sábado, 14 de noviembre de 2015

TODOS LOS SERES CONFORMAMOS UNA FAMILIA UNIVERSAL / Nicolás DE LA CARRERA

NIDO DE POESÍA / BLOG

Preside el tema de hoy una conocida estampa de gran significado ecológico: Francisco, hermanito universal, en compañía de aves y ganado, brillante foto de familia que nos conmueve y alecciona. No podemos afirmar irresponsablemente que las criaturas de este mundo no tienen dueño: “Son tuyas, Señor que amas la vida” (Sabiduría 11,26). Coronó Dios su obra bendiciendo al hombre y otorgándole la misión de colaborar con la tierra y proteger su debilidad.


TODOS LOS SERES CONFORMAMOS UNA FAMILIA UNIVERSAL
“Siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de una especie como si fuera una mutilación» (Francisco, Laudato si, 89).

Y TE PRESENTO A LA HIJA MÍA
Acabamos de leer cómo Francisco canta a la Gran Familia del Cosmos: “Todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde.” En el poema siguiente, de Pilar Paz Pasamar, “Con ella en las orillas”, la autora jerezana, que publica, a tres años de su matrimonio, los versos de “La soledad contigo” (1960), incluye, en la sección “El hijo”, esta entrañable confidencia al mar (o, mejor quizá, a “la mar”: “Mar maternal, dulce mar nuestro.”). Presenta al mar de la bahía de Cádiz a su hija, para que la bese y la bendiga, la “vele y adormezca”, como en sus brazos acuna la salada maravilla de sus fecundas aguas...

CON ELLA EN LAS ORILLAS
Ya somos más para nombrarte,
mar nuestro, mar de cada día.
Mis pies acerco hasta tu espuma
y te presento a la hija mía.
Crecerá rubia junto al sitio
donde deliras y porfías,
tendrá tu luz sobre sus ojos,
paseará por tus orillas
y la tendrás por compañera
entre tus blandas compañías.
No temerá tus arrebatos,
sabrá de ti más que yo misma
y aprenderá a decirte madre
cuando comprenda tu fatiga.
Mar maternal, dulce mar nuestro,
abandonada y siempre viva.
Ya ves: yo vengo con mi fruto
a que lo beses y bendigas
y a reclamar de tu sonido
una constante letanía
con la que vele y adormezca
este pedazo de mi vida...
¡Como tú acunas en tus brazos
a la salada maravilla!

ALGUNOS SE ARRASTRAN EN UNA DEGRADANTE MISERIA
“A veces se advierte una obsesión por negar toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no sean tratados irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que unos se consideren más dignos que otros.
Dejamos de advertir que algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si hubieran nacido con mayores derechos” (Francisco, Laudato si, 90).


NUNCA NOS PIDE NADA: SÓLO MIRA
Los dos textos de hoy (Laudato 89 y 90) aluden a extinción de especies “como si fuera una mutilación”. Y se critica cómo “se lleva adelante una lucha por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre los seres humanos”. Uno se pregunta: ¿especies animales o botánicas en riesgo de extinción o, como sugiere Hawking, la denuncia profética de que “si nos vamos quedando sin espacio habitable, finalmente no habrá nuevos lugares” y quien perecerá será la especie humana?
Pero anunciemos ya el estremecedor poema “El niño”, de Antonio Porpetta. Un muchacho del tercer mundo, con hambruna y sufrimiento, nos mira en el desayuno desde las páginas de un periódico, desde el periscopio de la televisión. Se asoma a nuestra mesa, nos contempla asombrado, nunca nos pide nada... Pero “en sus ojos / lleva la herida grande / de todo el universo.” Será bueno escuchar de nuevo al profeta Francisco: “algunos se arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación, mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen” (90).

EL NIÑO
Hay un niño que llega cada día
ofreciendo su mínima intemperie
sobre el claro mantel del desayuno.
Levemente se asoma
por la ventana gris de algún periódico,
sin lágrimas ni risas en su rostro:
sólo pura mirada
y un humilde cansancio de terrores
derramado en sus labios.
Viene desde muy lejos:
de las tierras del fuego y la tristeza,
de selvas y arrozales,
de campos arrasados, de montañas perdidas,
de ciudades sin nombre ni memoria
donde la muerte es sólo
una muda costumbre cotidiana.
Tal vez trae en sus manos
algún pobre juguete:
el fusil que encontró en aquella zanja
junto a un hombre dormido,
las inútiles botas de su padre,
el arrugado casco de aluminio
del hermano más alto y más valiente,
el trozo de metralla
que derrumbó su infancia en un instante.
Se sienta en nuestra mesa, quedamente,
como si no estuviera,
y contempla asombrado los terrones
de azúcar, las galletas,
la alegre redondez de las naranjas,
la taza de café, con su recuerdo
de humaredas oscuras.
Nunca nos pide nada: sólo mira
desde un viejo silencio,
con un largo paisaje de preguntas
remansado en sus párpados.
Y permanece inmóvil,
clavándonos el tiempo en su palabra
que nunca escucharemos.
Como si fuera un niño, simplemente.
Sin saber que en sus ojos
lleva la herida grande
de todo el universo.

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