Toronto, 13 de enero, 2017
El extranjero poco informado
de la realidad peruana, desde que llega al territorio peruano, se lleva muchas
sorpresas por los precios oscilantes y hasta arbitrarios de los servicios
privados y públicos. Ocurre que en Perú casi todo se negocia.
Taxis sin taxímetro
La realidad peruana:
Los
taxis no tienen el taxímetro. Por esta razón el cliente y el transportista
negocian primero el precio del servicio.
Si el viajero llega por
avión, apenas saliendo del área de la Aduana del Aeropuerto Internacional Jorge
Chávez, debe aprender a negociar por la falta de tarifas fijas de los servicios
de transporte.
¡Taxi! ¡Taxi! ¡Taxi! ¿A
dónde va?
Vocean muchos conductores
uniformados o en terno mostrando sus nombres que cuelgan sobre sus pechos.
Esperan a los pasajeros en la salida de la aduana. Cuando el pasajero dice el
nombre del destino. Los taxistas, delante de los policías, proponen diferentes
precios y jalonean las maletas.
Hasta las empresas de
transporte que tienen sus mesas en el interior del aeropuerto no tienen
uniformidad de precios. También depende del personal que atiende y del cliente
que solicita el servicio. A algunos extranjeros los engañan cobrándoles en
dólares estadounidenses cuando la tarifa del servicio está fijada en moneda
peruana. Todo porque los signos $ (dólar) y S/. (sol) tienen cierta similitud.
Una profesora procedente de
Canadá me llamó de madrugada desde el aeropuerto quejándose que en la mesa de
la compañía dentro del aeropuerto le querían cobrar en dólares estadounidenses
a pesar de que ella les mostraba el recibo escaneado de un mes antes que le
había enviado para evitar que fuera estafada. Como en ese momento yo estaba muy
lejos para ayudarla, le sugerí que se quejara al policía. Y, cuando ella dijo
en voz alta y resuelta: “Mi amigo peruano me dice que me queje a la policía”,
al instante le aceptaron los soles, pero de mala gana. ¡Qué tal bienvenida al
Perú!
La negociación que se hace
en la calle es más tensa y peligrosa porque los taxis no tienen paraderos
fijos. El taxista, al ver a un posible cliente, se detiene en cualquier lugar
sin importarle que atrás haya otros vehículos en circulación. Acostumbrado a
este modus operandi diario no hace caso a los bocinazos ensordecedores ni a los
gritos de otros perjudicados. El taxi estacionado en plena calle, como es de
suponer, interrumpe el tránsito hasta en las avenidas.
Además, hay vehículos con el
aviso “TAXI” sobre su capote o en la parte delantera del interior. Son taxis
sin permiso legal. Los policías se hacen de la vista gorda ante tantos
“taxistas piratas o informales” porque ellos también, salen a “taxear” en sus
horas libres. Y así, hasta los delincuentes pueden taxear para captar a sus
víctimas.
Voy a … ¿Cuánto es?
-Pregunta el cliente-.
Son … soles. -Responde el
taxista-.
El cliente, no acostumbrado
al regateo peruano o por mucha urgencia o por desconocer la distancia hasta el
lugar del destino acepta cualquier precio que el conductor le dice. “Sonso, no
sabe negociar. Gil.”, calificativos silenciosos del taxista acriollado y abusivo
por el negociazo que acaba de hacer. Desgraciadamente, muy pocas veces la
propuesta del taxista es justa.
Sin embargo, el cliente
canchero o experimentado y conocedor de la realidad citadina del Perú, propone
inmediatamente un precio menor porque, desde el primer momento, duda de la
honestidad del chofer o porque ya está acostumbrado a este negocio entre los
“achorados” o “vivazos”. Después de un juego de tira y afloja se puede llegar a
un acuerdo. Si no se llega al acuerdo, no pasa nada; solamente no se pudo
concretar el “negociado”. El cliente esperará otro taxi. El taxista seguirá
circulando hasta encontrar un cliente “gil” o “vivo”. Al final, ambos son parte
de la misma realidad social; además, se necesitan.
Otros negociados
Al buscar otros servicios
como de electricidad, carpintería, gasfitería (fontanería, plomería en España,
tlapalería en México), vidriería, pintura, zapatería, albañilería, maderería,
etc., también hay que tener mucha suerte en la negociación por la calidad
humana de los agentes del negocio y los operarios.
Hasta en el alquiler y
compra de un inmueble se negocia hasta llegar a un acuerdo.
Los cargos públicos y
privados también se negocian. El congreso, que tiene la misión de legislar,
también negocia los acuerdos. Los políticos y negociantes son hermanitos del
alma porque viven haciendo sus negociazos que, muy pocas veces, los descubren
porque “saben hacer los faenones” legal o ilegalmente, con documentos sobre la
mesa o por debajo de la mesa, con transparencia o con chanchullada.
¿Los peruanos están mejor
entrenados en la negociación?
¿Los negociados diarios
entrenan a los peruanos para realizar buenas negociaciones?
¿Cómo son los
resultados de las negociaciones nacionales e internacionales? ¿A quiénes,
realmente benefician los negociados?
Los hechos escandalosos que
la prensa peruana publica morbosamente en las primeras páginas demuestran que
algunos políticos y sus compinches (facilitadores o intermediarios), son
“expertos en hacer los negociazos”. Aprovechándose del poder, hacen sus
faenones y cutras favoreciendo primero a sus propios bolsillos; muy pocas veces
al pueblo. Con pocas movidas se enriquecen “legalmente”, como se justifican,
aunque no éticamente. Es que el negocio y la ética no caminaron juntos en la
antigua Fenicia, tampoco caminan juntos en el Perú actual.
Cuando las autoridades
investigan o pretenden investigar alguna negociación escandalosa, muy pocas
veces, sancionan a los verdaderos autores y promotores. Con procesos lentos y
con interpretaciones mañosas de las leyes pasan el tiempo hasta que la denuncia
prescribe. Si la denuncia llega al congreso, éste se convierte en un carnaval
de discursos hasta que se instala una comisión para exculpar al amigo o
fustigar al enemigo.
DE MI ÁLBUM
Alpamayo
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