viernes, 27 de enero de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE: ORACIONES SIGLO XX

                Señor: Los hombres dedicados a la enseñanza hemos multiplicado los nombres propios de nuestra labor: doctor, licenciado, catedrático, profesor, maestro… Se nos llena la boca con tales títulos, ya que enseñar significa poseer y repartir la mercancía más noble: la sabiduría.

            Sin embargo, Señor, acabo de leer una frase digna de imprimirse en libro de preces de todos los consagrados al magisterio. Dice así Gabriela Mistral: “Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y tome el nombre de maestra”.

            Me ha hecho pensar, Señor, esta corta plegaria, porque, si bien se mira, nadie es digno de tener discípulos. Fuiste Tú, Sabiduría infalible, quien nos exhortaste a rechazar el título de maestros, ya que “uno solo es vuestro Maestro: el Cristo.

            Por otra parte, Señor, Tú mismo consagras la enseñanza como una obra de misericordia espiritual, y en tus parábolas condenas la inoperancia de los talentos recibidos, entre los cuales destaca la ciencia y la sabiduría sagrada y profana, artística y técnica.

            Por eso, Señor, enséñanos a conjugar el deber de dar a otros nuestra ciencia de Ti y de las cosas, con la humildad de sentirnos indignos de adoctrinar a los demás desde la cátedra laica o religiosa.

    “Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y tome el nombre de maestro”. Amén.

Rafael de Andrés.


DOM. IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Las Bienaventuranzas


“Jesús, al ver  a toda esa muchedumbre, subió al cerro. Ahí se sentó y sus discípulos se le acercaron. Comenzó a hablar, y les enseñaba así: ‘Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos’
‘Felices los que lloran, porque recibirán consuelo’.
‘Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia’.
‘Felices los que tienen hambre y sed de Justicia, porque serán saciados’.
‘Felices los compasivos, porque obtendrán misericordia’.
‘Felices los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios’.
‘Felices los que trabajan por la paz, porque serán reconocidos como hijos de Dios’.
‘Felices los que son perseguidos por causa del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos’.
Dichosos ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo. Pues bien saben que así trataron a los profetas que hubo antes que ustedes”. Mateo 5, 1-12

Desde la cátedra de la montaña, el Señor nos ofrece el proyecto de vida a través de las bienaventuranzas que todos debemos seguir y así conseguir una sociedad nueva desde los lineamientos del Evangelio. Con las bienaventuranzas nos empuja a ser actores fundamentales del proyecto de Dios en los cauces de la historia, pero también para que se presente la cercanía de Dios que impulsa y proyecta la realización humana hasta sus más altas cumbres, la santidad. Por lo tanto las bienaventuranzas son un bello vitral que nos ofrece los caminos de la perfección cristina desde la óptica del reino de los Cielos.

LOS FELICES AÑOS DE NUESTRA VIDA


Viendo Jesús la cantidad de gente que le rodeaba les enseñó algo importante: Bienaventurados los pobres de espíritu... Bienaventurados los que lloran... Bienaventurados los que sufren persecución...  Es fácil imaginar el desconcierto y la sorpresa de todas las personas que le oyeron.

La gente pensaba y sigue pensando que la felicidad está en tener dinero, en tener salud, en sentirse aceptado por los demás... Y Jesús enseña precisamente lo contrario: que la felicidad está en las cosas en las que solemos llamar desgracias, porque son ellas las que ordinariamente nos acercan más a Dios, y nos hacen mejores.

Y, por el contrario, un hombre puede ser infinitamente desgraciado aunque tenga muchas cosas. A veces habría que decir: ¡qué pena esa familia: le ha tocado la lotería: ahora empezarán todos a pelearse!

Por eso, el Señor siguió diciendo en el discurso: ¡Ay de vosotros, los ricos! (...) ¡Ay de vosotros, todos lo que sois aplaudidos por los hombres (…)!

Las Bienaventuranzas señalan el camino para el cielo. Normalmente es un camino difícil en el que hay que confiar en Dios, que saca bien del mal, y de los grandes males, grandes bienes.

Jesús quiere que aprendamos a confiar y abandonarnos en Dios incondicionalmente ante el hambre, la pobreza, los fracasos... porque la realidad no termina ahí: quizás nunca seremos ricos en esta tierra, pero tendremos más felicidad que los ricos en esta vida, y luego en la otra. Pues, como dice San Josemaría: «La felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la tierra»

La Virgen reza: Mi espíritu se alegra en Dios, mi Salvador (...) Colmó de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada.

Foro de Homilías.

DE MI ÁLBUM

                                        Caminos del Amazonas

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