martes, 3 de noviembre de 2015

TEÓFILO ÁLVAREZ IN MEMORIAM. EL HOMBRE QUE TENÍA EL "DON" / Francisco PEREDA

ESTE ARTÍCULO APARECIÓ HACE SEIS AÑOS EN EL DIARIO LA INDUSTRIA DE TRUJILLO, CON OCASIÓN DE LA MUERTE DE TEÓFILO ÁLVAREZ DÁVILA.
AL CUMPLIRSE ESTE MARTES 14 UN ANIVERSARIO MÁS DE SU FALLECIMIENTO, EL DOMINICAL REPRODUCE ESTA NOTA DE SU DISCÍPULO, COLEGA Y AMIGO FRANCISCO PEREDA COMO TRIBUTO A LA MEMORIA DEL ILUSTRE MÚSICO, COMPOSITOR Y MAESTRO TRUJILLANO.



EL SER humano vive gracias a sus pasiones; la especialización sólo lo hace sobrevivir. Por eso, recordar a don Teófilo Álvarez es como penetrar en el fondo de una sinfonía. Digo esto porque desde que aparece el primer sonido de su vida hasta desaparecer con el acorde final, nos encontramos con un hombre que vivió para la música, la amó con pasión y murió por ella. Si comparamos el tema de una  sinfonía con el gran Ulises griego que tardó 20 años viajando para llegar a su lugar de origen, nos daremos cuenta que también para don Teófilo, Trujillo es la isla de Ítaca. La intensa trayectoria del maestro se puede medir únicamente con hechos, experiencias que hoy me toca hacer mención.

    Hablaré de Don Teófilo en Cuatro Movimientos:
I.              Mis recuerdos me llevan a verlo como integrante   
              de la OST. Es 28 de julio de 1958, estoy en
el balcón del Teatro Municipal escuchando el concierto
inaugural de esta orquesta. Por aquel entonces yo empezaba a estudiar el violín, y por tanto no me sentía apto para entablar plática con el maestro. En 1965 encontré a don Teófilo en Lima. Estábamos en un taller de un amigo, hablamos poco pero me dio a entender que fue un acierto de mi parte quedarme en Lima para estudiar. Las circunstancias nos hacen salir del país. Pasa el tiempo y está el maestro en Loja (Ecuador). Es el año 1974; nos vemos después de nueve años. Aparte de su agudísimo sentido del humor, pude mirar de cerca su sensibilidad, gran talento, sus angustias y sus sufrimientos, pero sobre todo su humildad. Durante una caminata que hicimos juntos por los alrededores de Loja, hablamos de muchas cosas, pero me sorprendió el interés que tenía por la música que en ese momento me encontraba estudiando; se trataba de algunas obras de Paganini. Luego me dijo: Panchín, tengo un disco con el cuarto concierto de Paganini. Si gusta puede venir a escucharlo. Efectivamente, después que escuchamos el disco me dijo que para llegar a esa perfección en el instrumento tenemos que pasar a través del pensamiento y el sentimiento. Se me invitó a tocar con el Quinteto Perú. Aún conservo una grabación del grupo de aquel entonces.
En 1976, nuevamente encuentro al maestro en Guayaquil; estuve poco tiempo, mas en esta oportunidad me tocó compartir una habitación con él. Una de sus diversiones era verme lanzar calcetines enrollados contra la pared para matar zancudos. Aquí pude verlo trabajar de cerca, hacer sus arreglos sin la ayuda de piano alguno. Algo que siempre admiré fue su capacidad de combinar sus ideas armónicas con sus ideas melódicas. En esta ocasión el maestro me invitó a presentarme en Radio Guayaquil acompañado al piano por él mismo. Tocamos Romanza Andaluza, Aires Gitanos de Sarasate y Czardas de Monti.
Después le pregunté:
-Maestro, ¿cómo es que lee tan bien a primera vista?  Él contestó:
-Yo le pongo lo mío. Si trato de tocarlo como está no me sale.
-¿Y por qué no escribe algo en el estilo clásico?
-Tengo algunas obras, pero si digo que son mías nadie las toca.

II.        El único movimiento en que somos honestos es 
           cuando estamos solos. Este es un encuentro  con nuestro mundo interior, el momento en que ya no somos actores. Es setiembre de 1982. Veo al maestro en Trujillo, estoy invitado a dirigir la OST y lo primero que le pregunto es:
-Maestro, ¿qué obra suya podemos programar?
-Para después haremos algo –contestó – Tengo un arreglo de una “Canción rusa”. Esta obra la presenté como regalo al púbico. Siempre pensé que era de él la composición, pero efectivamente era un arreglo de la obra de un tal Smith.
En 1983 le llevé a su casa la grabación del Quinteto Perú con el deseo de que se animara a formar nuevamente el grupo. Después de algunos días me llamó por teléfono para decirme que nos juntáramos para ensayar porque ya hizo unos arreglos; de esta manera nació el Sexteto Trujillo. Trabajé con el maestro más como alumno que como colega (no tengo experiencia en la música popular). Cada concierto fue una singular vivencia y una anécdota. Veo a don Teófilo coronado como el Ulises que llega a ser rey de su pueblo. La Ítaca trujillana lo quiere porque lo entiende, y lo entiende porque lo conoce. Él se presenta tal como es, descalzo en el templo de su música. Don Teófilo arranca lágrimas y suspiros de las muchachonas del ayer, paradójicamente es algo que yo no haré con Mozart ni a las de hoy ni a las de mañana. Mi querido maestro es coronado Rey. Si bien no soy adicto a la música popular, tengo especial predilección por dos joyas populares, una es el tango Adiós Pampa mía y la canción Adoro que el maestro aceptó arreglar a petición mía. Cuando decide dejar el grupo le expresé por carta y de palabra que le agradecía mucho, porque de verdad él sí pudo llegar con su arte al corazón.
Es noviembre de 1989. Nos encontramos en Cuzco, en la estación del tren que está pronto salir a Machu Picchu. Nunca lo había visto tan deprimido y triste; siempre admiré en él su calma interior, pero esta vez se encontraba agobiado. Me habló como de padre a hijo, de mis aciertos y errores, me habló de la envidia, la vanidad, la incomprensión y la intolerancia, de todo lo que corroe el alma del hombre. Después de analizar los errores y las virtudes de la gente me decía que mientras no eliminemos estas debilidades nunca podremos llegar al conocimiento de los mundos superiores en los cuales, ciertamente, se encuentra la música. Admiré más que nunca su sentido de responsabilidad, respeto y sobre todo el cumplimiento de su deber, es decir, el deber impuesto por él mismo. La gran ciudad de piedra aparece en el horizonte, la tristeza se desvanece de su rostro cuando ambos estamos de acuerdo que mientras más grande es la adversidad, más grande tiene que ser la lucha.

III.           Dicen que el peor día en la vida de un individuo
              es aquel en que no ha reído. 
En este movimiento, que es un scherzo (juego), citaré solamente dos hechos que despiertan, en mí, especial hilaridad. 
Me contaba el maestro que en una oportunidad tocaba en una banda popular. Era una fiesta en el Club Libertad, la cantidad de parejas era tal que no había espacio para los músicos. Parejas y más parejas salían a bailar. Al ver esto el director ordenó parar la música pues no había suficiente oxígeno. Cosa curiosa, dijo el maestro: la gente siguió bailando por un buen rato sin música.

   En otra ocasión era necesario un pianista para que cierto coro acompañara el Himno Nacional. Se encontraban presentes algunos pianistas conocidos, pero nadie se atrevía a salir, pues la parte de piano no se encontraba disponible. Finalmente, al ver don Teófilo que nadie salía, ofreció sus servicios. Al sentarse al piano se da cuenta que el instrumento estaba casi tono y medio bajo de afinación en relación al coro. De inmediato tuvo que acompañar el himno en otra tonalidad para así acompañar al coro. Después se acercó a quien estaba más cerca de él y en voz baja le dijo: “Por eso es que nadie quería tocar”.

IV.          En este movimiento se escucha la melodía triunfal       de alguien que entra por la puerta grande al lugar de los escogidos. Se despide el más grande músico que ha dado esta tierra. Músico no es el que toca un instrumento; músico es el que pone su vida en cada nota que compone o interpreta. Con mucho orgullo debo decir que en 1987 me dedica su Capricho para violín y orquesta, obra que el maestro pudo escuchar el 30 de marzo de 1990. En 1989, en México, tuve la suerte de acompañar con una orquesta de cámara al tenor mexicano José Bosada su canción Una noche junto al mar. En abril de 1990, tengo el honor de dirigirlo como solista estrenando su propia obra Sonatina de las octavas para fagot y orquesta.  Mi última conversación con el maestro tuvo lugar el 23 de agosto de 1990. Le hice saber mis inquietudes y fracasos, pero aún queda una pequeña luz de esperanza para salvar esta ciudad. El 14 de febrero del presente año, nuevamente como homenaje a mi maestro, como lo dije públicamente, trato que don Teófilo entre al mundo superior con música que su propio hijo escribió. Esa Marcha que tantos aplausos arrancó del público mexicano. Así,  a manera de una coda, veo al maestro elevarse al espacio de sonidos donde el tiempo se convierte en su música y el universo en su patria. (Francisco Pereda) 12-enero-1997

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