martes, 30 de agosto de 2011

EL DRAMA DEL HOMBRE / Alejandro PEREDA

Acaso ¿no sufre el hombre por no ser
lo que el salmista sostiene al preguntarse a sí mismo:
quién es el hombre, que te acuerdes de él,
el hijo de Adán, para que de él cuides?

Apenas inferior a un dios lo hiciste,
coronándolo de gloria y grandeza,
le entregaste las obras de tus manos,
bajo sus pies has puesto cuanto existe?

Y ¿no sufre más todavía,
cuando no puede armonizar su creencia
con la primera palabra del Dios único:
"hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra?

Y en mayor extremo,
¿no sufre por el deslumbramiento sentido
a causa del portentoso suceso,
de que ese Dios que se acuerda de él
"se hace hombre, ¡Hijo del Hombre!
expresamente para salvarlo?
¡Las epifanías y las apoteosis confunden al hombre!

¿El hombre es un ser trascendente o inmanente?
O por el contrario, ¿un ser trascendente e inmanente a la vez?

El cristianismo, en el medioevo, al hombre
le dio la prerrogativa de ser eminentemente divino;
pero rodeado de pecado;
por lo tanto, podía, con el infierno, ser castigado.

Es un ser de luz;
pero a la vez
un ser
de gran oscuridad.
Es esta la genial conclusión
expresada con claridad.

Descartes con su "duda metódica"
da un salto con su "cogito, ergo sum".
Partiendo del pensamiento,
prueba su propia existencia,
y así, la existencia de Dios.

Según su filosofía,
Dios crea dos clases de sustancia.
Una de ellas es la clase pensante, la inteligencia,
y la otra, la sustancia extensa, la física
que constituyen el todo de la realidad.

La crisis actual, es no sólo una crisis de escasez,
sino una crisis de un tipo de civilización:
la de haber colocado al ser humano
como "señor y dueño" de la creación.

Ésta para él, no tiene espíritu ni propósito,
y por eso puede hacer lo que quiera con ella.
Debemos reconocer que el cristianismo ayudó
a legitimar y a reforzar esta efímera comprensión.

El Génesis dice claramente:
"llenad la tierra y sujetadla
y dominad sobre todo lo que vive
y se mueve sobre ella".

Después afirma:
"El ser humano fue hecho
a imagen y semejanza de Dios".

El sentido bíblico de esta expresión
es que el ser humano es lugarteniente de Dios,
y como Este es el Señor del Universo,
el hombre es el Señor de la Tierra.

Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió
el carácter sagrado de todas las cosas.
El mundo, al no poseer nada sagrado,
no necesita ser respetado.
¡Héroe y villano otra vez.
Se consuma la tragedia del hombre!

Nietzche proclama la voluntad de poderío:
valor, firmeza y fuerza.
¡Ese sí que es un hombre!
El Súper hombre, que debe buscarse con brío.

Freud advierte:
El hombre está inminentemente constituído por instintos;
el más importante de todos
el sexual, sostiene.

Marx considera:
el instinto económico
es lo que nos da verdaderamente
la cualidad como seres humanos.

Cassirer afirma:
"No poseemos una idea clara y consistente del hombre,
animal racional" , como se estima.
Basta crear la cualidad de darse cuenta de lo que se es
y de lo que puede llegar a ser:
es decir, la característica intrínsecamente humana
de crear símbolos, para así afirmar:
"El hombre es un ser simbólico".

Valery trata de explicar la ambivalencia del hombre:
"reconocemos la esencia del hombre a través del deslumbramiento
y sentimos ese vértigo de la perfección;
pero somos rescatados por la existencia a través de la imperfección.
¡Es la mejor manera de vivir
en un mundo contradictorio!

Para entonces, ¿existe una esperanza para cada hombre?

Esperamos conseguir lo que se nos ha ofrecido:
¡Nuevos Cielos y nueva Tierra!

La esperanza es la virtud de las virtudes,
es el vigor secreto, la sangre de todas las virtudes.
A menudo falta en los corazones mejor dispuestos,
y a menudo surge donde no se pensaba enhiestos.

Por un instante abandonó al propio Hijo de Dios,
y a veces parece que se rebela y vuelve contra Dios.

Pues no hay fe sin Dios,
y difícilmente puede existir caridad sin Dios.
No obstante existe una esperanza
que no reconoce al Señor, que en ocasiones le niega,
y a la que no podemos negar el nombre de esperanza.

La utopía marxista por ejemplo,
lleva en sí la marca conmovedora del sufrimiento y la humillación;
y es una esperanza por varias razones:
porque apunta a un más allá, aun cuando aparentemente la doctrina la sitúa acá,
y porque no separa el destino individual
de la aventura común
"yo espero en tí..... para un nosotros".

Y a mayor profundidad, la utopía marxista es esperanza,
porque la esperanza, como ha demostrado Gabriel Marcel,
contiene a la vez, la espera de lo nuevo y la nostalgia de una antigua pureza:
"será como antes pero de un modo enteramente distinto y mejor que antes".

El fin de la alienación significa,
ese retorno hacia una sustancia integral que fue corrompida
y que nos será devuelta
en la sociedad sin clases.

El marxismo, ¿es una figura de la esperanza cristiana, pero privada de Dios?
¡No puede creerse así!

La esperanza que nosotros buscamos no tiene esa rigidez,
no argumenta con nitidez.
Tiene las gracias de la infancia:
está disponible,
es ingenua y retozona
y actúa con elegancia.

El marxismo es una esperanza horizontal
y que, por eso, recae
sobre la esperanza misma que lo sustenta.

Se ha redescubierto en Teilhard de Chardin
lo que de ella decía Péguy:
que la esperanza es la "creación continuada".

La esperanza cristiana no es una evasión,
que "la expectativa del más allá,
- como escribía Mounier -
despierta inmediatamente la voluntad
de organizar el más acá".

La reconquista de la esperanza es obra interior sin ambages,
fruto de fuerza y de fe, que nos hace solidarios y rebeldes.

¿No es una imagen del hombre o un sueño de la humanidad
que el trabajo propiamente dicho, tomado en toda su extensión,
considere que la permanencia del hombre es la aventura,
y la naturaleza del hombre un artificio?

Asumir esa aventura, dirigir ese artificio,
con el fin de que el hombre, bajo aspectos desconocidos
sea cada vez más hombre o persona:
tal es la tarea en que tradición y revolución dialogan
y se dan recíproco impulso y ejercicio.

Para entonces, aparecerán triunfadores olímpicos
que recibirán una rama de olivo y una corona de laureles
y un eterno reconocimiento, como en la antigua Grecia,
como también seres que "crearán fama y se echarán a la cama"
en alusión al eterno drama existente del hombre.

                        Alusivo al nuevo gobierno.

lunes, 29 de agosto de 2011

SER HUMANO: POÉTICO Y PROSAICO. Boff.

                                                                                 UNO de los inspirados poetas alemanes, Friedrich Hóderlin (1770-1843), dijo lo siguiente: "El ser humano habita poéticamente la Tierra". Este pensamiento lo completó luego un pensador francés, Edgar Morin: "El ser humano habita también prosaicamente la Tierra". Poesía y prosa además de ser géneros literarios, expresan dos modos existenciales de ser.

La poesía supone la creación que hace que la persona se sienta tomada por una fuerza mayor que trae conexiones inusitadas, iluminaciones nuevas, rumbos nuevos. Bajo la fuerza de la creación la persona canta, sale de la rutina y asume caminos diferentes. Surge entonces el chamán  que se esconde en cada persona, esa disposición que nos hace sintonizar con las energías del universo, que captar el pulsar del corazón del otro, de la naturaleza y de Dios mismo. Por esta capacidad se descubren nuevos sentidos de lo real.

"Habitar poéticamente la Tierra" significa sentirla como algo vivo, evocativo, grandioso y mágico.. La Tierra es paisajes, colores, olores, fascinación y misterio. ¿Cómo no extasiarse ante la majestad de la selva amazónica, con sus árboles cual manos tendidas hacia lo alto, con la maraña de sus lianas y enredaderas, con los sutiles matices de sus verdes, rojos y amarillos, con los trinos de las aves y la profusión de sus frutos? ¿Cómo no quedarse boquiabierto ante la inmensidad de las aguas que penetran lentamente en la espesura y descienden mansamente hasta el océano? ¿Cómo no sentirse lleno de temor reverencial al caminar horas y horas por la selva virgen? ¿Cómo no sentirse pequeño, perdido, un bichito insignificante ante incalculable biodiversidad?

Habitamos poéticamente el mundo cuando sentimos en la piel el frescor suave de la mañana, cuando padecemos bajo la canícula del sol de mediodía, cuando nos serenamos al atardecer, cuando nos invade el misterio de la oscuridad de la noche. Nos estremecemos, vibramos, nos llenamos de ternura y nos extasiamos ante la Tierra en su inagotable vitalidad, y al encontrarnos con la persona amada. Entonces vivimos el modo de ser poético.

Lamentablemente son ciegos y sordos y víctimas de la lobotomía del paradigma positivista moderno quienes ven la Tierra simplemente como un laboratorio de elementos físico-químicos, como un conglomerado inconexo de cosas yuxtapuestas. No, ella está viva, es Madre y Pachamama.

También habitamos la Tierra prosaicamente. La prosa recoge la cotidianidad y el día a día gris, hecho de tensiones familiares y sociales, como los horarios y los deberes profesionales, con discretas alegrías y tristezas disimuladas. Pero lo prosaico también esconde valores inestimables. Se descubren tras una larga estancia en un hospital, o cuando regresamos presurosos después de pasar penosos meses fuera de casa. Nada más suave que el sereno transcurrir de los horarios y de los quehaceres domésticos y profesionales. Nos da la sensación de una navegación tranquila por el mar de la vida.

Poesía y prosa conviveen y se alternan de tiempo en tiempo. Tenemos que velar por lo poético y lo prosaico de nuestras vidas, pues ambos se complementan y ambos están amenazados de banalización.

La cultura de masas ha desnaturalizado lo poético. El ocio, que sería el momento de ruptura de lo prosaico, ha sido aprisionado por la cultura del entretenimiento que incita al exceso, al consumo de alcohol, de drogas y de sexo. Es una vivencia poética, pero domesticada, sin éxtasis; un disfrute sin encantamiento.

Lo prosaico ha sido transformado en simple lucha darwiniana por la supervivencia, extenuando a las personas con trabajos monótonos, sin esperanza de gozar del merecido ocio. Y cuando éste llega, resultan rehenes de quienes han pensado todo por ellas, organizan sus viajes y les fabrican experiencias inolvidables. Y lo consiguen. Pero como todo es artificialmente inducido, el efecto final es un doloroso vacío existencial. Y entonces les dan antidepresivos.

Saber vivir con levedad lo prosaico y con entusiasmo lo poético es indicativo de una vida plenamente humana.