en pie años
después de muertos. Sus erguidos troncos coronados de ramas desnudas prestan
fantástico aspecto al paisaje, donde surgen cual fantasmas de brazos deformes.
A veces
estalla un incendio en esos parajes. Las llamas comunicándose de un árbol a
otro, avanzan con la rapidez de un caballo lanzado a galope, se ceban en los
troncos secos y devoran cuanto hallan al paso en miles de kilómetros.
La lluvia,
cuando la hay, es siempre escasa. Con todo, en años normales basta para que los
campos se cubran con una delgada capa de yerba. Pero cuando sobreviene una de
esas sequías, el pasto se marchita y retuesta. Ovejas y vacas van debilitándose
más y más; sin fuerzas para moverse, permanecen horas enteras como clavadas en
el mismo sitio. Por fin desfallecen, se echan en tierra, mueren. En años así,
las pérdidas de los rebaños de ganado lanar y bovino pueden subir a millones de
cabezas.
TODAS LAS
CIUDADES importantes de Australia están en las costas. Sydney, la mayor,
alberga la quinta parte de la población de la isla. Por el canal que flanquean
dos imponentes morros se entra a una de las bahías más hermosas del mundo. Hay
en sus orillas multitud de caletas. Casi todas las casas de Sydney distan unos
diez minutos de la playa. Los habitantes se trasladan al taller o la oficina en
pequeños ferry-boats, o cruzando el magnífico puente tendido sobre la parte
alta de la bahía. Poco antes del atardecer la rada se anima con multitud de
botes de vela que surcan en todas direcciones. En el día de Navidad, que en
esas latitudes cae en verano, suele hacer buen tiempo y las playas se ven
llenas de bañistas.
No menos
agradable parece ser la vida en las demás ciudades australianas; Brisbane,
Melbourne, Adelaida, Perth. La gente dispone, por lo visto, de tiempo ilimitado
para toda clase de deportes: criquet, tenis; esquís en la temporada de
invierno, que va de mayo a octubre. No hay quien deje de asistir a las carreras
de caballos.
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