Jascha Heifetz dijo una vez que para tocar el violín se
necesita: “La concentración de un monje budista, la precisión de un cirujano y
la valentía de un torero”. Con toda la verdad que encierra esta premisa, en la
mayoría de los casos uno empieza su relación con el violín “jugando”; la
intensidad de este juego puede llevarnos en la medida de nuestro potencial a
formar parte de un mundo que gira en órbitas de vida, belleza, magia y
elevación espiritual en el infinito Universo de la música. Como parte de esta
galaxia de sonidos, se encuentra el violín en forma de la más preciosa piedra
que antes de ser joya, fue un simple madero que quería “hablar” a través de las
manos de alguien; la virtud de verla de cerca o tenerla en sus manos para
transformar un sonido temporal en algo sublime y eterno, ciertamente ha hecho
felices y dichosos tanto a intérpretes como a oyentes.
En 1959, paralelamente a mi etapa inicial en el estudio del
violín en el Perú de mis añorados recuerdos; en el otro lado del mundo, un
violinista de 18 años nacido en Cochabamba en los Andes de Bolivia, obtenía el
primer lugar en el concurso Internacional de violín Reina Elizabeth de Bélgica;
siendo hasta entonces el primer latinoamericano y el más joven en la historia
de este concurso en ganar tan codiciado premio. Once años después cuando conocí
personalmente a Jaime Laredo, me comentó que tocar en frente de Menuhin,
Grumiaux, Oistrakh y Kogan no es tarea fácil, y que cuando fue anunciado
ganador, las piernas le temblaban de tal manera que no podía pararse de su
asiento. Al final, David Oistrakh se acercó a felicitarlo diciéndole: “Has
tocado como un Ángel”, elogio sincero tratándose del Rey David, lleno de
sabiduría, en medio de un profundo y enorme compromiso.
PRESENTANDO A JAIME LAREDO es el título del disco que salió
poco tiempo después del concurso, en este vinilo o LP como lo llamábamos en
aquel entonces y que aún conservo; Jaime interpreta una serie de “encore
pieces”, pequeñas grandes obras llenas de una consumada musicalidad, calidad de
sonido y sobre todo de una gran interpretación y fraseo arriba de todo esfuerzo
mecánico e intelectual. Una de las piezas que escuchaba por primera vez y que
dejó en mí una imborrable huella fue: “Le fille aux cheveux de Lin” (La niña de
los cabellos de Lino), preludio para piano de Claude Debussy en una
transcripción para violín y piano de Arthur Hartmann.
Arthur Hartmann nació en Matè Szalka, en el sur de Hungría
en 1881 y murió en Estados Unidos en 1956, fue amigo íntimo de Debussy y
poseedor de una inusual capacidad: gran artista, intérprete y maestro. “Debussy
iba a escribir una pieza para violín para mí” comentó una vez, mostrando una
serie de cartas que el gran impresionista le había escrito. El Poema para
violín que Debussy le había prometido, nunca se materializó debido a la
enfermedad del compositor.
Según palabras del propio Hartmann: “Dentro de las
transcripciones que más he disfrutado hacer está “La niña de los cabellos de
Lino”. Considero que esta obra representa un hilo conductor entre mi infantil
pero singular y bella experiencia personal, y el autor de estas sentencias de
prosperidad y felicidad humana: ARTHUR HARTMANN, las cuales hoy quiero compartir
con ustedes mis colegas.
1. "Bienaventurados los que a temprana edad se acercaron a Bach, porque con los años su amor y veneración a la
música se multiplicará”.
música se multiplicará”.
2. "Bienaventurados los que recuerdan sus propias
dificultades, porque su compasión crítica ayudará a otros
a un mayor logro y
alcance del Divino Arte”.
3. "Bienaventurados los que son conscientes de sus propias
limitaciones, porque tendrán alegría de los logros de
otros”.
4. “Bienaventurados los que recuerdan a los maestros del
pasado y buscan a los nuevos, y no le niegan la
oportunidad de ser escuchados”.
5. "Bienaventurados los que estudian en la oscuridad del
silencio, porque el Arte siempre ha sido para unos pocos
y rehuyen al vulgar y estruendoso ruido de la ignorancia".
y rehuyen al vulgar y estruendoso ruido de la ignorancia".
6. "Bienaventurados los que se ponen de acuerdo en un
mismo
objetivo para servir a su Arte, porque así su
felicidad estará garantizada”.
7. "Bienaventurados los que se revelan como futuristas,
porque el Arte evoluciona con los que no respetan las
normas y reglas
establecidas”.
8. "Bienaventurados los que tienen muchos enemigos,
porque
saben que las clavijas cuadradas nunca
embonarán en los orificios redondos de
la voluta del
violín.”
violín.”
Como tributo a la Bienaventuranza No.4 me gustaría comentar
las reflexiones personales de cuatro de los grandes violinistas del siglo
pasado en relación a la Maestría del violín:
“La Maestría del violín consiste en que un violinista debe
ser un pensador, poeta, Ser humano; tiene que conocer la esperanza, el amor y
la angustia. Debe recordar toda la gama de emociones para poder expresarlas en
su manera de tocar”.
EUGENE YSAYE
“La Maestría del violín para mí está lejos de la perfección,
aun teniendo en cuenta el más completo equipo técnico y musical. Yo creo que
ningún artista es un verdadero maestro de su instrumento, a no ser que el
control del mismo sea parte integral de un todo.”
FRITZ KREISLER
“La Maestría del violín está en manos del artista que puede
presentar en todo lo que toca, un panorama distinto en cada detalle para
enmarcar la idea del compositor en una belleza perfecta llena de verdad
absoluta, color y proporción”.
MISCHA ELMAN
“La Maestría del violín es la habilidad de hacer del violín
un instrumento perfectamente controlado, guiado por la capacidad e inteligencia
del artista. El violinista siempre debe ser superior a su instrumento”.
JASCHA HEIFETZ
A manera de Epílogo quiero agregar que para ARTHUR HARTMANN,
“Tocar el violín no es un misterio abstracto, es algo tan claro como la
Geografía; el Arte limita por el Sur con la cuerda Sol, por el Norte con la
cuerda MI, y por el Oeste con la mano izquierda. Para mí la Maestría del violín
consiste en poner el dedo correcto en el lugar correcto en el momento
correcto”.
Cierro esta ventana de mis experiencias, con el maravilloso
regocijo de haber disfrutado la música de Claude Debussy, por compartir y
experimentar la sabiduría de Arthur Hartmann, y por admirar el talento de Jaime
Laredo; tríada que vibra y resuena en ese remoto lugar del corazón desde mis
días de infancia, y que estoy seguro me acompañarán hasta cuando tenga que
cruzar a la otra orilla del río.