domingo, 1 de enero de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: "ORACIONES DEL SIGLO XX"

“LA MUJER DE TODOS”

Señor: Deja que mi oración de hoy consista en decirle a la Virgen con versos de Claudel:

“Madre de Jesucristo, yo no vengo a rezar.
No tengo qué ofrecer, ni nada que pedir.

Mirarte, llorar de dicha, saber sencillamente
“que soy yo tu hijo y que Tú estás ahí.

Nada más que un momento, mientras todo se para.
Estar contigo, María, donde Tú estás.

Sin decir nada, nada, contemplando tu rostro,
dejando al corazón cantar su propia lengua,
cantar no más, porque se tiene el corazón muy lleno,
como el mirlo que sigue su idea en coplas repentinas.

Porque Tú eres hermosa, porque eres inmaculada,
la mujer en la Gracia al fin restituida.

La criatura en su bien primero y en su plenitud final,
tal como salió de Dios la mañana de su esplendor original.

Intacta infaliblemente porque eres la Madre de Jesús,
que es la verdad en tus brazos, y la esperanza y el fruto.

Porque eres la mujer, el Edén de la ternura olvidada,
cuya mirada halla al punto el corazón
y hace saltar las lágrimas acumuladas, (…)

Porque es mediodía, porque estamos en el día de hoy,
porque Tú estás ahí para siempre,
simplemente porque Tú eres María,
simplemente porque existes Tú,
¡Madre de Jesucristo, muchas gracias!”

        Rafael de Andrés


Y sucedió que, mientras, ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada. (Lucas, 2, 67)



Tres líneas en total. Para narrarnos el acontecimiento más solemne de la historia del mundo, el evangelista Lucas escribe solamente tres líneas. Todo un Dios que viene a “plantar su propia tienda entre nosotros”.

Nuestra “inútil” navidad

…Y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada.
Más tarde dirá: Llamad y se os abrirá. Pero para su madre, que entonces le llevaba en su seno bendito, las puertas permanecen cerradas y los hombres dentro, apostados detrás de la fortaleza de su egoísmo, dispuestos a no ceder ni un solo centímetro de terreno.

Para él no había sitio. Tiene que ir a nacer fuera de la ciudad. Fuera de la ciudad morirá también.

Interiormente nos sublevamos contra aquellos miserables que cierran las puertas a un Dios que viene a nacer entre nosotros.

Pero ¿no será una falsa indignación, un cómodo subterfugio?

Porque, seamos sinceros, nosotros en realidad nos portamos mucho peor. Claro que hemos adquirido un mayor nivel social y nos repugna el hecho de dejarlo abandonado fuera de la puerta. Somos gente educada. No como aquellos…

No, no lo dejamos fuera. Sospechamos el peligro, nos damos cuenta de su nada grata presencia, advertimos que nos va a molestar y que tal vez tendremos que defendernos de él. Por educación no le dejamos fuera. Pero con nuestros  finos modales, valiéndonos de nuestros exquisitos conocimientos diplomáticos, llegaremos a conseguir que su presencia nos resulte “innocua”.

Y así inutilizamos la navidad. Nuestra conducta es más detestable que la de aquellos que le dejaron a la puerta.

¿Por qué?

Cristo viene a traernos la luz.

El pueblo que andaba a oscuras vio una luz intensa.

Sobre los que vivían en tierras de sombras brilló una luz (Is, 9,1)

Y la luz brilla en las tinieblas (Jn, 1, 5)

Pero nos dimos cuenta muy pronto de que la suya es una luz molesta, indiscreta, que se cuela por todos los rincones, que descubre nuestras miserias, nuestras limitaciones, nuestras mezquindades.

Es una luz que no se resigna a ser un puro adorno, sino que compromete, que exige cambios dolorosos en nuestra existencia’.

Es una luz despiadada, fastidiosa, provocativa. Y nosotros, lejos de dejarnos “arrollar” por esta luz maravillosa, de rendirnos ante ella, decidimos hacerle competencia, oponiéndole nuestros pequeños y ridículos farolillos de color.

Y como señal de nuestro infantilismo, nos cubrimos los ojos con las manos, para defendernos  de esa luz que llenó con su resplandor la cueva de Belén.

Manos pegadas a nuestros ojos; insignificantes farolillos de color: así es como conseguimos neutralizar la luz.

Cristo viene para llenarnos de alegría. El ángel lo anuncia a los pastores:
No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo. (Lc. 2, 10)

Alegría, porque sabemos que hay un Dios que piensa en el hombre con amor, que baja hasta el hombre, que se acerca hasta el hombre, ¡que se hace hombre! Un Dios que se hace caminante para recorrer junto a nosotros nuestro mismo camino, compartiendo nuestras penas y miserias, nuestras lágrimas, angustias y esperanzas. Un Dios que viene a traernos la salvación. A todos. Un Dios que se nos revela como la misma misericordia.

Alegría, porque al hombre se le da una nueva posibilidad que podría parecer una locura. “Dios se ha hecho hombre para que el hombre pueda llegar a ser Dios”. Pensándole bien, habría para volverse locos. ¡Locos de alegría!

Pero no es así. Despreciamos la alegría, esa alegría. Cristo ha venido a traernos la felicidad, una felicidad que traspasa todos los horizontes terrenos. Y le consideramos como un intruso. Como un aguafiestas. Como un enemigo de la alegría. Como si viniera a robarnos la tierra o a envenenar esos codiciados manjares terrenos en los que hundimos a diario nuestros dientes.

¿La alegría? Que nos deje ir saboreando en paz nuestras ridículas alegrías humanas, plácidamente atrincheradas en la lóbrega guarida de nuestro egoísmo…

Cristo nos trae sus dones. Mejor; no nos trae sus dones: ¡Se hace don! El don por excelencia.

Y nosotros queremos fingir que no nos damos cuenta de tal don.

Pero es que además, estamos demasiado ocupados en acariciar con nuestras manos al ridículo paquete en que se ocultan nuestros dones, nuestros insignificantes regalos.

Así ahogamos el don bajo una montaña de papeles de color, de juguetes ¡de niñerías!

De esta manera la operación no falla y conseguimos “inutilizar” nuestra navidad. ¡Diplomáticamente!

Es necesario vivir la navidad

Cueste lo que cueste, hemos de “vivir” la navidad. Pobres de nosotros si no lo hacemos. Nos jugamos nuestro propio destino.

Nuestra misión es convertirnos en luz. Que esa luz nos penetre íntimamente, nos transforme, nos haga tan lúcidos y transparentes que los hombres al mirarnos queden deslumbrados, sintiendo todo el encanto y el atractivo de esa luz sobrenatural.

Convertirnos en alegría. No querer ser duros, severos y hasta odiosos guardianes de la verdad. Nuestra misión no es, ¡gracias a Dios! , ser carceleros o policías, sino testigos de la alegría cristiana. Que todo el  mundo entienda que el mensaje de Cristo es un mensaje de salvación, no de condenación. Un mensaje de liberación, no de opresión. Un mensaje de alegría, no de tristeza.

Convertirnos en don. Es costumbre hacer regalos en navidad. Muchos regalos. Queremos así saldar nuestras deudas de gratitud con aquellas personas a quienes debemos algún favor. Pero esto es muy fácil, demasiado cómodo. A un cristiano se le exige mucho más. Tiene la obligación, no de hacer regalos, sino de convertirse él en un regalo, de convertirse en don. Hacer de su vida una entrega sin reservas. Para todos. Porque todos los hombres son sus acreedores. Porque el cristiano ha de sentirse deudor para con todos sus semejantes.

Tengamos valor para examinar frecuentemente nuestra conducta de cristianos a a la luz que proyectan esas tres maravillosas líneas de Lucas. De buscar la sencillez que ellas reflejan. De desmontar esta nuestra navidad mastodóntica y mecanizada. Para descubrir la auténtica navidad y enriquecernos así con su pobreza.

Tal vez la navidad, la navidad que hemos vivido hasta ahora, nos hable más de tristezas que de alegrías. Porque hemos destrozado su verdadero sentido.


Alessandro Pronzato

DE MI ÁLBUM


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