Cusco, agosto de 2016
ÚLTIMO RETRATO. Me agrada
esta foto. La tomé una noche de insomnio en el Cusco, en la soledad de un
cuarto de hotel con mareo y hemorragia nasal, cuando la altura me sofocaba y un
dolor agudo oprimía mi pecho. En esas horas agitadas una feroz taquicardia me
hacía temer un infarto. Me agrada la foto porque es el recuerdo de una dolorosa
lucidez: la de la cercanía de la muerte.
Ya he contado que una noche
en Viena soñé mi muerte. Era una sombra anónima y esquiva, rondando sin rozarme
por calles desveladas y desiertas, entre oscuros árboles y tranvías vacíos y
nocturnos. No podía verla de frente, pues sería mi fin. Sólo intuía su
presencia. Pero sé que ella siempre me acompaña, neutral y discreta, amiga
invisible siempre alerta. Cuando desperté pensé: ¿puede haber algo más
freudiano que soñar la muerte en Viena?
¿Por qué vendría esa noche a
visitarme? Sería tal vez el recuerdo de una madre desesperada por haber perdido
a sus dos hijos esa tarde en San Esteban. ZWEI KINDER inquiría temblando y
llorando entre la multitud, mientras daba vueltas por la plaza. Mi hijo y yo nos
quedamos un rato ahí sentados, junto a un puesto de salchichas, por ver si
veíamos pasar unos niños extraviados. Pero no advertimos nada raro. La gente
deambulaba indiferente por la plaza soleada y concurrida. Aun recuerdo el
rostro de aquella mujer.
El dolor y la muerte son
nuestros más leales compañeros. Perros fieles del destino que parecen acechar
en cada esquina. Para consolarme me digo que ellos no durarán por siempre y que
el absurdo sólo es aparente. El mal es el bien que no comprendo, el golpe del
cincel que nos esculpe, la vara del maestro más severo. Y cada enseñanza suya
es una lágrima. Entonces recuerdo los versos de Emily Dickinson:
I shall know why – when Time is over –
And I have ceased to wonder why –
Christ will explain each separate anguish
In the fair schoolroom of the sky -
[“Sabré la razón cuando el
tiempo acabe
Y deje de preguntarme el por
qué.
Cristo nos explicará cada
angustia
En el aula limpia del cielo
azul.”]
Sé que mi destino final es
perder. Al final del juego habré de devolver todas las fichas y quedarme en
ceros como cuando empecé. La muerte no será una condena sino una aduana.
Esa
aduana llegará, es inevitable, cuando pierda todo y me quede absolutamente
solo. Será entonces el momento de rendir cuentas, la hora del balance y la
auditoría final. Ya no habrá palabras, ni argumentos, ni excusas. Y libre de
mentiras habré de traspasar esa frontera como un viajero sin retorno o como
alguien que regresa a casa. Es imposible que el viaje se detenga en un punto,
un largo viaje que comenzó hace miles de millones de años y del que soy sólo un
fragmento, una gota diminuta del vasto océano. El final de mi viaje sólo será
el comienzo de otro. El punto de partida de una travesía aun más vertiginosa.
Pero si tengo confianza en la misericordia, el paso de esa aduana será una
experiencia fascinante. Entonces nada podrá igualar el júbilo de comprender. Y
no habrá mayor placer que el de conocer la realidad entera y deslumbrante,
cuando encajen todas las piezas del rompecabezas y el dolor del mundo cobre al
fin sentido.
Lo entrevistan al final del Concierto Estreno de la
Séptima Sinfonía de SERGIO BERLIOZ (Abril-17)
DE MI ÁLBUM
Los tres escenarios de Horacio Miguel: Su cumpleaños, su enfermedad y su actividad a semejanza de un buen árbol al que se le poda para dar mayor fruto. Ya hemos dado cuenta de su experiencia publicando sus escritos y se los dedicó a su amigo Francisco.
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