ESTE ARTÍCULO
APARECIÓ HACE SEIS AÑOS EN EL DIARIO LA
INDUSTRIA DE TRUJILLO, CON OCASIÓN DE LA MUERTE DE TEÓFILO ÁLVAREZ DÁVILA.
AL CUMPLIRSE
ESTE MARTES 14 UN ANIVERSARIO MÁS DE SU FALLECIMIENTO, EL DOMINICAL REPRODUCE ESTA NOTA DE SU DISCÍPULO, COLEGA Y AMIGO FRANCISCO PEREDA COMO TRIBUTO A LA
MEMORIA DEL ILUSTRE MÚSICO, COMPOSITOR Y MAESTRO TRUJILLANO.
EL SER humano
vive gracias a sus pasiones; la especialización sólo lo hace sobrevivir. Por
eso, recordar a don Teófilo Álvarez es como penetrar en el fondo de una
sinfonía. Digo esto porque desde que aparece el primer sonido de su vida hasta
desaparecer con el acorde final, nos encontramos con un hombre que vivió para
la música, la amó con pasión y murió por ella. Si comparamos el tema de
una sinfonía con el gran Ulises griego que tardó 20 años viajando
para llegar a su lugar de origen, nos daremos cuenta que también para don
Teófilo, Trujillo es la isla de Ítaca. La intensa trayectoria del maestro se
puede medir únicamente con hechos, experiencias que hoy me toca hacer mención.
Hablaré de Don Teófilo en Cuatro
Movimientos:
I.
Mis
recuerdos me llevan a verlo como integrante
de la OST. Es 28 de julio de 1958,
estoy en
el balcón del Teatro Municipal escuchando el concierto
inaugural de
esta orquesta. Por aquel entonces yo empezaba a estudiar el violín, y por tanto
no me sentía apto para entablar plática con el maestro. En 1965 encontré a don
Teófilo en Lima. Estábamos en un taller de un amigo, hablamos poco pero me dio
a entender que fue un acierto de mi parte quedarme en Lima para estudiar. Las
circunstancias nos hacen salir del país. Pasa el tiempo y está el maestro en
Loja (Ecuador). Es el año 1974; nos vemos después de nueve años. Aparte de su
agudísimo sentido del humor, pude mirar de cerca su sensibilidad, gran talento,
sus angustias y sus sufrimientos, pero sobre todo su humildad. Durante una
caminata que hicimos juntos por los alrededores de Loja, hablamos de muchas
cosas, pero me sorprendió el interés que tenía por la música que en ese momento
me encontraba estudiando; se trataba de algunas obras de Paganini. Luego me
dijo: Panchín, tengo un disco con el cuarto concierto de Paganini. Si gusta
puede venir a escucharlo. Efectivamente, después que escuchamos el disco me
dijo que para llegar a esa perfección en el instrumento tenemos que pasar a
través del pensamiento y el sentimiento. Se me invitó a tocar con el Quinteto
Perú. Aún conservo una grabación del grupo de aquel entonces.
En 1976,
nuevamente encuentro al maestro en Guayaquil; estuve poco tiempo, mas en esta
oportunidad me tocó compartir una habitación con él. Una de sus diversiones era
verme lanzar calcetines enrollados contra la pared para matar zancudos. Aquí
pude verlo trabajar de cerca, hacer sus arreglos sin la ayuda de piano alguno.
Algo que siempre admiré fue su capacidad de combinar sus ideas armónicas con
sus ideas melódicas. En esta ocasión el maestro me invitó a presentarme en
Radio Guayaquil acompañado al piano por él mismo. Tocamos Romanza Andaluza, Aires Gitanos de Sarasate y Czardas de Monti.
Después le
pregunté:
-Maestro, ¿cómo es que lee tan bien a primera vista? Él contestó:
-Yo le pongo lo mío. Si trato de tocarlo como
está no me sale.
-¿Y por qué no escribe algo en el estilo clásico?
-Tengo algunas obras, pero si digo que
son mías nadie las toca.
II. El único movimiento en que somos
honestos es
cuando estamos solos. Este es un encuentro con nuestro mundo interior, el momento en que
ya no somos actores. Es setiembre de 1982. Veo al maestro en Trujillo, estoy
invitado a dirigir la OST y lo primero que le pregunto es:
-Maestro, ¿qué obra suya podemos programar?
-Para después haremos algo –contestó – Tengo un arreglo de una “Canción rusa”. Esta
obra la presenté como regalo al púbico. Siempre pensé que era de él la
composición, pero efectivamente era un arreglo de la obra de un tal Smith.
En 1983 le
llevé a su casa la grabación del Quinteto
Perú con el deseo de que se animara a formar nuevamente el grupo. Después de
algunos días me llamó por teléfono para decirme que nos juntáramos para ensayar
porque ya hizo unos arreglos; de esta manera nació el Sexteto Trujillo. Trabajé con el maestro más como alumno que como
colega (no tengo experiencia en la música popular). Cada concierto fue una
singular vivencia y una anécdota. Veo a don Teófilo coronado como el Ulises que
llega a ser rey de su pueblo. La Ítaca trujillana lo quiere porque lo entiende,
y lo entiende porque lo conoce. Él se presenta tal como es, descalzo en el
templo de su música. Don Teófilo arranca lágrimas y suspiros de las muchachonas
del ayer, paradójicamente es algo que yo no haré con Mozart ni a las de hoy ni
a las de mañana. Mi querido maestro es coronado Rey. Si bien no soy adicto a la
música popular, tengo especial predilección por dos joyas populares, una es el
tango Adiós Pampa mía y la canción Adoro que el maestro aceptó arreglar a
petición mía. Cuando decide dejar el grupo le expresé por carta y de palabra
que le agradecía mucho, porque de verdad él sí pudo llegar con su arte al
corazón.
Es noviembre
de 1989. Nos encontramos en Cuzco, en la estación del tren que está pronto
salir a Machu Picchu. Nunca lo había visto tan deprimido y triste; siempre
admiré en él su calma interior, pero esta vez se encontraba agobiado. Me habló
como de padre a hijo, de mis aciertos y errores, me habló de la envidia, la
vanidad, la incomprensión y la intolerancia, de todo lo que corroe el alma del
hombre. Después de analizar los errores y las virtudes de la gente me decía que
mientras no eliminemos estas debilidades nunca podremos llegar al conocimiento
de los mundos superiores en los cuales, ciertamente, se encuentra la música.
Admiré más que nunca su sentido de responsabilidad, respeto y sobre todo el
cumplimiento de su deber, es decir, el deber impuesto por él mismo. La gran
ciudad de piedra aparece en el horizonte, la tristeza se desvanece de su rostro
cuando ambos estamos de acuerdo que mientras más grande es la adversidad, más
grande tiene que ser la lucha.
III.
Dicen
que el peor día en la vida de un individuo
es aquel en que no ha reído.
En este movimiento, que es un scherzo (juego), citaré solamente dos hechos que despiertan, en mí, especial hilaridad.
En este movimiento, que es un scherzo (juego), citaré solamente dos hechos que despiertan, en mí, especial hilaridad.
Me contaba el maestro que en una
oportunidad tocaba en una banda popular. Era una fiesta en el Club Libertad, la
cantidad de parejas era tal que no había espacio para los músicos. Parejas y
más parejas salían a bailar. Al ver esto el director ordenó parar la música
pues no había suficiente oxígeno. Cosa curiosa, dijo el maestro: la gente
siguió bailando por un buen rato sin música.
En otra
ocasión era necesario un pianista para que cierto coro acompañara el Himno
Nacional. Se encontraban presentes algunos pianistas conocidos, pero nadie se
atrevía a salir, pues la parte de piano no se encontraba disponible.
Finalmente, al ver don Teófilo que nadie salía, ofreció sus servicios. Al
sentarse al piano se da cuenta que el instrumento estaba casi tono y medio bajo
de afinación en relación al coro. De inmediato tuvo que acompañar el himno en
otra tonalidad para así acompañar al coro. Después se acercó a quien estaba más
cerca de él y en voz baja le dijo: “Por eso es que nadie quería tocar”.
IV.
En
este movimiento se escucha la melodía triunfal de alguien que entra por la
puerta grande al lugar de los escogidos. Se despide el más grande músico que ha dado esta
tierra. Músico no es el que toca un instrumento; músico es el que pone su vida
en cada nota que compone o interpreta. Con mucho orgullo debo decir que en 1987
me dedica su Capricho para violín y
orquesta, obra que el maestro pudo escuchar el 30 de marzo de 1990. En
1989, en México, tuve la suerte de acompañar con una orquesta de cámara al
tenor mexicano José Bosada su canción Una
noche junto al mar. En abril de 1990, tengo el honor de dirigirlo como
solista estrenando su propia obra Sonatina
de las octavas para fagot y orquesta. Mi
última conversación con el maestro tuvo lugar el 23 de agosto de 1990. Le hice
saber mis inquietudes y fracasos, pero aún queda una pequeña luz de esperanza
para salvar esta ciudad. El 14 de febrero del presente año, nuevamente como
homenaje a mi maestro, como lo dije públicamente, trato que don Teófilo entre
al mundo superior con música que su propio hijo escribió. Esa Marcha que tantos aplausos arrancó del
público mexicano. Así, a manera de una
coda, veo al maestro elevarse al espacio de sonidos donde el tiempo se
convierte en su música y el universo en su patria. (Francisco Pereda)
12-enero-1997
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