EL POEMA DEL CARNAVAL
I
¿Qué estrella ordeñaré para
mi canto?
¿Qué vientos pondrán
música en mis frondas?
¿Qué redes echaré dentro de
mi océano
para pesar en su oleaje un
verso?
No sé… pero con todo,
dejemos que los nervios
aleteen
y transpiren por mis sienes
sin laureles
un sudor de pensamientos y de
locas fantasías,
ya que loca fantasía es
también el Carnaval…
Carnaval. Carne vale. Carne,
adiós.
¿Fiesta báquica? ¿Orgía
saturnal?
¿Religiosa emoción? ¿Falsa
deidad?
¿Parodia de la vida? ¿Remedo
de la muerte?
Aquello y esto puede ser…
Que diga esa careta, que
diga ese antifaz…
Que digan las mandíbulas
desnudas…
Que digan los gusanos que
nos roen,
si hasta la tumba misma no vamos
disfrazados
para tornar disfrazados otra
vez…
¿Carnaval?
Rebullo, fermento, floración
de aquellos que la carne más
anhela
en su afán emocional de
eternidad.
Madurez de fresales y
hesperidios
para enjugar de lírica
alegría
las insípidas bocas de las
horas
que regala el desencanto.
Un prisma se diría que se
forja
con todas las fuerzas
negativas del Destino
y que, en fuga de
esperanzas,
espectrosolariza breves
ratos nuestras vidas.
¿Carnaval?
Anunciación, pagana
anunciación, allá en edad remota
y una eufórica barca que
fondea
en la rada azulina de los
sueños
de la pobre Humanidad…
Ilusorio miraje, claro.
Gota frágil que se ahoga en
la amargura
de la ilusión de hoy, rota
mañana.
Absurdo amanecer, pero que
alumbra
para cavar la grieta que ha
de guardar las lágrimas
que siempre se alzan en
triunfal retoño…
Carnaval, Carne vale. Carne,
adiós.
Farsa, risa, escena bufa,
donde todo corazón
protagoniza
de Pierrot, Arlequín o
Colombina,
fijando en sintético diorama
la eterna mascarada de la
Vida.
Fantasmagoría de color y de
luz
de ardentía de sangre,
de tanteos de almas,
de dardeos de ojos,
de crispación de nervios,
de reventazón de labios,
de pálpitos de carne,
de fuerzas subterráneas que
despiertan
en un encendimiento creador…
II
Pero por encima de las
lindas serpentinas
que se enredan en los
cuellos más ebúrneos,
por encima de toda mixtura
que florece
en los rizos más sedeños,
por encima del fluído
perfumado del éter enervante,
por sobre de la mueca y la
farándula
y de todo el aguacero de
emociones
que desata de su nube el
Carnaval,
busquémosle su auténtico derecho,
busquémosle su auténtico derecho,
busquémosle su flanco más
seguro,
busquemos el latido más
genésico
que al hombre concitó a
divinizarlo.
Si la vida es una cruz
y en cada clavo suyo
revienta una ilusión,
claro está que Dios Momo es
una yema
de esa cruz de dolor que nos
alienta.
Y claro que es gestado por
el hombre
en un gran estremecimiento
metafísico
de crear otro dios para sus
llagas
-en minúsculo
paréntesis-
ya que el Dios adorado todo
el tiempo
no se muestra capaz de
remediarlas…
Tal la fuerza de arranque de
este Mito
que nos da la ilusión del
dolor roto,
en los días que preceden a
las frentes
ungidas por el hueso hecho
ceniza,
bajo el eco del bíblico
anatema
“memento homo quia pulve es
et in pulvere reverteris”.
Siendo así el Carnaval,
un sentido vital y filosófico
le rescata de su frívola
apariencia
y tiene un buen por qué su
adoración.
Por eso es que hoy saludo
la fugaz insurgencia del
dios Momo
y en volutas melodiosas van
mis himnos a su altar.
Porque sé que Momo es gajo –aunque
mísero y pequeño-
de esa viña frondosa de
ilusiones,
en cuyos frutos hallan:
Ímpetu el corazón, la mente
sueños
y el espíritu humano fe y
certeza
para obrar en lo increado
como Dios…
Siendo así el Carnaval
¡adelante, juventud!
danzad, reíd, cantad,
contagiaos con la cálida
tufarada del placer,
poned alborozo dionisíaco
en toda la hilazón del
festival.
Pero eso, sí, cuidando
de tener siempre en flor los
corazones,
saltando de contento
con la blanca vestidura de
Pierrot
y rehusando la careta
enhollinada de Arlequín.
Teniendo siempre tenso el
amor, tenso y muy tenso,
ese amor que adivina y que
comparte
el dolor de los demás,
de suerte que el resorte no
se afloje
de la santa voluntad de
redimir,
que es el único timón que ha
de guiarnos
en la conquista audaz del
Porvenir.
DE MI ÁLBUM
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