sábado, 7 de noviembre de 2015

LA RELIGIÓN PUEDE HACER EL BIEN MEJOR Y TAMBIÉN EL MAL PEOR / Leonardo BOFF


Todo lo que está sano puede enfermar. También las religiones y las iglesias. Hoy particularmente asistimos a la enfermedad del fundamentalismo contaminando a sectores importantes de casi todas las religiones e iglesias, inclusive de la Iglesia Católica. A veces hay una verdadera guerra religiosa. Basta seguir algunos programas religiosos de televisión especialmente, de tendencia neopentecostal, pero también de algunos sectores conservadores de la Iglesia Católica, para oír que condenan a personas o de grupos de ciertas corrientes teológicas o satanizan a las religiones afrobrasileñas.

      La mayor expresión del fundamentalismo guerrero y exterminador es el representado por el Estado Islámico que hace de la violencia y del asesinato de los diferentes, expresión de su identidad.

      Pero hay también otro vicio religioso, muy presente en los medios de comunicación de masas especialmente en la televisión y en la radio: el uso de la religión para reclutar gente, predicar el evangelio de la prosperidad material, sacar dinero a los feligreses y enriquecer a sus pastores y auto-proclamados obispos. Tenemos que ver con religiones de mercado que obedecen a la lógica del mercado que es la competencia y el reclutamiento del mayor número posible de personas con la máxima acumulación de dinero líquido posible.

      Si nos fijamos bien, en la mayoría de estas iglesias mediáticas el Nuevo Testamento raramente es mencionado. Lo que predomina es el Antiguo Testamento. Se entiende el por qué. En el Antiguo Testamento, excepto los profetas y otros textos, se resalta especialmente el bienestar material como expresión del agrado divino. La riqueza gana centralidad. El Nuevo Testamento exalta a los pobres, predica la misericordia, el perdón, el amor al enemigo y la solidaridad ilimitada con los pobres y caídos en el camino. ¿Dónde se oye, hasta en los programas católicos, las palabras del Maestro: “Felices vosotros, pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”?

      Se habla demasiado de Jesús y de Dios como si fuesen realidades disponibles en el mercado. Tales realidades sagradas, por su naturaleza, exigen reverencia y devoción, silencio respetuoso y unción devota. El pecado que más se da es contra el segundo mandamiento: “no usar el santo nombre de Dios en vano”. Ese nombre está pegado en los vidrios de los automóviles y en la propia cartera del dinero, como si Dios no estuviese en todos los lugares. Y Jesús para acá y Jesús para allá en una banalización desacralizadora irritante.

      Lo que más duele y escandaliza verdaderamente es que se use el nombre de Dios y de Jesús para fines estrictamente comerciales. O peor, para encubrir desfalcos, robo de dineros públicos y blanqueo de dinero. Hay quien tiene una empresa cuyo título es “Jesús”. En nombre de “Jesús” se amasan millones en sobornos, escondidos en bancos extranjeros y otras corrupciones que atañen a los bienes públicos. Y esto se hace con el mayor descaro.

      Si Jesús estuviera todavía entre nosotros, sin duda haría lo que hizo con los mercaderes del templo: tomó el látigo y los puso a correr además de derribar sus puestos de dinero.

      Por estas desviaciones de una realidad sagrada, perdemos la herencia humanizadora de las Escrituras judeocristianas y especialmente el carácter liberador y humano del mensaje y la práctica de Jesús. La religión puede hacer el bien mejor pero también puede hacer el peor mal.

      Sabemos que la intención original de Jesús no era crear una nueva religión. Había muchas en aquel tiempo. Tampoco pensaba reformar el judaísmo vigente. Quería enseñarnos a vivir guiados por los valores presentes en su mayor sueño, el reino de Dios, hecho de amor incondicional, misericordia, perdón y entrega confiada a un Dios, llamado "papá" (Abba en hebreo) con características de madre de bondad infinita. Él puso en marcha la gestación del hombre nuevo y de la mujer nueva, eterna búsqueda de la humanidad.

      Como lo muestra el libro de los Hechos de los Apóstoles, el Cristianismo inicialmente era más movimiento que institución. Se llamaba el "camino de Jesús", realidad abierta a los valores fundamentales que él predicó y vivió. Pero a medida que el movimiento fue creciendo, se convirtió inevitablemente en una institución con reglas, ritos y doctrinas. Y entonces el poder sagrado (sacra potestas) pasó a ser el eje organizador de toda la institución, ahora llamada Iglesia. El carácter del movimiento fue absorbido por ella. Por la historia sabemos que allí donde prevalece el poder, desaparece el amor y se desvanece la misericordia. Eso es lo que por desgracia pasó. Hobbes nos advirtió de que el poder sólo se asegura buscando más y más poder.

      Y así surgieron iglesias poderosas en instituciones, monumentos, riquezas materiales e incluso bancos. Y con el poder la posibilidad de corrupción.

      Estamos presenciando algo nuevo que hay que saludar: El Papa Francisco nos está recuperando el cristianismo más como movimiento que como institución, más como encuentro entre las personas y con el Cristo vivo y la misericordia sin límites que como disciplina y doctrina ortodoxa. Ha puesto a Jesús, a la persona en el centro, no el poder, ni el dogma, ni el marco moral. Con eso permite que todos, aun los que no se incorporan a la institución, puedan sentirse en el camino de Jesús en la medida en que optan por el amor y la justicia.

Leonardo BOFF/ 4-noviembre-15.
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Foto de News.va Español.
News.va Español
22 h
PAPA FRANCISCO: ¡ES TRISTE VER SACERDOTES Y OBISPOS APEGADOS AL DINERO!
Todos los cristianos, también los obispos, sacerdotes y monjas, han de vencer la tentación de una doble vida. Porque Jesús llama a la Iglesia a servir y no a servirse de los demás. Esta es la exhortación del Papa Francisco en su homilía de hoy viernes en la Casa de Santa Marta.
-El cristiano está llamado a servir, no a servirse de los demás
Poniendo en guardia contra los ‘trepadores’, ‘apegados al dinero’, que hacen tanto daño a la Iglesia, el Santo Padre habló de la contraposición de dos figuras: quienes se sirven de los demás y quienes sirven a los demás.
Y destacó la grandeza de San Pablo, que se entregó al servicio siempre, acabando en Roma, donde fue traicionado por algunos de los suyos. La grandeza del Apóstol de las gentes provenía de Jesús: Dios le había dado la gracia de ser ministro de Jesucristo, siervo para servir.
Administraba, poniendo los fundamentos, es decir, anunciando a Jesucristo. Y "nunca se paraba para obtener ventajas como un puesto, autoridad, o ser servido. Él era ministro, siervo para servir, no para servirse".
"Les digo cuánta alegría siento, yo que me conmuevo, cuando a esta Misa vienen algunos curas y me saludan: ‘Padre, vine a ver a mi gente, porque desde hace 40 años soy misionero en Amazonia’... O una monja que dice: ‘Trabajo desde hace 30 años en un hospital en África…’ O cuando veo siempre sonriendo a una monjita que desde hace 30, 40 años atiende a discapacitados en un hospital. Esto se llama servir, ésta es la alegría de la Iglesia: ir siempre más allá, ir más allá y dar la vida. Esto es lo que hizo Pablo: servir".
-No a los trepadores apegados al dinero en la Iglesia
En el Evangelio de hoy, el Señor nos muestra la imagen de otro tipo de siervo, "que en lugar de servir a los demás, se sirve de ellos". Ese siervo se mueve con astucia para permanecer en su puesto.
«También en la Iglesia hay de estos que en lugar de servir, de pensar en los demás, se sirven de la Iglesia: los trepadores, los apegados al dinero. Y cuántos sacerdotes, obispos hemos visto así. Es triste decirlo ¿no?
Y la comodidad del estatus: he logrado un estatus y vivo cómodamente sin honestidad, como esos fariseos, de los que habla Jesús, que se paseaban en las plazas para que los demás los vieran».
Tras reiterar que Jesús nos muestra el modelo de Pablo, alentó a pedir la gracia de vencer toda tentación de una doble vida:
«Cuando la Iglesia es tibia, ensimismada, incluso con afán de hacer negocios, no se puede decir que es una Iglesia que ministra, que está al servicio, sino que se sirve de los demás.
Que el Señor nos de la gracia que dio a Pablo, ese punto de honor de ir adelante siempre, renunciando a las comodidades tantas veces, y que nos salve de las tentaciones, de estas tentaciones que en el fondo son tentaciones de una doble vida: me hago ver como ministro, como el que sirve, pero en el fondo me sirvo de los demás».

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