viernes, 6 de noviembre de 2015

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"



Nací para servirte,
para ser Tuyo, para ser
Tu instrumento.
Permíteme ser ciegamente
Tu instrumento.
No pido ver, no pido saber,
simplemente pido ser útil.
        Newman

VENTANA AL MUNDO:
HAWAII













LAS ISLAS ENCANTADAS DE HAWAII
Por Blake Clark

Desde los días en que las ojinegras hawaianas nadaban una milla mar adentro para dar la bienvenida a balleneros y traficantes, no hay lugar de la tierra donde halle el viajero recibimiento tan caluroso como en Honolulú. A la llegada del buque, festivo tropel de isleños acuden ataviados con las guirnaldas llamadas leis. Medio centenar de músicos de la Real Banda Hawaiana llenan el aire de sones acariciadores. Una mujer de aventajado talle, profusamente engalanada con los típicos leis que embalsaman la atmósfera con los variados aromas de sus flores entona la subyugadora Canción de las Islas. De esta suerte, aun antes de haber saltado a tierra, siente el viajero todo el embrujo de la isla paraíso.

   Ninguna otra parte del mundo es tan pródiga en belleza, ni tan poco exigente en punto de dinero. Al desembarcar, pasa el recién llegado ante largas filas de hawaianas cada una de las cuales le ofrece doce o más leis pendientes en fragante cascada de los tendidos brazos. Las que tejieron esas guirnaldas trabajaron la víspera desde el principio de la tarde hasta cerca de la medianoche, y usaron para ello de diez a 15 mil flores. En los días de llegada de barcos de pasajeros, las trenzadoras de leis suelen vender en una sola mañana hasta cien mil docenas de flores.

   Hawaii envuelve al visitante en mágica maravilla de color: el cielo que tiende sobre su cabeza, la lujuriante vegetación de que lo rodea, el mar cuyas aguas ve el visitante profundizarse bajo el fondo de cristal del bote en que las surca. En esas aguas de tonos de esmeralda, pasan de dos en dos  --troncos de invisibles carrozas de cuento de hadas – diminutos caballitos de mar; agitan afanosamente los inquietos tentáculos calamares de un gris de pizarra, que dejan aquí y allá manchones purpúreos. Prófugos de submarina cárcel de corales, cruzan velozmente, como en busca de escondite, peces listados de blanco y negro. Otros de cambiantes de piedra preciosa  --topacio, aguamarina, zafiro –semejan destellos de un prisma cuando atraviesan, rápidos y lucientes, por la ambarina zona que la claridad del día forma en las aguas. Gallardea también por allí cierto pececillo de arremangado hocico y nombre más largo que su cuerpo: el humuhumunukunukuapuaa.

   Honolulú se jacta de disfrutar del clima mejor del mundo. Acariciada por los tibios vientos alisios, sus casas no necesitan calefacción ni refrigeración. Pocas horas de viaje bastan para cambiar totalmente de clima. En un mismo día puede el viajero bañarse en las templadas aguas del mar y trasladarse en automóvil a una cercana montaña, donde el lago Waiau ofrece su helada superficie a los patinadores. Las vertientes del Mauna Kea –monte que se eleva 4200 metros sobre el nivel del espejeante mar hawaiano – son lugares frecuentados por los esquiadores.

   Una de las playas de Honolulú, la de Waikikí, mundialmente famosa, celebrada por los escritores y cantada por los poetas desde hace siglo y medio, suele ser una desilusión para el visitante acostumbrado a playas más extensas y cubiertas de blanca y espesa capa de arena. Los mismos extranjeros residentes de tiempo atrás en el país, prefieren por lo general otras playas menos concurridas en la opuesta banda de la isla. El singular hechizo de Waikikí reside en la armoniosa curva de su orilla; en las múltiples tonalidades, ya verdes, ya azules, de sus límpidas aguas; en cierta acogedora intimidad que allí se respira.

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