23-marzo-2017
El último examen: el acto de
morir
Los seres humanos, sin
ninguna excepción, somos seres para morir. El rico y el pobre enfrentan este
último examen de la existencia: el acto de morir. Pocos son aprobados por
demostrar serenidad y aceptación del proceso vital; pero, muchos son
desaprobados por sus quejas y por no aceptar el proceso fatal.
Las tumbas son depósitos de
enfermedades
Después de que el cuerpo es
declarado muerto, el cadáver es depositado debajo de la tierra (acto descrito
con los verbos enterrar, inhumar) o metido dentro de un nicho (el verbo
ennichar, es de poco uso). Dentro del nuevo hábitat, las bacterias, los hongos
y los virus siguen vivos y dispuestos a salir algún día para apoderarse de otro
cuerpo vivo. Cuántos profanadores de tumbas mueren contagiados por enfermedades
raras.
Si antes los cementerios
estaban fuera de los pueblos; ahora quedan dentro de las ciudades debido al
crecimiento urbano. Y algunos se han convertido en atractivos turísticos con
cafeterías y restaurantes. Aun así, no dejan de ser los depósitos de gérmenes
patológicos.
Los andinos y los coreanos,
que conservan la cultura tradicional, prefieren la tumba en las partes altas
desde donde puedan verse abajo el pueblo, el río y el camino. Nunca debajo de
acequias ni en los lechos de los ríos aunque estén secos.
La vida y la muerte son
también negocios
Si el ser humano es un
objeto mercantil en vida, después de la muerte lo sigue siendo. Algunas
instituciones de salud negocian con la salud. Atienden al paciente según su
condición económica.
También hay prósperos
negocios gracias a los muertos. Las funerarias, relacionadas con los
hospitales, ofrecen ataúdes y velatorios según las categorías económicas. Los
vendedores de arreglos florales ofrecen ramos y adornos de diferentes precios.
Los actos litúrgicos (misas y responsos), muchas veces, tienen categorías según
la paga. Los cementerios diferencian a los pobres y ricos con fosas comunes, nichos
y lotes de terreno para mausoleos. Las clases de tumbas, indudablemente,
demuestran las jerarquías económicas post mortem. Las lápidas y otros adornos
marcan las diferencias. El difunto, sin excepción, es tratado según las
posibilidades económicas de sus familiares.
Juzgando con frialdad: Es
demasiada la complicación para depositar los cadáveres con muchas enfermedades
latentes.
Por el culto a los muertos
(necrolatría) y otras creencias sobre la existencia post mortem, pocos se
atreven a tocar los cementerios que guardan los cuerpos podridos y resecos. Las
autoridades, que dependen del voto popular, son los que menos se atreven porque
temen perder los votos. Además, ellos –seguramente- ya tienen sus nichos o un
lote en el cementerio.
El culto a los muertos
difiere según las culturas y lugares. Por ejemplo, en Corea, prefieren
enterrarse en las partes más elevadas con relación a los valles o llanos.
Además, si los geománticos dicen que tal cerro tiene energías positivas,
inmediatamente sube el precio de los lotes en ese cerro, porque todos los que
pueden pagar desean trasladar los restos de sus antepasados al lugar de buenas
energías. Es que, si los antepasados reposan en un lugar de buenas energías,
ellos ayudarán mejor a sus descendientes.
La incineración es una buena
alternativa.
Cremación en Ubud, Bali
Cremación de un ataúd
Crematorio Hayumbe en Bath (Inglaterra)
Los budistas, desde hace
muchos siglos, practican la cremación. Las cenizas de los difuntos las arrojan
a los ríos, mares y montañas sin peligro de contaminarlos. Este acto, de
ninguna manera, significa que amen menos a sus difuntos.
Investigando sobre la
incineración en los pueblos antiguos de América, hallo el caso de los pánucos
(Veracruz – México) que antes de la llegada de los españoles incineraban a sus
médicos muertos (Francisco López de Gómara: Historia General de las Indias).
Por tanto, los budistas asiáticos no son los únicos que practicaron este rito
en la antigüedad.
Ahora, un caso familiar:
Cuando mi padre tuvo sus achaques a un siglo de su existencia, tuvimos una
reunión familiar donde hablamos sobre este asunto. El anciano nos habló con
toda lucidez: “Wañuskiptii, kay aytsaata waykayanki. Ima qishyaynii nuqawan
ushakaatsun. (Cuando me muera, quemen mi cuerpo. Que mis males se acaben
conmigo). No quiero que mi cuerpo se reseque en el nicho porque, por un terremoto,
mis huesos caerán en pedazos. Entonces mi calavera rodará como pelota. -Se
refería al terremoto de 1970 que derrumbó nichos en los cementerios de Áncash-.
¡Qué vergüenza! Quiero que mi cuerpo se convierta en polvo lo más pronto
posible. Pero, por favor, que una porción de mi ceniza vuelva a nuestro
pueblo”.
Ese día comprendí que la
madurez mental no sólo se logra por la educación escolarizada. Mi padre, un
campesino andino, sabía de Tanatología y Ecología mucho más que los egresados
de las universidades. El quechua era sólo un código para transmitir lo que
había reflexionado. Cuando falleció a los 102 años fue incinerado en Trujillo y
una porción de su ceniza la llevé al pueblo natal.
Así como aumenta la
población, también aumentan los muertos; por tanto, se requiere de más espacio
para las necrópolis. Este problema se puede solucionar con las cenizas
guardadas en pequeñas urnas, y éstas se pueden conservar donde sea sin temor de
que contaminen el medio ambiente. Y algunos piden que sus cenizas sean vertidas
en ríos, mares, montañas y hasta en sus chacras para confundirse con la Madre
Tierra. Quizás así, el amor por nuestros difuntos podría pasar a la naturaleza.
Cementerio de minitumbas en Helsinki
¿Quiénes se oponen a la
incineración?
Los que más se oponen a la
cremación son las instituciones que se benefician con el negocio de las tumbas.
Pero, en los cementerios también hay lugares para conservar las cenizas de los
familiares.
Quienes consideran a la
Biblia como la única fuente de la verdad, buscan allí las respuestas a todos
los problemas, al no encontrarlas, no dan el paso hacia el cambio. Con la
interpretación literal de la “resurrección de los muertos”, cuestionan: Si se
queman los cuerpos, ¿cómo van a resucitar?
Un sacerdote andino, cuando
hablamos sobre la cremación, dijo: “Eso no dice La Biblia. Y yo ya compré mi
sitio”.
Pero otro sacerdote de mucha
reflexión, Wenceslao Calderón de la Cruz, me confió su decisión: “Yo quiero ser
incinerado, y me gustaría quedarme en el local parroquial que fue
construido con la participación de los fieles y la ayuda económica de los
católicos de Alemania y Corea del Sur”. Gracias a Dios, se cumplió su deseo. Y,
desde su cremación, hay más incinerados en su parroquia.
Si realmente queremos evitar
la contaminación de nuestro hábitat, la cremación es la alternativa más
conveniente. Para aceptarla, hay que hacer el esfuerzo de cambiar nuestra
tradicional manera de pensar. Y el Perú tiene muchos recursos de combustión
como el carbón de piedra y gas.
(Nota. Como el autor pide hacer un esfuerzo para cambiar, me preocupa el uso del carbón y el gas, para la combustión, altamente dañinos al globo, al que hay que cuidarlo con cariño. (Hasta una cerilla es nociva). En el Cementerio de Miraflores (Trujillo) se suprimió el crematorio a pedido de los ciudadanos, por el olor a "chanchito horneado").
DE MI ÁLBUM
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