Se dice que hay gentes que
nacen con “suerte” y otros con “mala suerte”. Es una generalización que no
responde a la realidad. Hay gente que nace rica y otros pobres; unos que
heredan inteligencia y otros que llevan en ellos la terrible semilla de la
ignorancia. Pero la suerte es un factor del azar, de la coincidencia, que,
según la ley de los grandes números, aparece y desaparece aproximadamente el
mismo número de veces en todos los seres humanos.
Ocurre, sin embargo, que la
envidia atribuye a la suerte lo que es en realidad el fruto del talento o del
trabajo. “Buena suerte --ha dicho un
autor anónimo —es la estimación del perezoso sobre los resultados del
trabajador” La suerte tiene tenues fundamentos y lo único cierto en ella es que
cambia. Razón por la cual no resulta fácil “apresar”.
En el mejor de los casos, la
suerte no da, sólo presta. Y presta generalmente al que ya tiene. Los franceses
dicen que no se presta nunca a un pobre, y la suerte es de la misma opinión;
aunque nos referimos a una riqueza infinitamente más valiosa que la material:
actividad, trabajo, inteligencia. La suerte es el agua que hace crecer la
planta, pero necesita para ello fertilizantes y buena semilla. Sin los
fertilizantes del trabajo y la semilla del talento, la “lluvia” de la suerte
corre sin parar y sin producir hacia el mar de la nada…
“Demasiada suerte es mala suerte”, pues
atrofia en la persona humana la capacidad de creación, la posibilidad de
proyectar su alma, su espíritu o su talento hacia horizontes infinitos. La
mejor suerte es saber sin vacilaciones, que sólo con suerte no se tiene nada de
suerte.
HABLEMOS, abril, 1967
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