En un libro de gran pensador y escritor
francés Paul Valéry, intelectualidad de las más altas de la Galia como del
mundo en lo que va del siglo, recordamos haber leído una frase que dice poco
más o menos: “me interesa más quien escribió el primer soneto que quien
escribió el mejor soneto”. Con lo que hace el elogio, naturalmente, de la
creación, que es la piedra de toque que distingue al hombre de la bestia. Y que
lo asemeja al Creador mismo, que lo lleva a un plano que pasa rozando el ámbito
prístino de su existencia.
Pues bien, Gil Colunje fue, ante todo, un creador. Un creador en su bella
tierra: Panamá, en cuya ciudad capital nació el uno de setiembre de mil
ochocientos treinta y uno, para morir en Tabio, cerca de Bogotá, el seis de
enero de mil ochocientos noventa y nueve.
Cursó lo estudios elementales y medios en la
ciudad natal, pero joven aún se encaminó a Colombia y en su capital, Bogotá,
estudió Derecho y Ciencias Políticas, recibiendo el grado brillantemente, tras
un despliegue de raro talento.
Una vez graduado, dedicó preferentemente su
vida al aspecto público, destacando como periodista, político y hombre de
estado, al tiempo que figuró como servidor público en posiciones muy
principales. Entre ellas debe recordarse que fue Diputado a la Primera Asamblea
del Estado Federal de Panamá, en mil ochocientos cincuenta y seis;
Representante al Congreso, en mil ochocientos cincuenta y nueve; Presidente del
Estado, de mil ochocientos sesenta y cinco al año siguiente; Magistrado de la
Corte Suprema de Justicia, de mil ochocientos sesenta y ocho al setenta y dos;
Ministro de Relaciones Exteriores, de este último año a mil ochocientos setenta
y cuatro; Rector del Colegio Mayor del Rosario, de mil ochocientos setenta y
cinco al setenta y nueve, etc. También desempeñó rol principal en la formación
del Código Civil adoptado por Panamá.
Sus creaciones, de que hablamos al comienzo,
las constituyen un ingenuo esbozo de novela, titulada “La verdad triunfante”,
que inicia, puede decirse, el género en Panamá; y su “Oda al 28 de Noviembre”,
acaso el primer poema panameño de importancia. Además, en compañía de don Pablo
Arosemena fundó en 1856 el periódico “El Centinela”.
Juan A. Susto y Simón Eliet publicaron en
1931 un libro recogiendo su vida y sus trabajos.
Yo no tengo
del vate afortunado
ni el estro,
ni la voz, ni la armonía,
para cantar
tus glorias, ¡patria mía!
y tu nombre y
tus héroes bendecir.
Mas si no sé
pulsar el arpa de oro,
ni arde en mi
sien el numen soberano,
yo tengo un
corazón americano,
que sólo por
tu amor sabe latir.
Por esto, al
recordar que destrozaste
el yugo a que
un tirano unció tu frente,
tu mengua
olvido en mí entusiasmo ardiente,
para romper,
de gozo, mi laúd,
pero, ¡ay! a
mi pesar viene a mis labios
un recuerdo
que traigo en la memoria,
de esa
sangrienta, criminal historia
de tu pasada,
negra esclavitud.
Aún me parece
que te miro esclava,
aherrojada
entre grillos y cadenas,
y que un eco
no encuentras a tus penas
sino del
hierro en el ingrato son;
que sueñas
Libertad! en tus ensueños;
que gritas
¡Libertad! en tu agonía,
y que, al
nacer, la luz del claro día
disipa tu
esperanza y tu ilusión!…
Oh!, se
eclipsaba el horizonte hermoso
que el mundo
de Colón miró en su cuna,
y ya sólo, al
fulgor de opaca luna,
contemplaba
horroroso el porvenir,
cuando de
pronto se tomó el gigante,
irguió la
frente y proclamó la guerra,
tronó la
tempestad, ardió la tierra
y dio
principio el fiero combatir…
Larga, tenaz,
sangrienta fue la lucha
que
sostuvieron con ardor los bravos
que en héroes
convirtiéronse, de esclavos,
para legarnos
libertad y Honor;
pero un día
ayudó su obra de gloria
del mismo
Dios la poderosa mano,
y en la
frente sañuda del tirano
rompieron sus
cadenas con furor!
¡Fue una
lucha de dioses! Lucha santa,
do vindicaba
un mundo sus derechos,
que
ultrajados miró, rotos, deshechos
¡en el nombre
de Dios y de la Cruz!…
Mas huyan de
mi mente esos recuerdos
al recuerdo
glorioso que hoy me inflama,
hora que un
sol de libertad derrama
sobre este
suelo su brillante luz.
Y tú,
Bolívar. ¡Dios de la Victoria!
Tú cuyo
aliento devolvió la vida
a esta Patria
otro tiempo envilecida;
tú, que de un
mundo fuiste Redentor,
¿por qué no
vienes a animar tu sombra
y en sus
pupilas a encender el fuego,
hoy que este
pueblo, de entusiasmo ciego,
alza a la
Patria cánticos de amor?…
iAh!, te
comprendo, ¡espíritu divino!
Duerme en ti
pesaroso un pensamiento;
cuando un
ángel te alzaba al firmamento,
viste al
borde a Colombia del no ser…
Colombia, la
Colombia de tus sueños,
la que
llenara al mundo con sus glorias,
ya sólo deja
plácidas memorias…
¡mas nunca
llegarán a perecer!…
¡No! Que si
un tiempo la Discordia impía
A pueblos
dividió que eran hermanos,
siempre esos
pueblos fueron colombianos
y a través de
los siglos lo serán.
¡Y si los
vieras hoy! … ¡Si tú los vieras!…
¡Otra vez por
Colombia ya se unieron,
y en su
nombre querido se ofrecieron
que juntos
han de ser o morirán!
Sí, ¡Padre de
Colombia! Ven y mira
las naciones
que hiciste con tu espada,
naciones que
sacaste de la nada
como sacara
Dios su Creación…
¡Ven y
míralas hora!… ¡Sonreirías
de orgullo,
al contemplar cuál se engrandecen!
Ven y míralas
cuán gigantes crecen,
y dales otra
vez tu bendición.
Que si no van
en busca de laureles,
hora al campo
inmortal de la victoria,
otros
laureles ciegan, otra gloria,
a la sombra
feliz de la alma Paz.
Ya no hay
aquí señores ni tiranos
contra
quienes erguir la fuerte lanza…
A la
horrísona voz de la venganza
siguió un
grito de unión y de solaz.
Hoy abren
estos pueblos a los pueblos
el que Dios
les donó, suelo fecundo,
y el Mundo de
Colón y el Viejo Mundo
en breve un
sólo pueblo formarán.
Tú acabarás
de redención la obra,
lazo del
Orbe, templo del Océano!
En tí los
hombres, Istmo Americano,
juntos, a
Dios adoración darán.
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