El nombre de Samuel Langley
es uno de los más famosos en la historia de las máquinas voladoras más pesadas
que el aire. Sin embargo, se interesaba por más de una cosa.
Langley (1834-1906) físico y astrónomo
norteamericano que fue el primero en demostrar que los vuelos mecánicos eran
posibles, nació en el estado de Massachusetts. Se educó en Europa y durante un
tiempo practicó la arquitectura y la ingeniería civil. Después su horizonte se
ensanchó aún más; se hizo astrónomo bien conocido y catedrático de física y
astronomía en la universidad de Pitsburgo, que entonces se conocía como
Universidad Occidental de Pensilvania.
En el campo de la astronomía Langley es
famoso por la invención de un instrumento capaz de determinar diferencias
extremadamente pequeñas de calor. El Bolómetro, según se le llama, puede
localizar un cambio de temperatura de menos de cien millonésimas de un grado.
Este instrumento se usa para examinar espectros,
como el espectro de la luz y el calor del sol y para determinar los elementos
de los cuales están compuestos el sol y otros cuerpos, cada elemento, cuando
está caliente, emite un espectro característico y el bolómetro inventado por
Langley se utiliza aún con estos fines de diferenciación.
Cuando nació en Langley el interés por la
aviación era teoría popular que el hombre podría volar si se le equipaba con
alas semejantes a las de los pájaros. Los ingenieros consideraron que sería
esencial que las alas de avión batieran como lo hacen las de las aves. Langley
no fue el primero en considerar ridícula esta idea, pero estuvo entre los más
influyentes que lo estimaban así.
En 1896 presentó lo que llamó un
“aeródromo” --palabra que actualmente se
utiliza para designar aeropuertos o angares – un aeroplano de cinco metros de
largo, cuatro de ancho con un peso de diez kilos. Lo impulsaba un pequeño motor
de vapor de agua.
Fue la primera vez en la historia que voló
una máquina impulsada por energía mecánica. “Aeroplanos” anteriores habían sido
simplemente “papalotes” o cometas y aquellos más pesados que el aire se
mantuvieron en el aire solamente unos cuantos segundos. El avión de Langley
voló casi dos minutos cada vez que fue lanzado al aire y dos minutos era el
tiempo de vuelo posible con el combustible de que se le abastecía.
A partir de entonces Langley dedicó su vida
a la construcción de un avión más grande, que pudiera llevar un hombre. Un
ensayo en 1903 fracasó y él conquistó burlas y murió sin haber podido triunfar
en su idea. Sus realizaciones en 1896, empero, fueron la verdadera alborada de
la era de la aviación.
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