DE: ORACIONES SIGLO XX
Señor: Los hombres dedicados a la enseñanza hemos
multiplicado los nombres propios de nuestra labor: doctor, licenciado,
catedrático, profesor, maestro… Se nos llena la boca con tales títulos, ya que
enseñar significa poseer y repartir la mercancía más noble: la sabiduría.
Sin embargo, Señor, acabo de leer una frase digna de
imprimirse en libro de preces de todos los consagrados al magisterio. Dice así
Gabriela Mistral: “Señor, Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y tome el nombre
de maestra”.
Me ha hecho pensar, Señor, esta corta plegaria, porque,
si bien se mira, nadie es digno de tener discípulos. Fuiste Tú, Sabiduría
infalible, quien nos exhortaste a rechazar el título de maestros, ya que “uno
solo es vuestro Maestro: el Cristo.
Por otra parte, Señor, Tú mismo consagras la enseñanza
como una obra de misericordia espiritual, y en tus parábolas condenas la
inoperancia de los talentos recibidos, entre los cuales destaca la ciencia y la
sabiduría sagrada y profana, artística y técnica.
Por eso, Señor, enséñanos a conjugar el deber de dar a
otros nuestra ciencia de Ti y de las cosas, con la humildad de sentirnos
indignos de adoctrinar a los demás desde la cátedra laica o religiosa.
“Señor,
Tú que enseñaste, perdona que yo enseñe y tome el nombre de maestro”. Amén.
Rafael
de Andrés.
DOM. IV DEL TIEMPO ORDINARIO
Las Bienaventuranzas
“Jesús, al ver a toda esa muchedumbre, subió al cerro. Ahí
se sentó y sus discípulos se le acercaron. Comenzó a hablar, y les enseñaba
así: ‘Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el Reino de
los Cielos’
‘Felices los que lloran, porque
recibirán consuelo’.
‘Felices los pacientes, porque recibirán
la tierra en herencia’.
‘Felices los que tienen hambre y sed de
Justicia, porque serán saciados’.
‘Felices los compasivos, porque
obtendrán misericordia’.
‘Felices los de corazón limpio, porque
ellos verán a Dios’.
‘Felices los que trabajan por la paz,
porque serán reconocidos como hijos de Dios’.
‘Felices los que son perseguidos por causa
del bien, porque de ellos es el Reino de los Cielos’.
Dichosos ustedes cuando por causa mía
los maldigan, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y
muéstrense contentos, porque será grande la recompensa que recibirán en el
cielo. Pues bien saben que así trataron a los profetas que hubo antes que
ustedes”. Mateo 5, 1-12
Desde la cátedra de la
montaña, el Señor nos ofrece el proyecto de vida a través de las
bienaventuranzas que todos debemos seguir y así conseguir una sociedad nueva
desde los lineamientos del Evangelio. Con las bienaventuranzas nos empuja a ser
actores fundamentales del proyecto de Dios en los cauces de la historia, pero
también para que se presente la cercanía de Dios que impulsa y proyecta la
realización humana hasta sus más altas cumbres, la santidad. Por lo tanto las
bienaventuranzas son un bello vitral que nos ofrece los caminos de la
perfección cristina desde la óptica del reino de los Cielos.
LOS FELICES AÑOS DE NUESTRA
VIDA
Viendo Jesús la cantidad de gente
que le rodeaba les enseñó algo importante: Bienaventurados los pobres de
espíritu... Bienaventurados los que lloran... Bienaventurados los que sufren
persecución... Es fácil imaginar el
desconcierto y la sorpresa de todas las personas que le oyeron.
La gente pensaba y sigue
pensando que la felicidad está en tener dinero, en tener salud, en sentirse
aceptado por los demás... Y Jesús enseña precisamente lo contrario: que la
felicidad está en las cosas en las que solemos llamar desgracias, porque son ellas
las que ordinariamente nos acercan más a Dios, y nos hacen mejores.
Y, por el contrario, un
hombre puede ser infinitamente desgraciado aunque tenga muchas cosas. A veces
habría que decir: ¡qué pena esa familia: le ha tocado la lotería: ahora empezarán
todos a pelearse!
Por eso, el Señor siguió
diciendo en el discurso: ¡Ay de vosotros, los ricos! (...) ¡Ay de vosotros,
todos lo que sois aplaudidos por los hombres (…)!
Las Bienaventuranzas señalan
el camino para el cielo. Normalmente es un camino difícil en el que hay que
confiar en Dios, que saca bien del mal, y de los grandes males, grandes bienes.
Jesús quiere que aprendamos
a confiar y abandonarnos en Dios incondicionalmente ante el hambre, la pobreza,
los fracasos... porque la realidad no termina ahí: quizás nunca seremos ricos
en esta tierra, pero tendremos más felicidad que los ricos en esta vida, y
luego en la otra. Pues, como dice San Josemaría: «La felicidad del Cielo es
para los que saben ser felices en la tierra»
La Virgen reza: Mi espíritu
se alegra en Dios, mi Salvador (...) Colmó de bienes a los hambrientos, y a los
ricos los despidió sin nada.
Foro de Homilías.
DE MI ÁLBUM
Caminos del Amazonas
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