DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"
Nací para
servirte,
para ser
Tuyo, para ser
Tu
instrumento.
Permíteme ser
ciegamente
Tu
instrumento.
No pido ver,
no pido saber,
simplemente
pido ser útil.
Newman
VENTANA AL
MUNDO:
HAWAII
LAS ISLAS
ENCANTADAS DE HAWAII
Por Blake
Clark
Desde los
días en que las ojinegras hawaianas nadaban una milla mar adentro para dar la
bienvenida a balleneros y traficantes, no hay lugar de la tierra donde halle el
viajero recibimiento tan caluroso como en Honolulú. A la llegada del buque,
festivo tropel de isleños acuden ataviados con las guirnaldas llamadas leis. Medio centenar de músicos de la
Real Banda Hawaiana llenan el aire de sones acariciadores. Una mujer de
aventajado talle, profusamente engalanada con los típicos leis que embalsaman la atmósfera con los variados aromas de sus
flores entona la subyugadora Canción de
las Islas. De esta suerte, aun antes de haber saltado a tierra, siente el
viajero todo el embrujo de la isla paraíso.
Ninguna otra parte del mundo es tan pródiga
en belleza, ni tan poco exigente en punto de dinero. Al desembarcar, pasa el
recién llegado ante largas filas de hawaianas cada una de las cuales le ofrece
doce o más leis pendientes en
fragante cascada de los tendidos brazos. Las que tejieron esas guirnaldas
trabajaron la víspera desde el principio de la tarde hasta cerca de la
medianoche, y usaron para ello de diez a 15 mil flores. En los días de llegada
de barcos de pasajeros, las trenzadoras de leis
suelen vender en una sola mañana hasta cien mil docenas de flores.
Hawaii envuelve al visitante en mágica
maravilla de color: el cielo que tiende sobre su cabeza, la lujuriante
vegetación de que lo rodea, el mar cuyas aguas ve el visitante profundizarse
bajo el fondo de cristal del bote en que las surca. En esas aguas de tonos de
esmeralda, pasan de dos en dos --troncos
de invisibles carrozas de cuento de hadas – diminutos caballitos de mar; agitan
afanosamente los inquietos tentáculos calamares de un gris de pizarra, que
dejan aquí y allá manchones purpúreos. Prófugos de submarina cárcel de corales,
cruzan velozmente, como en busca de escondite, peces listados de blanco y
negro. Otros de cambiantes de piedra preciosa
--topacio, aguamarina, zafiro –semejan destellos de un prisma cuando
atraviesan, rápidos y lucientes, por la ambarina zona que la claridad del día
forma en las aguas. Gallardea también por allí cierto pececillo de arremangado
hocico y nombre más largo que su cuerpo: el humuhumunukunukuapuaa.
Honolulú se
jacta de disfrutar del clima mejor del mundo. Acariciada por los tibios vientos
alisios, sus casas no necesitan calefacción ni refrigeración. Pocas horas de
viaje bastan para cambiar totalmente de clima. En un mismo día puede el viajero
bañarse en las templadas aguas del mar y trasladarse en automóvil a una cercana
montaña, donde el lago Waiau ofrece su helada superficie a los patinadores. Las
vertientes del Mauna Kea –monte que se eleva 4200 metros sobre el nivel del
espejeante mar hawaiano – son lugares frecuentados por los esquiadores.
Una de las playas de Honolulú, la de
Waikikí, mundialmente famosa, celebrada por los escritores y cantada por los
poetas desde hace siglo y medio, suele ser una desilusión para el visitante
acostumbrado a playas más extensas y cubiertas de blanca y espesa capa de
arena. Los mismos extranjeros residentes de tiempo atrás en el país, prefieren
por lo general otras playas menos concurridas en la opuesta banda de la isla.
El singular hechizo de Waikikí reside en la armoniosa curva de su orilla; en
las múltiples tonalidades, ya verdes, ya azules, de sus límpidas aguas; en
cierta acogedora intimidad que allí se respira.
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