En el momento presente hay una fuerte
confrontación con el proceso de globalización, exacerbada por Donald Trump, que
ha reforzado fuertemente "Estados Unidos en primer lugar", o mejor
dicho, "solo Estados Unidos". Promueve una guerra contra las
corporaciones globalizadas en favor de las corporaciones dentro de Estados
Unidos.
Es importante entender que
se trata de una lucha contra los grandes conglomerados económico-financieros
que controlan gran parte de la riqueza mundial, en manos de un número
pequeñísimo de personas. Según J. Stiglitz, premio Nobel de economía, tenemos
un 1% de multimillonarios contra un 99% de dependientes y empobrecidos.
Este tipo de globalización
es de carácter económico-financiero, dinosáurica; al decir de Edgar Morin, la
fase de hierro de la globalización. Pero la globalización es más que la
economía. Se trata de un proceso irreversible, una nueva etapa de la evolución
de la Tierra a partir del momento en que la descubrimos viéndola desde afuera,
como nos lo comunicaron los astronautas desde sus naves espaciales. Ahí quedó
claro que Tierra y Humanidad forman una única entidad compleja.
El testimonio del astronauta
estadounidense John W. Young, en el quinto viaje a la luna el 16 de abril de
1972, es impactante: «Abajo está la Tierra, el planeta azul-blanco, bellísimo,
resplandeciente, nuestra patria humana. Desde aquí puedo meter la luna en la palma
de mi mano. Desde esta perspectiva no hay blancos ni negros en ella, ni
divisiones entre Oriente y Occidente, comunistas y capitalistas, norte y sur.
Todos formamos una sola Tierra. Tenemos que aprender a amar a este planeta del
cual somos parte».
A partir de esta experiencia
se vuelven proféticas y provocadoras las palabras de Pierre Teilhard de Chardin
ya en 1933: «La edad de las naciones ha pasado. Si no queremos morir, es el
momento de sacudirnos los viejos prejuicios y construir la Tierra. La Tierra no
será consciente de sí misma por ningún otro medio sino por una crisis de
conversión y de transformación». Esta crisis se ha instalado en nuestras
mentes: ahora somos responsables de la única Casa Común que tenemos. Y hemos
inventado los medios para nuestra propia autodestrucción, lo que aumenta aún
más nuestra responsabilidad sobre todo el planeta.
Si nos fijamos bien, esta
toma de conciencia irrumpió en los albores del siglo XVI, precisamente en 1521,
cuando Magallanes dio la vuelta por primera al globo terrestre, comprobando
empíricamente que la Tierra es redonda, y que podemos llegar a ella desde
cualquier punto donde estemos.
Inicialmente la
globalización se llevó a cabo en forma de occidentalización del mundo. Europa
comenzó la aventura colonial e imperialista de conquista y dominación de todas
las tierras descubiertas y por descubrir, puestas al servicio de los intereses
europeos corporificados en la voluntad de poder que bien podemos traducir como
voluntad de enriquecimiento ilimitado, imposición de la cultura blanca, de sus
formas políticas y de su religión cristiana.
Desde las víctimas de este
proceso, esta aventura se hizo bajo una gran violencia, con genocidios,
etnocidios y ecocidios. Ella significó para la mayoría de los pueblos un trauma
y una tragedia, cuyas consecuencias se dejan sentir hasta hoy en día, también
entre nosotros que hemos sido colonizados, que introdujimos la esclavitud y nos
rendimos a las grandes potencias imperialistas.
Hoy tenemos que rescatar el
sentido positivo y esencial de la palabra planetización, palabra mejor que
globalización, debido a su connotación económica. El 22 de abril de 2009 las
Naciones Unidas oficializaron la nomenclatura Madre Tierra para darle un
sentido de algo vivo que debe ser respetado y venerado como hacemos con
nuestras madres. El papa Francisco divulgó la expresión Casa Común para mostrar
la profunda unidad de la especie humana que habita en un mismo espacio común.
Este momento es un paso
adelante en el proceso de geogénesis. No podemos retroceder y cerrarnos, como
pretende Trump, en nuestros límites nacionales con una conciencia disminuida.
Tenemos que adecuarnos a este nuevo paso que la Tierra ha dado, este
superorganismo vivo, según la tesis de Gaia. Nosotros somos el momento de conciencia
y de inteligencia de la Tierra. Por eso somos la Tierra que siente, piensa,
ama, cuida y venera. Somos los únicos seres de la naturaleza cuya misión ética
es cuidar de esta herencia sagrada, hacer que sea un hogar habitable para
nosotros y para toda la comunidad de vida.
No estamos correspondiendo a
este llamamiento de la propia Tierra. Por eso tenemos que despertar y asumir
esta noble misión de construir la planetización.
Leonardo BOFF/ 7/abril/17
DE MI ÁLBUM
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