DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
KADISH
Sea Su gran nombre
exaltado y santificado
en el mundo que Él ha creado
según Su deseo y voluntad
pueda Él llegar a Su reino
en los días de tu vida mortal
y en los días de toda la
familia de Israel rápidamente
y pronto. Amén.
Sea Su nombre bendecido
por siempre Bendecido,
ensalzado, proclamado,
elevado, Enaltecido
y honrado,
exaltado y alabado
sea el Nombre
Del que es Santo,
bendito sea Él más allá
de cualquier bendición
y de cualquier canción,
más allá de cualquier honor
o consuelo de este mundo.
Amén.
Que la gran paz del cielo
y el don de la vida se nos
conceda a nosotros
y a toda la familia de Israel.
Amén.
Que aquel que establece
la paz en los cielos, derrame
esa paz sobre nosotros
y sobre todo Israel.
Amén.
Judaísmo.
VENTANA AL MUNDO:
AMÉRICA
NUESTRA
AMÉRICA
HABLEMOS
Nuestra
América es una policromía de un extremo al otro y en todas direcciones. Lo
mismo si miramos le meseta mexicana, fuerte y viril, que las playas de sus
costas a cuyas arenas se acerca la caricia del mar constante. O el altiplano andino,
ese recio espinazo del continente que dijera Rubén, o a las aguas transparentes
del mar Caribe. O a los torrentes de sus ríos señeros, como el Amazonas y el
Orinoco bravíos, como a las aguas mansas, tranquilas, del Río de la Plata. O a
la sabana interminable venezolana o de Colombia o a las selvas desconocidas del
Mato Grosso brasileño. Del paisaje desnudo de vegetación de la montaña, puede
pasarse a la gracia móvil del palmar antillano. Y de la corona de nieve de las
sierras, a la cálida humedad ecuatorial; de la sorpresa de los volcanes
centroamericanos, a la suavidad y mansedumbre de las tierras bajas.
Si es cierto
que, como dijo Amiel, el paisaje es un estado del alma, no puede dudarse que el
alma americana disfruta de todos los tonos, desde los brillantes que reflejan
el sol del mediodía hasta los asfálticos que ensombrecen el estallido de la
tragedia. Alma rica, que debe disfrutar de ese paisaje que la refleja, que debe
conocerlo de veras, visitarlo con la pupila bien abierta, penetrar en su entraña
palpitante con el escalpelo de la curiosidad, escarbar en sus caminos, dormir a
la sombra de sus follajes, trabajar sus riquezas incomparables, cantarle en
cada atardecer, y nacer para él cuando rompe el alba.
En una
palabra, la Naturaleza nos ha provisto lo que satisface cabalmente al ojo
humano.
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