“Todos
nosotros los que estamos bautizados,
lo
hemos sido para participar de la muerte
de
Cristo. Hemos sido sepultados con Él
por
el bautismo, a fin de que, como Él
resucitó
de entre los muertos… así nosotros
vivamos
una vida nueva”. Romanos, 6, 3-4
LA VIDA NUEVA
Este texto tiene mucho de qué asombrarnos: la idea de
comparar el bautismo con una muerte, con un sepultarse y con una resurrección.
Hasta entonces vivían como hombres y mujeres de este
mundo, llevado de las pasiones buenas o malas; ignoraban a Dios. De ahora en
adelante pertenecen a Cristo resucitado, y van a vivir para Él.
La fe ilumina su vida. El don del bautismo trasforma su
existencia. No creen solamente que Cristo ha muerto y resucitado. Acaban de
participar ellos mismos por el bautismo en este misterio de la muerte y de la
resurrección. Son nuevos: pertenecen a una humanidad nueva.
Nosotros todos, los que estamos bautizados, pertenecemos
a este pueblo nuevo de resucitados que se llama Iglesia. El bautismo nos ha
marcado con la señal de la muerte, de la sepultura y de la resurrección.
UNA LUCHA
Al siguiente día de su bautismo, el nuevo cristiano hace
un cruel descubrimiento. Constata que sigue siendo un pecador. Las viejas
pasiones humanas están siempre presentes en él: el amor al dinero, la dureza de
corazón, la impureza, hasta el odio.
El bautismo no ha cambiado todo en nosotros.
Por eso la vida nueva que el bautismo nos aporta nos
compromete en una lucha contra nosotros mismos. Nos hace morir a las malas
pasiones que están en nosotros. “Hacer morir” es mortificar. La mortificación
voluntaria es una de las armas de los cristianos en esta lucha contra las
pasiones.
A menudo también, las contrariedades, la fatiga, la
enfermedad vienen a “mortificarnos” Hay que tener entonces el coraje de
aceptarlas y de unir nuestros sufrimientos a la Pasión de Cristo.
CON CRISTO
CON CRISTO
Porque no estamos
solos en esta lucha contra nosotros mismos. Cristo está con nosotros. De Él es
de donde tenemos que sacar la fuerza de vivir, de sufrir, de amar.
El Señor está con nosotros, el que ha sufrido y muerto
por nosotros. Cuando sufrimos, comulgamos con su Pasión, nos hallamos en el
camino de la resurrección.
El mal, la enfermedad, el sufrimiento, la muerte, la
separación, la soledad, la injusticia, la pena moral… ¿es que todo eso tiene un
sentido?
1. Es verdad que a nuestros ojos, el sufrimiento es inhumano, injusto, absurdo.
2. La
Pasión de Jesús es el más injusto de todos los sufrimientos, porque alcanza a
aquel que no cometió pecado; hace morir al que nos da la vida.
3. Pero
la Pasión de Jesús se acaba en la gloria de la resurrección. Esta muerte es
manantial de vida para el mismo Jesús y para todos los hombres.
4. Además,
todo sufrimiento, moral o físico, está iluminado por la Pasión y la
Resurrección. Cualquier sufrimiento humano, por injusto que sea, por absurdo,
no conduce a la muerte si no es para atravesarla y desembocar en la
resurrección. Si sufrís y morís con Cristo, dice San Pablo, resucitaréis con
él”.
“Todo cristiano que sufre une su sufrimiento a la Pasión
de Cristo y lo ofrece a Dios como una oración: “Yo completo en mi carne lo que
falta a las pruebas de Cristo, por la Iglesia”.
FETES ET SAISONS Nº 26, traducida al español por María
Teresa Manzano Mendoza.
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