En el
Mercader de Venecia, Shakespeare, ese escritor único del que pueden destacarse
todas las frases que ha escrito como deslumbrantes perlas de un collar, hace
decir a uno de sus protagonistas “/Oh! Qué inmenso baño de falsedades”. Sí, lo
falso es tan fácil que toma siempre proporciones oceánicas. Por eso Oliver
Goldsmith ya pone en guardia a la crítica cuando afirma que “la voz unida de
millones no puede dar la más débil base de verdad a lo que es falso”. Lo falso,
falso es, sea quien sea y cuantos sean los que lo proclamen, y si la verdad es
indivisible, la falsedad lo es también / pues es máxima legal que “aquel que es
falso en algo lo es irremediablemente en todo…”
Parafraseando
a Echegaray, uno de los Premios Nobel hispánicos, podríamos decir que si lo
falso es fácil, lo verdadero es difícil. No en su expresión precisamente, sino
en su proceso. La verdad se manifiesta con la simplicidad y sencillez del
lenguaje infantil, pero para llegar a ella es necesario un gran esfuerzo mental
y una rigurosa disciplina de conducta. Por eso, si Shakespeare nos hablaba de
“océanos de falsedad”, Demócrito nos dice que la Naturaleza ha enterrado la
verdad en el fondo de los mares. Reduciendo después aquellas proporciones
apocalípticas, se ha hecho surgir la verdad de un pozo, pero siempre con
esfuerzo y dificultad en su afloración. No cedamos a la fácil falsedad.
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