Toronto, ciudad
pluricultural
Vivir, aunque sea por unos
meses en la ciudad de Toronto, centro financiero de Canadá, es experimentar la
vida de una sociedad multicultural y polícroma. Hay el contacto diario con
personas de diferentes colores de piel: blanca, oscura y semioscura, de
variedad de vestidos y de diferentes creencias religiosas porque hay templos
católicos, protestantes, musulmanes e hinduistas. Toda esta heterogénea
población es el resultado de las olas de inmigrantes procedentes de Europa,
Asia, África y de los países sureños de América.
Aunque estos ciudadanos
tengan lenguas maternas diferentes usan el inglés como lingua franca en sus
comunicaciones; sólo cuando se dan cuenta de que tienen la misma lengua materna
vuelven al uso de ésta. Es que Canadá es un país de mucha apertura.
En las calles, parques,
mercados, galerías, restaurantes, cafeterías y hospitales se vive con la
voluntad de compartir el espacio. Los niños y mayores de edad son tratados con
respeto.
Es la convivencia social
haciendo los esfuerzos de asumir la variedad.
En cada barrio hay un centro
comunal (Comunity Centre) con piscina, gimnasio, sala de reunión con
periódicos, revistas, juegos de mesa y televisores, sala de estudios, centro preescolar,
cafetería, biblioteca, servicios higiénicos y jardín. Las personas mayores sin la
carga laboral se reúnen aquí con los amigos y vecinos desde las horas matutinas
(se abre a las 9 am), pasan las horas conversando de todo, bromeando y haciendo
ejercicios mentales y físicos. Como el invierno de aquí es frígido con la
temperatura bajo cero muchas personas acuden a la piscina atemperada y al
yakuzzi cálido desde donde contemplan el paisaje exterior blanco por la nieve
acumulada.
¿Dónde están los indígenas
de Canadá?
Los aborígenes canadienses
como los inuits, algonquinos, iroqueses y nadenes no están visibles, no es
fácil entrar en contacto con ellos. Durante los largos años de conquista y colonización
los cristianos ingleses y franceses les arrebataron las mejores tierras, les destruyeron
sus templos y los desterraron a las zonas más lejanas e inhóspitas. Los topónimos
como Canadá (poblado), Ontario (gran lago), Otawa (nombre de una tribu), Toronto
(lugar de encuentro) son muestras. También cuatro palabras indígenas han pasado
al castellano a través del inglés: caribú (reno americano), iglú, mocasín,
tobogán.
Inolvidable experiencia
El jueves 12 de enero de
2017, a las 10 am. mi esposa y yo llegamos, como otros días, al Comunity Centre
de Woodbridge para entrar “Al Palladini Pool”. Después de ponernos la ropa de
baño y ducharnos ingresamos. Encontramos a gente de mayor edad (sexagenarios,
septuagenarios, octogenarios y hasta nonagenarios). Unas cinco personas gozan
del hidromasaje en yakuzzi. En la piscina algunos nadan, otros caminan; pero un
grupo está congregado hablando en italiano y en voz alta. Los movimientos de
brazos y manos expresan el momento de emotividad. Sin dar importancia a
conversaciones ajenas entramos a nadar porque ya estamos acostumbrados de
escuchar el italiano en esta zona donde viven más los procedentes de Italia.
Apenas nadamos unos minutos,
cuando los vigilantes y salvavidas nos sorprenden: unos hacen sonar sus
silbatos; otros, casi a gritos y con gestos de brazos, nos piden que salgamos
inmediatamente de la piscina y yakuzzi porque hay problemas. Sorprendidos comenzamos
a salir uno tras otro. Ante la curiosidad y preguntas continuas, nos avisan la verdadera
causa: Hay excremento en el agua. Y, precisamente, en ese momento ingresan tres
señores en ropas especiales portando sus materiales, van a limpiar la piscina.
La salida anunciada por unos minutos se cambia. La labor de limpieza durará
mínimo dos horas.
Tampoco se puede usar el
yakuzzi porque la misma agua circula por los dos ambientes.
Las mujeres y varones nos
dirigimos a nuestros respectivos vestuarios y duchas. Unos se movilizan con
bastones y andadores en forma de U, otros caminan con cuidado y lentitud porque
los años pesan de verdad. Unos son voluminosos y rollizos; otros son entecos y huesudos.
Como todos somos mayores, comprendemos la situación y hablamos con seriedad
sobre el problema de la senectud: “Posiblemente a alguna persona mayor se le ha
escapado el excremento al hacer un esfuerzo repentino dentro de la piscina”. Es
la terrible conclusión a la que llegamos.
El invierno y la vejez
Este acontecimiento en
Canadá me hizo recordar vivamente a mi centenario padre quien, en sus últimos
años, vivió en la ciudad de Trujillo (Perú). La familia se reunió para celebrar
sus cien años de vida. Se puso muy feliz al ver a los hijos, nietos, bisnietos
y tataranietos celebrando su longevidad. Pero, después de esa breve felicidad
se puso serio, nos clavó la mirada y habló con sinceridad algo que habría
preparado silenciosamente:
¡Ay, wamrakuna! (¡Ay,
menores! La vejez, escúchenme bien, no siempre es felicidad porque tu cuerpo te
crea muchas limitaciones. Mírenme a mí, soy un anciano con su pañal.
Llullu tikrashkaa (Me he
convertido en bebé). Por algo ya no salgo a pasear como antes.
Ahora me gana el sueño.
Cuando ya no me despierte, considérenme muerto. Y quemen mi cadáver para no
podrirme ni dar vergüenza con mis huesos. Tú, -me dirige la mirada sólo a mí-,
cumple la promesa de llevar mi ceniza a nuestra chacra de Tsakpaa. Perdón, ustedes
sigan conversando; a mí llévenme a mi cama.
Lo que nos dijo el anciano
andino, mi padre, era la verdad: Nacemos para cumplir un proceso vital que
llega también a su fin. El acto de dormir es un aprender a morir.
El invierno es la estación
que más se parece a la vejez, paso previo al final de la vida.
Todo ser que nace, crece, se
desarrolla y se reproduce está destinado a morir. Sólo el necio evade a pensar
sobre esta ley natural y no la asume. Por eso, la vejez hay que vivirla con dignidad
preparándose a recibir la hora fatal sin dar lástima a nadie. Es el último examen
que se debe aprobar.
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