martes, 4 de abril de 2017

ÚLTIMO RETRATO / Horacio PUCHET


                                              Cusco, agosto de 2016

ÚLTIMO RETRATO. Me agrada esta foto. La tomé una noche de insomnio en el Cusco, en la soledad de un cuarto de hotel con mareo y hemorragia nasal, cuando la altura me sofocaba y un dolor agudo oprimía mi pecho. En esas horas agitadas una feroz taquicardia me hacía temer un infarto. Me agrada la foto porque es el recuerdo de una dolorosa lucidez: la de la cercanía de la muerte.

Ya he contado que una noche en Viena soñé mi muerte. Era una sombra anónima y esquiva, rondando sin rozarme por calles desveladas y desiertas, entre oscuros árboles y tranvías vacíos y nocturnos. No podía verla de frente, pues sería mi fin. Sólo intuía su presencia. Pero sé que ella siempre me acompaña, neutral y discreta, amiga invisible siempre alerta. Cuando desperté pensé: ¿puede haber algo más freudiano que soñar la muerte en Viena?

¿Por qué vendría esa noche a visitarme? Sería tal vez el recuerdo de una madre desesperada por haber perdido a sus dos hijos esa tarde en San Esteban. ZWEI KINDER inquiría temblando y llorando entre la multitud, mientras daba vueltas por la plaza. Mi hijo y yo nos quedamos un rato ahí sentados, junto a un puesto de salchichas, por ver si veíamos pasar unos niños extraviados. Pero no advertimos nada raro. La gente deambulaba indiferente por la plaza soleada y concurrida. Aun recuerdo el rostro de aquella mujer.

El dolor y la muerte son nuestros más leales compañeros. Perros fieles del destino que parecen acechar en cada esquina. Para consolarme me digo que ellos no durarán por siempre y que el absurdo sólo es aparente. El mal es el bien que no comprendo, el golpe del cincel que nos esculpe, la vara del maestro más severo. Y cada enseñanza suya es una lágrima. Entonces recuerdo los versos de Emily Dickinson:
I shall know why – when Time is over –
And I have ceased to wonder why –
Christ will explain each separate anguish
In the fair schoolroom of the sky -
[“Sabré la razón cuando el tiempo acabe
Y deje de preguntarme el por qué.
Cristo nos explicará cada angustia
En el aula limpia del cielo azul.”]

Sé que mi destino final es perder. Al final del juego habré de devolver todas las fichas y quedarme en ceros como cuando empecé. La muerte no será una condena sino una aduana.

Esa aduana llegará, es inevitable, cuando pierda todo y me quede absolutamente solo. Será entonces el momento de rendir cuentas, la hora del balance y la auditoría final. Ya no habrá palabras, ni argumentos, ni excusas. Y libre de mentiras habré de traspasar esa frontera como un viajero sin retorno o como alguien que regresa a casa. Es imposible que el viaje se detenga en un punto, un largo viaje que comenzó hace miles de millones de años y del que soy sólo un fragmento, una gota diminuta del vasto océano. El final de mi viaje sólo será el comienzo de otro. El punto de partida de una travesía aun más vertiginosa. Pero si tengo confianza en la misericordia, el paso de esa aduana será una experiencia fascinante. Entonces nada podrá igualar el júbilo de comprender. Y no habrá mayor placer que el de conocer la realidad entera y deslumbrante, cuando encajen todas las piezas del rompecabezas y el dolor del mundo cobre al fin sentido.

                                 Lo entrevistan al final del Concierto Estreno de la 
                                            Séptima Sinfonía de SERGIO BERLIOZ (Abril-17)
DE MI ÁLBUM


1 comentario:

  1. Los tres escenarios de Horacio Miguel: Su cumpleaños, su enfermedad y su actividad a semejanza de un buen árbol al que se le poda para dar mayor fruto. Ya hemos dado cuenta de su experiencia publicando sus escritos y se los dedicó a su amigo Francisco.

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