viernes, 6 de enero de 2017

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


                                                            Salpo, verde

DE: "ORACIONES DEL SIGLO XX


“LUZ DE ORIENTE”
Señor: En este día de tu Epifanía, de tu manifestación a los pueblos paganos, representados en los tres Magos del Oriente, permíteme rezarte la oración del Cardenal Newman, para ser epifanía tuya, irradiación de Ti para todos aquellos que se sitúen en el radio de acción de mi vida.

Jesús mío, ayúdame a esparcir tu fragancia dondequiera que vaya. Inunda mi alma con tu espíritu y tu vida. Penetra todo mi ser y toma posesión de él de tal manera, que mi vida no sea en adelante sino una irradiación de la tuya.

Quédate en mi corazón con una unión tan íntima, que las almas que tengan contacto conmigo puedan sentir en mí tu presencia, y que al mirarme olviden que yo existo y no piensen sino en Ti.

       Quédate conmigo. Así podré convertirme en luz para los otros. Esa luz, oh Jesús, vendrá toda de Ti. Ni uno solo de sus rayos será mío. Yo te serviré apenas de instrumento, para que Tú ilumines a las almas a través de mí.

       Déjame alabarte en la forma que te sea más agradable, llevando mi lámpara encendida, para disipar las sombras en el camino de otras almas. Déjame predicar tu nombre con palabras o sin ellas, con mi ejemplo, con la fuerza de tu atracción, con la sobrenatural influencia de mis obras, con la energía evidente del amor que mi corazón siente por Ti”.

       Señor, como regalo de Reyes en el día de tu Epifanía, te pido ser luz y camino para que cuantos se acerquen a mí sean conducidos a Ti, como los Magos de Oriente a Belén."

        Rafael de Andrés


Del Oriente vienen unos Magos



“Habiendo nacido Jesús en Belén, durante el reinado de Herodes, vinieron unos Magos de Oriente a Jerusalén, preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarlo…
Al ver la estrella, se alegraron mucho, y habiendo entrado en la casa, hallaron al niño que estaba con María su madre. Se postraron para adorarlo y, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Luego regresaron a su país por otro camino, porque se les avisó en sueños que no volvieran donde Herodes”. Mateo, 2, 1-12


   Mago significa en Persia “grande”. En la Biblia y en documentos antiguos es sinónimo de astrónomo, por ser el estudio de los astros un “hobby” frecuente entre los nobles orientales. Epifanía en griego significa aparición, manifestación.

   Los datos históricos referentes a los Magos, conservados únicamente por Mateo, son escuetos y no los presentan como reyes. Esta denominación aparece después del siglo VI, influida probablemente por la descripción poética que hace Isaías de la venida del Redentor: “Vendrán reyes al esplendor de tu amanecer…”

   Mateo no da el número de los Magos, sino de los regalos que ofrecieron al Niño. Las imágenes de las catacumbas y los textos de los Santos Padres presentan desde dos hasta doce. Desde el siglo IV se ha venido fijando su número en tres, por analogía con el número de los regalos: oro, incienso y mirra.

   Mateo no da sus nombres. Un manuscrito del siglo VII, conservado en la Biblioteca Nacional de Francia, los llama Bithissarea, Melchor y Gataspa. Un mosaico de Ravena, siglo IX: Gaspar, Melchor y Baltasar. Zacarías de Crisópolis, siglo XII, imagina sus nombres en griego: Appellius, Fidel; Amerus, Humilde; Damascus, Misericordioso. Y en hebreo: Magalath, Mensajero; Galgalath, Devoto; Saracin, Gracia. Entre los armenios y sirios se les daba nombres que usted pondría con dificultad a su hijito: Badadilma, Kakhda, Badadakharida, Zarvandad, Hormiad, Gushnasaf, etc.

   Su procedencia pudo haber Persia o Caldea  --Irán  e Iraq actualmente --, con notables escuelas astronómicas. O, a juzgar por los presentes, el norte de Arabia, colindante con Palestina. En esas regiones eran conocidas las profecías mesiánicas, difundidas por los hebreos en sus destierros masivos y en sus largos viajes comerciales.

   La estrella, que en el original evangélico tiene una denominación indeterminada, “aster”, ha despertado diversas teorías entre escrituristas y astrónomos: cometa, conjunción de planetas, “Stella nova”, o un meteorito milagroso.

   Todos los problemas y fantasmagorías en torno a este suceso histórico de la infancia de Cristo se deben a sus elementos  --Oriente, magos, regalos regios…-- y a la desesperante brevedad de Mateo que, escribiendo su evangelio para los cristianos de Palestina y a pocos años de los hechos, no narra sino que recuerda y simplemente alude.

   De esos datos históricos, y de toda la niebla de leyenda, queda en pie una clara y simple lección diaria: la fidelidad a la voz de Dios, a la propia vocación, al destino personal.

   El supremo destino de todos es llegar a Dios, a través del viaje de la vida, alimentados por la oración y los sacramentos, guiados por la Revelación, la conciencia, el entendimiento y por las circunstancias ineludibles. Ese viaje consiste en realizarse y perfeccionarse, como ser personal y social, desarrollando las posibilidades, cumpliendo los destinos y deberes, afrontando los desafíos y dolores de la vida.

   Cada cual tiene su camino propio, dentro de ese gran camino.

   Camino propio señalado por las propias capacidades y circunstancias. Camino que no es sólo medio de vida y función en la comunidad, sino vocación, voz de Dios que nos llama con ese nombre profundo nuestro que tratamos de descifrar sobre el mundo.

José M. de Romaña.


DE MI ÁLBUM


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