SALPO/Montoya
DE: ORACIONES SIGLO XX
"EL ROSTRO IMPENETRABLE”
SEÑOR:
Hoy quiero hablarte de ese artículo aparecido hace poco
tiempo en cierto periódico vespertino español, bajo el título “En busca del
verdadero rostro de Dios” y subtitulado “El Dios
en el que yo no creo”. Vengo a decirte que, a pesar de las fisuras propias de
un artículo periodístico, las afirmaciones del sacerdote que firma son
correctas y las hago mías.
Sí, Señor, tampoco yo quiero creer en:
“El dios que condene la materia”, el dios que ponga luz
roja a la alegría humana”, el “dios que esterilice a la razón del hombre”, “el
dios árbitro, que juzga siempre con el reglamento en la mano”, “el dios que
exige siempre 10 en los exámenes”, “el dios que adoren los que son capaces de
condenar a un hombre”, “el dios capaz de ser aceptado y comprendido por los
egoístas”.
No, Señor, tampoco yo creo en:
“El dios a quien agrade la beneficencia de quien no
practica la justicia”, “el dios del ‘ya me pagarás’”, “el dios que prefiera la
injusticia al desorden”, “el dios a quien interesen las almas y no los
hombres”, “el dios morfina para la reforma de la tierra y sólo esperanza para
la vida futura”, “el dios a quien le falta el perdón para algún pecado”.
Y no creo en este dios, Señor, porque Tú, único Dios
verdadero, no eres esa caricatura, sino la Bondad, la Belleza y la Fidelidad,
encarnadas en Cristo, “el más hermoso entre los hombres”, “que pasó por la
tierra haciendo el bien”.
Rafael de Andrés
DOM. III DE PASCUA
Los discípulos de Emaús
“Ese mismo día, dos discípulos iban de
camino a un pueblecito llamado Emaús, conversando de todo lo que había pasado.
Mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a caminar a
su lado, ‘pero algo les impedía reconocerlo. Jesús les dijo: ¿qué es lo que van
conversando juntos por el camino?’. Ellos se detuvieron, con la cara triste”…Lucas 24, 13-35
La finalidad del texto es
enseñarnos acerca del auténtico significado de la cruz, desde la concepción del Padre. Los núcleos fundamentales en la exposición del Maestro, son la Ley y los
Profetas, como la llave que prepara el camino para entender que el proyecto de
Dios es desde siempre y no brotó en un momento determinado de la historia. En
la fracción del pan, los discípulos reconocen que la presencia del Resucitado,
es una realidad sacramental que los anima y fortalece nuevamente en su proyecto
comunitario y en su anhelo evangelizador.
Nostalgia de Dios
La inquietud y la tristeza de la vida, aparte de la
inseguridad y contingencia de la vida, tienen como causa principal, aunque el
hombre no tenga conciencia de ello, la invisibilidad de Dios, la ausencia práctica
de Dios, aunque esté realmente presente en nuestra vida. Como dice aquel
pensamiento de san Agustín, mil veces citado y mil veces cierto: “nos hiciste,
Señor, para Ti y nuestro corazón está intranquilo hasta que descanse en Ti”.
Cuando la ausencia de Dios, no es sólo la ausencia
natural, propia de nuestra condición de viadores, sino ausencia voluntaria y
consciente, la inseguridad e inquietud producidas entran en lo siquiátrico.
Ignor Carusso, el gran siquiatra vienés, ha destacado los graves efectos
síquicos producidos por reprimir el instinto religioso, por vivir como si Dios
no existiera.
En realidad, el único gran motivo de tristeza en la vida
es quedarse sin Dios. Todos los dolores de la vida tienen remedio; o remedio en
sí mismos o remedio en uno mismo, en la adaptación de la propia naturaleza al dolor
irremediable. Pero cuando uno se queda no ya sin salud, sin dinero, sin
compañía, sin prestigio, sin poder, sin trabajo, sino sin Dios, uno ha salido
ya de la existencia y comienza a vagar por la tierra de nadie y de nada del
antidios y del no-ser.
Cristo dice una cosa extraña en el fragmento evangélico:
“el mundo se alegrará”. Cristo reconoce
que el mundo, en el sentido ascético del término, esto es, el anticristo
y el antidios, o el extracristo y el extradios, tiene su alegría. Pero es una
pavorosa alegría, la alegría basada en
la ausencia de Dios; una trágica alegría, como en la bacanal desatada en las
últimas horas en el edificio sitiado, antes de caer en el fuego del enemigo.
Muchas
cosas dan alegría o algo que se le parece: la salud, las cosas, la música, los
espectáculos, la compañía cordial, el éxito… Muchas cosas dan tristeza. Pero
para el cristiano, el motivo profundo de la alegría, el fondo de todos esos
motivos humanos reales, es Dios, la certeza y la esperanza del Dios que no
vemos. Y la única causa real de tristeza es la ausencia de Dios.
José M. de Romaña.
DE MI ÁLBUM