“CAPULÍ”
¡Oh coposo capulí de mis recuerdos!
En tus ramas se columpian
los muchachos y pájaros
golosos,
entintándose los picos
con tus frutos rojinegros,
redonditos, como “chanos” de
jugar.
Yo que fui también muchacho,
mil de veces desgarré mis
pantalones
asaltando en “Kumbikus” tus frondales
por coger tus dulces guindas
y en mis labios de granuja
almibarar.
¡Cuántas veces!
bajo el aire de tus rizos
trasegué rudamente a la
sesera
muchos folios historiales
y otros temas de científicas
materias,
al sentir con pavidez que el
gran Diciembre
ya pisaba los talones de mi
vida estudiantil.
¡Cuántas veces! a la sombra
de tus densos ramazones,
designé también goloso
las cerezas de unos labios
que al sabor de tus granos uviformes
se encendían más y más.
¡Oh coposo capulí de mis
recuerdos!
Cuando hoy rondo tus
laderas,
y en tu alfombra otoñal de
muertas hojas,
abro el libro de mi vida;
siento ganas de volver a mis
pañales,
y trepar, de crecidito tus
frondales,
y gustar tus ricas drupas,
sin aquellas inquietudes
que, en los años viriles,
hacen ácida la vida
como gajos de limón.
CAMPESINA
Mama Okllo, mansa y triste,
rojo cando de la estancia,
que los Andes poetisas
con tus trenzas tan oscuras,
como las alas del tordo;
con tus senos temblorosos,
como perdices cautivas;
con tus duras pantorrillas,
color de barro cocido,
con tus caderas pomposas
y tus llurimpas teñidas de
cerezas y azafrán.
Compañera resignada del inkásico
mitayo,
que de sol a sol se [pasa
arrojando la simiente
en el hondo surco abierto
con su arado de kinual,
desyerbando sus trigales,
aporcando sus shakukas,
kutipando su maizal.
Mama Okllo infatigable
alma y fibra de tu hogar,
trotadora de caminos
con el kipe de vendimias y
la cría en las espaldas,
¡arre! ¡que arre! a su
borrico
que no quiere caminar.
Mama Okllo, cuyas manos no
conocen
las quietudes de las hembras
pueblerinas.
¡Hila que hila, con el uso
es un símbolo,
a través de las distancias,
en las horas de la paz
domiciliaria,
en la loma y en el borde del
quebracho,
con el ojo avizorando el
rebaño en el pastal
verberadas de tormentas o el
sol canicular.
Indiecita desgreñada,
silenciosa y bien sufrida,
tú conservas en tu espíritu
las ingénitas virtudes
de la hermana de aquel gran
iluminado
que emergió del Titikaka
como el padre de la raza más
pujante de Indoamérica.
Tú conservas en tu entraña
la semilla
del Perú que en el mañana
formidable se alzará.
DE MI ÁLBUM
FORTALEZA DE KUELAP
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