martes, 21 de marzo de 2017

LA NECESIDAD DE MORIR / César VALLEJO, CORRESPONSAL DE PRENSA

Señores:

Tengo el gusto de deciros, por medio de estas líneas, que la muerte, más que un castigo, pena o limitación impuesta al hombre, es una necesidad, la más imperiosa e irrevocable de todas las necesidades humanas. La necesidad que tenemos de morir, sobrepuja a la necesidad de nacer y vivir. Podríamos quedarnos sin nacer pero no podríamos quedarnos sin morir. Nadie ha dicho hasta ahora: “Tengo necesidad de nacer”. En cambio, sí se suele decir: “Tengo necesidad de morir”. Por otro lado, nacer es, a lo que parece, muy fácil, pues nadie ha dicho hasta ahora nunca que le haya  sido muy difícil y que le haya costado esfuerzo venir a este mundo; mientras que morir es más difícil de lo que se cree. Esto prueba que la necesidad de morir es enorme e irresistible, pues sabido es que cuanto más difícilmente  se satisface una necesidad, ésta se hace más grande. Se anhela más lo que es menos accesible.

            Si a una persona le escribieran diciéndole siempre que su madre sigue gozando de buena salud, acabará al fin por sentir una misteriosa inquietud, no precisamente sospechando que se le engaña y que, posiblemente su madre debe haber muerto, sino bajo el peso de la necesidad, sutil y tácita, que le acomete, de que su madre debe morir. Esa persona hará sus cálculos respectivos y pensará para sus adentros: “No puede ser. Es imposible que mi madre no haya muerto hasta ahora”. Sentirá, al fin, una necesidad angustiosa de saber  que su madre ha muerto. De otra manera, acabará por darlo por hecho.

            Una antigua leyenda del Islam cuenta que un hijo llegó a vivir trescientos años, en medio de una raza en que la vida acababa a lo sumo a los cincuenta años. En el decurso de un exilio, el hijo, a los doscientos años de edad, preguntó por su padre y le dijeron: “Está bueno”. Pero, cuando cincuenta años más tarde, volvió a su pueblo y supo que el autor de sus días había muerto hacía doscientos años, se mostró muy tranquilo, murmurando: “Ya lo sabía yo desde hace muchos años”. Naturalmente. La necesidad de la muerte de su padre, había sido en él, a su hora, irrevocable, fatal y se había cumplido fatalmente y también a su hora, en la realidad.

            Rubén Darío ha dicho que la pena de los dioses es no alcanzar la muerte. En cuanto a los hombres, si éstos, desde que tienen conciencia, estuviesen seguros de alcanzar la muerte, serían dichosos para siempre. Pero por desgracia, los hombres no están nunca seguros de morir: sienten el afán obscuro y el ansia de morir, mas dudan siempre de que morirán. La pena de los hombres, diremos nosotros, no es estar nunca ciertos de la muerte.

            El Norte, 22 de marzo de 1926

            Antología de crónicas y artículos/ FONDO EDITORIAL


DE MI ÁLBUM


LOS 100 MEJORES CANTANTES DEL SIGLO


LAWRENCE TIBBETT

Barítono norteamericano, 1896-1960

Destacado barítono de la época de entreguerras, particularmente notable por sus interpretaciones de Verdi y el repertorio italiano.

Un hombre de porte elegante y excelente actor; también trabajó en películas y ópera ligera.

DE MI ÁLBUM


RABINDRANATH TAGORE


¿QUÉ misterioso don poseen los poetas, qué extraño secreto reside en sus almas, que hace que uno, al leer sus  versos, se sienta identificado plenamente, alegremente –con una  alegría íntima, total, profunda y emocionada –con  estas palabras apresadas, esa bandada de pájaros cautivos que siguen modulando, en nuestra mente oscura, lejos del país originario, lejos quizá del tiempo, su canción radiante, su mensaje de belleza?  Porque eso es lo más grande que le es dado al poeta: sobrecogernos  a distancia, en un momento dado, con una ráfaga de hermosura, con unas pocas, pequeñas palabras, tímidamente susurradas, que llevan en su encadenamiento el sello del hermoso espíritu que las inspiró. Para el que habiendo cogido un libro, lo haya abierto al azar, y se ha sentido deslumbrado por el súbito relámpago de un verso que ha saltado ante sus ojos, sabrá, ya de antiguo, que la poesía lo es todo. Ella vivifica el mundo, por obra y gracia de su amor a las cosas. Todo lo que se escapa a su rayo de ternura, está yerto, frío: no existe. Mensajeros de Dios son los poetas, y la llama que ardió un día en la tierra sobre la cabeza de los doce Apóstoles, arde oculta y perennemente en el corazón de los poetas. Aunque no siempre la poesía implique la santidad, la santidad no es posible sin poesía. Es el poeta voz de la sabiduría. ¿Qué son los tomos de filosofía sino un largo comentario razonado de las puras visiones del encendido mundo del poeta?  Las palabras del poeta, palabras nuestras de cada día, despiertan un confiado calor en nuestros corazones, y hacen evidente esa oscura confraternidad de los seres, que late por debajo de todos los odios y todas las incomprensiones. Poesía es comprensión, amor. "Quien no ama, ya está muerto”, dijo un altísimo poeta. Inversamente, quien amó una vez, no morirá nunca. Quien logró vivir, se hizo eterno para siempre. La voz del poeta mana de la eternidad.

Habla un poeta, y aunque su voz no sea la verdadera, aunque haya pasado por el cedazo de otras lenguas, algo se ha filtrado a través del tamiz, y el alma de la palabra se insinúa delicadamente en la nuestra. ¿Qué es esa encendida ráfaga de belleza? Estábamos sentados aquí, leyendo un libro, y, de pronto, todo ha cambiado. He aquí  a las cosas más bellas, más verdaderas. Un momento nos inunda una alegría íntima, confiada. No todo es fealdad, muerte. Algo vago, sin forma, pero poderosamente real y cierto, ha hablado en nuestro interior. ¿Quién hizo el milagro? En este caso, un poeta; un poeta hindú.

A través del tiempo, de la distancia, de un mosaico de fronteras, y un vallado de religiones, de costumbres distintas, de milenarios idiomas desconocidos, un hombre –un poeta—suprema sencillez- el milagro.

El libro se llama Gitanjali. El poeta…

 (Zenobia Camprubí de Jiménez, traductora)

El haber sabido llevar sin confusionismos a su obra este profundo sentimiento religioso, que refleja incluso en el amor con que elige la palabra exacta que haya de expresarlo, es, seguramente, lo que le acerca más a nuestra sensibilidad occidental.
                  
           1

FUE tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida. Tú has llevado por valles y colinas esta flautilla de caña, y has silbado en ella melodías eternamente nuevas.


Al contacto inmortal de tus manos, mi corazoncito se dilata sin fin en la alegría, y da vida a la expresión inefable.

Tu dádiva infinita sólo puedo cogerla con estas pobres manitas mías. Y pasan los siglos, y tú sigues derramando, y siempre hay en ellas sitio que llenar.


          2


CUANDO tú me mandas que cante, mi corazón parece que va a romperse de orgullo. Te miro y me echo a llorar.

Todo lo duro y agrio de mi vida se me derrite en no sé qué dulce melodía, y mi adoración tiende sus alas, alegre como un pájaro que va pasando la mar.

Sé que tú te complaces en mi canto, que sólo vengo a ti como cantor. Y con el fleco del ala inmensamente abierta de mi canto, toco tus pies, que nunca pude creer que alcanzaría.

       Y canto, y el canto me emborracha, y olvido quién soy, y te llamo amigo, a ti que eres mi Señor.

DE MI ÁLBUM


"EL REINO AHORA": Cap. 33 CASI LUNA LLENA / Tony PEREDA



  En la Iglesia La Madre de Todos, el Duque levanta la mano y dice al Capitán Vitelli que los traidores deben ser eliminados. Columbio, de manera desesperada, se acerca al Capitán Vitelli y le dice que deben ser llevados ante la justicia. El Duque sonríe y dice que el General Riot fue muy específico con sus órdenes. Arturo dice al Capitán Vitelli que su hermano nunca permitiría algo como esto.
 El Capitán Vitelli mira al Duque, confundido. El Duque dice a Vitelli que el General Riot sabe que ellos representan una gran amenaza para Frezzia. Flere dice a Vitelli que Janice y Alysse son mujeres y ellas no merecen nada de esto. El Duque dice que ambas son igualmente culpables. Milun se ríe y dice a todos que el Duque jamás dejaría pasar una oportunidad de poder disfrutar del sufrimiento de una mujer. El Duque fija su mirada en Milun y le dice que por fin, recibirá lo que se merece por todo lo que le ha causado.
 Alysse dice al Duque que él puede matarlos a todos, pero ella sabe que la Reina lo pondrá tras las rejas  para siempre. El Duque ordena al Capitán Vitelli dispararles. El Capitán Vitelli mira al Duque y dice que deben ser llevados al Palacio. El Duque mira a Vitelli con mala cara y le dice que él no se irá hasta que todos ellos se arrastren en su propia sangre.
 Milun deja caer su espada.
   “Yo soy a quién quiere”.
   “Cuántas ganas tengo de verte sangrar hasta morir”, dice el Duque.
   “¿No te das cuenta de que el Duque y Milun tienen problemas personales?”, Columbio pregunta a Vitelli.
   “Eres tú quien empezó todo esto”. El Duque mira a Columbio.
   “Eres culpable de la muerte de muchos hombres y niños inocentes. Es tiempo de pagar por tus fechorías”.
 El Duque desenvaina su espada y se acerca a Columbio. Milun recoge su espada y se coloca frente al Duque.
   “Si intentas matar a alguien, tendrás que pasar por mí”, dice Milun.
 El Capitán Vitelli ordena a Milun soltar su espada. El Duque sonríe.
   “Tu muerte a cambio de la vida de tus amigos”.
 Milun baja la mirada. Los ojos de Alysse se ensanchan.
   “¿Acaso le crees?”, pregunta Alysse.
 Milun mira fijamente los ojos del Duque.
   “Sabes muy bien que no es de fiar”, añade Alysse.
   “Yo soy el amo de este hombre y eso me hace responsable de sus actos”, suplica Columbio.
 El Duque frunce el ceño.
   “Deja de escuchar sus mentiras”, grita el Duque.
 El Capitán Vitelli asiente con la cabeza.
   “Suelta tu espada o disparo”.
 Arturo se coloca delante de Milun.
   “No permitiré ningún derramamiento de sangre en mi iglesia”, dice él.
 Milun cierra los ojos y deja caer su espada. Alysse agacha la cabeza.
 El Duque sonríe.
   “¡Arréstenlos!”, grita él.
 Los soldados se acercan a Arturo y sostienen sus brazos. Columbio niega con la cabeza.
   “Cometerán un grave error si nos lastiman”.
 Columbio, Papier, Flere, Pedro y Roger  son capturados.
 El Duque se acerca a Milun y golpea su rostro con el mango de su espada. Alysse grita y dos soldados sostienen sus brazos.
 La sangre corre por el rostro de Milun, pero Milun mantiene dirigida su intensa mirada en el Duque.
   “Ahora, serás testigo de la muerte de tus amigos”, dice el Duque.
 El Duque da una señal  con la mano, pero Vitelli baja su rifle.
   “Su Gracia, yo…yo no puedo…”
   “¡Dispárales, o te convertirás en su cómplice”, grita el Duque.
   “¡Basta! ¡Basta ya!”, ellos escuchan.
 Broderick, muy exhausto, ingresa en la nave.
    “En el nombre del Rey, detengan este inaudito error”, dice él.
 El Duque mira a Broderick, sorprendido.
   “El General Riot no ha autorizado nada de esto”, añade Broderick.
 Arturo sonríe, feliz de ver a su hermano.

   En el Monasterio de San Mirador, Donés dice al Monsñor que ha subestimado la osadía de Arturo. El Monseñor dice que Arturo no sabe en lo que se está involucrando. Donés dice que debe ser él, quien robó el libro de su habitación. El Monseñor asiente y dice que ya es hora de lidiar personalmente con Arturo. Donés sonríe.

   En el Palacio, la Señorita Pía camina en círculos, esperando saber de Milun y los otros. Daugherty se acerca y pide a la Señorita Pía que esté tranquila. La Señorita Pía dice a Daugherty  que este no es el momento adecuado, pero él debe saber que ella siente algo por Milun. Daugherty la mira, sorprendido.

   En la Iglesia, el Duque dice al Capitán Vitelli que Broderick debe ser detenido por mostrar su apoyo hacia los traidores. Broderick niega con la cabeza, sorprendido, y dice al Duque que él prometió que nadie saldría herido. El Duque dice a Broderick que sabe que está tratando de proteger a su hermano, pero Arturo debe ser considerado responsable de todo esto. Broderick dice al Duque que esta no es la manera  correcta de lidiar con los traidores. El Capitán Vitelli asiente y dice que no procederá a menos que pueda verificarlo con Riot. Columbio sonríe.
 El Duque lleno de ira, dice a Broderick que él gana. Broderick dice al Duque que las autoridades se harán cargo de ellos. El Duque se acerca a Broderick y le dice que tiene  razón. Broderick asiente. El Duque sonríe, levanta su espada y la entierra en el pecho de Broderick.
 Todos se quedan horrorizados al ver lo sucedido. Arturo grita y los soldados sostienen  sus brazos con fuerza. El Duque retira su espada del pecho de Broderick, y Broderick cae. Columbio grita a Vitelli que detenga al Duque, pero Vitelli permanece  paralizado. Milun, furioso, toma su espada y dice al Duque que espera haya escrito su testamento. El Duque sonríe y dice a Milun que él será el siguiente en morir. El Duque empuja a los soldados y corre. Milun lo sigue. El Duque ingresa en un estrecho pasillo y cierra la puerta. Milun intenta derribar la puerta, pero no le es posible. Él decide tomar un atajo.
 Columbio dice al Capitán Vitelli que debe dejarlos ir, antes de que el Duque intente asesinar al Rey. Vitelli asiente y ordena a los soldados liberarlos. Arturo se acerca a Broderick y le dice que nada malo le ocurrirá, ya que él es un hombre muy fuerte. Broderick observa a Arturo por un largo momento y dice que lo perdona por lo que hizo. Arturo agacha la cabeza y llora. Columbio manda a Pedro a traer un doctor. Alysse dice que Milun necesita ayuda para luchar contra el Duque. Columbio dice que Milun sabe cómo cuidar de sí mismo. Papier dice que deben asegurarse de que el Rey y la Reina estén a salvo. Columbio pide a Flere que permanezca con Arturo y con los demás.  Columbio y Papier se  marchan. Flere abraza a Roger y le dice que el Duque pagará por esto. Janice llora mientras observa a Broderick en el piso.

   En el Palacio, de pie junto a una de las columnas, Daugherty observa la lluvia, cautivado por su sonido. Sharize se acerca a Daugherty y le dice que lo andaba buscando. Daugherty dice que ha decidido esperar a los demás. Sharize sonríe y le desea una buena noche. Daugherty dice a Sharize que ella heredó la sonrisa de su madre. Sharize asiente y se marcha.

      Sobre su caballo, el Duque se dirige de vuelta al Palacio. El sonido del galope hace que el Duque recuerde las desagradables imágenes de su pasado. Entre ellas, Nidia diciéndole que está enamorada de alguien más, Nidia amenazándolo con un cuchillo, Columbio acusándole de criminal, Alysse llamándole cobarde,  La Reina Beatriz diciéndole que Alysse tiene su apoyo incondicional, el Rey Aidan remarcándole que él confía en Columbio, Arturo protegiendo al Rey con su cuerpo, y finalmente, Milun diciéndole que nadie lo amará nunca. El Duque abre los ojos y observa cómo la lluvia limpia la sangre de su mano. El Duque dice que la muerte es la única solución para sus enemigos.

   En los apartamentos del Rey, el Rey Aidan alcanza a la Reina un pequeño libro.
   “Citas de amor. Es mi favorito”, dice él.
 La Reina sonríe y mira a su alrededor.
   “No puedo recordar la última vez que estuve aquí”, dice ella.
   “Puedes quedarte todo el tiempo que gustes. Quiero que te sientas completamente segura a mi lado”.
   “Ahora me doy cuenta que como reina he desperdiciado mucho tiempo en ropa, joyas…y diversión”.
 El Rey se acera a ella.
   “Alguna vez tuve tu edad. Así que te entiendo perfectamente”.
 La Reina observa al Rey por un largo momento.
   “Prometo ser una mejor Reina”.
   “Eres la mejor”.
 Ellos se besan apasionadamente.

   En uno de los pasillos, la Señorita Pía observa al patio inferior, esperando por Milun y los otros. El Monseñor, completamente empapado por la lluvia, se acerca. La Señorita Pía dice al Monseñor  que le traerá unas mantas para que se cubra. El Monseñor niega con la cabeza y dice que la lluvia le permitirá dormir plácidamente. La Señorita Pía dice que se irá a dormir pronto.

   En la Iglesia La Madre de Todos, un médico examina la herida de Broderick, y dice que afortunadamente, la herida no fue lo suficientemente profunda como para afectar a un órgano vital. Arturo lleno de felicidad, abraza a Janice. Pedro dice que Broderick ha perdido mucha sangre y necesita ser llevado a una enfermería. Elisa ingresa y se queda asombrada al encontrar a un hombre herido en el piso. Flere se acerca a Elisa y le dice que no hay nada de qué preocuparse. Elisa dice que vio a varios soldados ingresar en la Iglesia y decidió esperar. Flere dice a Elisa que sólo ocurrió un gran malentendido. Alysse, preocupada, dice que espera que Milun haya podido detener al Duque. Roger mira a Alysse.

   El Duque se acerca a la barbacana y los guardias le permiten el paso. El Capitán Jasper se acerca y pregunta al Duque qué ha ocurrido. El Duque dice a Jasper que este no es el momento indicado para preguntas. El Duque desenvaina  su espada y dice a Jasper que nadie debe ingresar o salir del Palacio. Jasper afirma con la cabeza.
 En uno de los salones, la Señorita Pía mira por la ventana y observa al Duque ingresar por el patio inferior con una espada en la mano. La Señorita Pía, sorprendida, dice que el Duque se dirige hacia los aposentos reales. La Señorita Pía recuerda las palabras de Milun pidiéndole que proteja al Rey y a la Reina.

   La Señorita Pía  ingresa en el pasillo que conduce a los apartamentos del Rey, cierra la puerta y asegura el pestillo de la puerta. El Duque se acerca y observa que la puerta está cerrada y asegurada.
 El Duque, fuera de control, golpea la puerta con fuerza.
   “Traigo un mensaje urgente para el Rey”, grita él.
 La Señorita Pía, asustada, jala la manija hacia abajo, y protege la puerta con su cuerpo.
 En la habitación del Rey, la Reina Beatriz despierta de golpe y pregunta al Rey si él también escuchó el fuerte sonido. El Rey bosteza y dice que deben haber sido los guardias en el patio inferior.
 La Reina asiente y regresa a la cama.
 El Duque, furioso,  levanta su espada y dice que derribará la puerta. Daugherty se acerca y pregunta al Duque si puede ayudarlo. El Duque, sorprendido, dice a Daugherty que trae un mensaje importante para el Rey acerca de unos traidores en el Palacio. Daugherty dice al Duque que su espada está llena de sangre. El Duque se acerca a Daugherty y le dice que nadie interferirá en sus planes. Daugherty desenvaina su espada y pide al Duque rendirse. El Duque levanta su espada y se lanza contra él.

   Sobre un caballo, Milun se acerca a la barbacana y observa a muchos soldados protegiendo la entrada con sus rifles. Milun dice que no tiene tiempo para esto. Milun observa las prominentes murallas del Palacio y toma una soga del asiento del caballo.
 La Señorita Pía escucha el choque de las espadas procedentes del pasillo. Daugherty y el Duque unen sus espadas para nuevamente contra atacar. El Duque sacude su espada y dice que este es el comienzo de una nueva era para Frezzia. Daugherty avanza lentamente hacia él y le dice que nunca lo permitirá.
   Columbio, Papier, el Capitán Vitelli y sus soldados llegan al Palacio. En la barbacana, los soldados del Palacio apuntan sus rifles hacia ellos. El Capitán Vitelli dice a los soldados que se trata de una emergencia. Uno de los soldados dice que el Capitán Jasper les ha ordenado no ingresar a nadie. Columbio dice a Vitelli que el Duque lo tiene todo planeado. El Capitán Vitelli dice a los soldados que él está a cargo del ejército de Frezzia y bajo circunstancias especiales tiene más autoridad que cualquier otro capitán. Los soldados miran a Vitelli, confundidos. Columbio dice a Papier que al parecer Milun ha encontrado otra manera de ingresar.

   Débil por el cansancio, el Duque recibe una herida en el hombro. El Duque cae de espaldas. Aturdido, observa que su espada está fuera de su alcance. Daugherty levanta su espada y la apunta a la garganta del Duque. El Duque, asustado, siente la afilada punta del arma. Daugherty dice al Duque que está bajo arresto. Detrás de Daugherty, el Capitán Jasper se acerca e introduce su espada en la espalda de Daugherty. Daugherty  mira fijamente al Duque y cae inconsciente. El Duque suelta una carcajada y agradece a Jasper por su ayuda. Jasper asiente y retira su espada de la espalda de Daugherty. El Duque pide a Jasper que traiga al Monseñor. Jasper se marcha.
El Duque recoge su espada y se aproxima a la puerta. La Señorita Pía, asustada, empuja la puerta con su cuerpo. Milun se acerca y encuentra a Daugherty tirado, confirmando de esta manera su lamentable deceso. Milun mira al Duque, dispuesto a todo,  y le dice que es hora de averiguar si realmente lleva corazón. Milun desenvaina su espada y ataca. El Duque esquiva el ataque de Milun y dice a Milun que matará a sus amigos uno por uno. Milun lleno de ira,  lanza al Duque contra una pared. El Duque cae y Milun trata de acabar con él en ese momento. El Duque rueda alejándose del ataque de Milun, y consigue levantarse. Ambos escuchan  numerosas pisadas acercarse, y el Duque corre. Milun lo sigue por el pasillo.
 Columbio, Papier, el Capitán Vitelli y los soldados observan el cuerpo inerte de Daugherty en el piso.  Columbio cierra los ojos y dice que han llegado demasiado tarde. El Capitán Vitelli se acerca a la puerta y dice que el pasillo que conduce a los aposentos reales está asegurado. Columbio se acerca y golpea a la puerta. Columbio grita al Rey y a la Reina que se protejan del Duque. La Señorita Pía abre la puerta y mira a Columbio, sorprendida. Columbio pregunta a la Señorita Pía dónde se encuentran el Rey  y la Reina. La Señorita Pía, asustada, dice que oyó ruidos y decidió asegurar la puerta. Columbio, aliviado, dice a la Señorita Pía que ha evitado una tragedia de gran magnitud. La Señorita Pía, atónita, observa a Daugherty en el piso. Columbio dice que Daugherty es un héroe. La Señorita Pía llora descontrolada y apoya su cabeza sobre el pecho de Columbio.

   El Duque se sube a una de las Torres y se esconde detrás de un cañón. Milun se acerca y pide al Duque que deje de comportarse como un cobarde. El Duque retira un cuchillo de su cinturón y lo esconde debajo de la manga.  El Duque levanta sus manos y dice a Milun que ha decidido rendirse. Milun dice al Duque que por más que desea verlo muerto, él prefiere verlo entre rejas. El Duque camina hacia Milun y toma el cuchillo de su muñeca. El Duque levanta el cuchillo de manera amenazante, pero Milun sujeta al Duque por el cuello, y golpea su cabeza contra el borde de la torre. Milun dice al Duque que su juego ya ha terminado. El Duque se ríe y dice que al matarlo no cambiará el pasado. Milun dice que él le arrebató a Nidia, y es tiempo de vengar su muerte. El Duque mira fijamente a Milun.
   “¿Su muerte?”, pregunta el Duque.
   “No lo niegues. Ella murió en el mar por vuestra culpa”.
 El Duque sonríe.
   “Traté de salvarla, pero no lo logré”, añade Milun.
   “¿Acaso viste el cuerpo de Nidia después?”, pregunta el Duque.
 Milun, confundido, mira fijamente al Duque.
   “¿Qué estás tratando de decir?”
 El Monseñor se acerca y golpea la cabeza de Milun con una piedra.
 Milun cae inconsciente y el Duque observa al Monseñor.

   En el Gran Vestíbulo, el Rey Aidan, la Reina Beatriz, Emilio, Riot y Laura son acompañados por el Capitán Vitelli y sus soldados hacia un lugar más seguro. El Rey se acerca a Vitelli.
   “¿Se trata de un ataque?”, grita el Rey, “¡Contéstame!”
   “Espero exista una buena razón para todo esto”, dice Riot.
 La Reina observa a la Señorita Pía y a Columbio en el pasillo.
   “¡Es Columbio…!”, grita la Reina.
   “¿Qué hace Columbio aquí?”, pregunta el Rey.
 Columbio con lágrimas en los ojos, mira fijamente al Rey.
 La Reina Beatriz se da cuenta que Daugherty yace en el piso sin vida y cubre sus ojos.
   “¡Oh, Oh!”
   “¡Daugherty! ¿Está él?”, balbucea  el Rey.
   “El Duque de la Motte cometió una traición”, responde Vitelli.
   “¿Gian…?”, aturdido, mira incrédulo a Vitelli.

   En la Torre, el Duque se pone de pie y observa a Milun tendido en el suelo.
   “Él estuvo a punto…”, dice el Duque.
 El Monseñor mira fijamente al Duque.
   “Pensé que seguirías mis órdenes”, dice el Monseñor, enfurecido.
 El Duque tose.
   “Las cosas marchaban bien, hasta que llegó Broderick y…”
   “Deberás pagar el precio de tus fracasos”.
 El Monseñor agacha la cabeza y toma la espada de Milun.
   “Yo no tengo culpa alguna en esto”, grita el Duque.
 El Monseñor afirma con la cabeza.
   “Shhh… cálmese, Su Gracia. Continuaremos con nuestro plan”.
   “Ya me estaba preocupando…”
 El Duque sonríe, pero para su sorpresa, el Monseñor Blanco le entierra la espada en el pecho.
   “Tu muerte contribuirá … de manera significativa”.
 El Monseñor toma al Duque por el cuello y lo levanta en el aire. El Duque intenta hablar, pero no le es posible pronunciar bien. Su mente no logra comprender la sorprendente fuerza del Monseñor.
   “Irás directo al infierno”, dice el Monseñor.
 El Duque, ya resignado, se limita a observarlo.
 En el patio inferior, el Capitán Vitelli informa al Rey Aidan que todas las áreas fueron inspeccionadas y no hay ningún rastro del Duque.
   “Exijo un completo informe del ataque”, grita el Rey.
 Columbio mira al Rey.
 Desde la Torre, el Duque cae en el patio inferior, produciendo un sonido estrepitoso y una nube de arena que poco a poco se aclara. El Rey, al presenciar la muerte de su primo, cae de rodillas.
   “¿Por qué…?” Llora el Rey.
 Columbio observa el cuerpo y se siente aliviado al comprobar que la amenaza del Duque ha terminado.

 En la Torre, Milun despierta y observa que es casi la hora de la luna llena. Con un gran esfuerzo, Milun logra ponerse de pie y se acerca al borde de la Torre. Milun descubre para su sorpresa que el cuerpo inerte del Duque yace en el patio inferior. A medida que la fuerte lluvia golpea el rostro de Milun, varias preguntas y dudas invaden su mente.
 FINAL.

DE MI ÁLBUM


EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA

                                                             Santo Domingo de Morropón / Aldo

DE: ORACIONES SIGLO XX

“JÓVENES AL SOL”

Señor:
            Muchos se meten con la juventud de nuestros días. Y en cierto sentido no les falta razón. Son demasiado nombres unidos a la edad juvenil, que suenan a rebeldía y náusea. Pero no podemos generalizar. La mayoría de los jóvenes no son así.

            Por eso, Señor, me he alegrado al recibir un “Credo de la juventud”, que voy a leerte, como oración de  esperanza:

            “Creo en un joven, cuyos afanes se forjan en el esfuerzo de comprar un piso a su madre.

            Creo en un joven portero que, en virtud de un alto sentido de responsabilidad, llora en Irlanda porque ha metido un gol en su propia meta.

            Creo en un joven montañero que, solo, durante la noche y en la cumbre nevada de un monte, vela el cadáver de su acompañante.

            Creo en un joven que se arrodilla en una plaza de toros y pide perdón por un antiguo gesto de desprecio.

            Creo en un joven que, en White City, vierte unas lágrimas  -no de ira, sino de pena –sobre su raqueta vencida.

            Creo en un joven que afirma, con palabras de su alma, que no cambia por la fortuna más fabulosa la paz que ha hallado en la soledad de la ermita.

            Creo en un joven gobernante que labora por la paz, a sabiendas de que su vida peligra.

            Creo en un joven que oculta en la mano de un pobre las monedas equivalentes a las que malgasta para quebrar la hermosura de su alma”.

            Señor, multiplica esos jóvenes, para que este “Credo de la juventud” tenga cada vez fundamentos más universales.

            Rafael de Andrés.


DOM. IV DE CUARESMA


Jesús sana a un ciego de nacimiento


“Al pasar, Jesús se encontró con un ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: ‘Maestro, ¿quién tiene la culpa de que esté ciego, él o sus padres?’

Jesús les respondió: ‘No hubo pecado, ni de él ni de sus padres. Pero su caso servirá para que se conozcan las obras de Dios. Mientras sea de día, tengo que hacer el trabajo que el Padre me ha encomendado. Ya se acerca la noche, cuando no se puede trabajar. Pero mientras yo esté en el mundo, Yo soy la luz del mundo”…Juan, 9, 1-42

Los dos ciegos


Dos tipos de ceguera presenta el evangelio de hoy. Ceguera física en el ciego de nacimiento; ceguera espiritual en los apóstoles y fariseos.

La fe libró al ciego de su ceguera física por un milagro de Cristo. Sólo la fe podía librar a los apóstoles de su ceguera inmaterial, más terrible y de mayores consecuencias que la ceguera material de la carne.

La realidad más difícil de ver en la vida, de aceptar y comprender, es el dolor, el sufrimiento, el fracaso, la calumnia, la injusticia, el hambre, la muerte. Los ojos del alma humana son débiles para reflejar el fulgor de azufre de esas rocas y abismos. Sólo la fe, venciendo las lágrimas y los ojos crispados, puede ver sentido en el dolor, felicidad en la muerte. Ese es el gran misterio, el supremo misterio de la vida: el sufrimiento. Sobre todo cuando es  sufrimiento de un niño, muerte de una madre.

Uno de los rasgos más desconcertantes de la arquitectura humana, más que su extraña fusión de materia y espíritu, es su capacidad de sufrir. En un mundo maravilloso, musical y matemático, esta cuña, incrustada como una astilla gigantesca, nos desorienta y perturba. Los porqués más violentos y rebeldes se pronuncian frente al dolor y la muerte.

No es extraño que los apóstoles se quedaran estupefactos ante el anuncio del dolor y muerte de Cristo. Lo recalca Lucas: “nada de eso entendieron, eran para ellos palabras escondidas, no comprendían lo que les estaba diciendo”.

Una cosa queda clara en el anuncio de Cristo: el dolor no es fin, es medio; no es definitivo, es temporal; no es término, es camino. Burlas, flagelación, salivazos y muerte, desembocan en el Tercer día, la resurrección.

Esos son los dos flancos luminosos del dolor. Tiene sentido y finalidad  --“no hay mal que por bien no venga”, dice el pueblo. Tiene términos y fin--, “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, dice el pueblo.

Nos pasamos la vida huyendo y combatiendo el dolor en sus mil formas, desde la incomodidad hasta la desesperación, desde el malestar hasta la muerte. La civilización y la cultura son, en gran parte, defensivas, protectoras, antes que constructoras y perfeccionantes. Toda profesión, además de su finalidad positiva de crear fuerza, expresión de la verdad, belleza, bienestar, bondad, tiene la finalidad negativa y previa de combatir o prevenir el dolor espiritual o físico; desde el zapatero hasta el legislador y el gobernante, desde el panadero hasta el médico, el sacerdote, el orientador, el maestro.

Pero, queramos o no, el dolor está ahí y alguna vez hay que afrontarlo y ver, con la fe, que no es mera tiniebla ciega sino extraña condición de la vida. “Si la semilla no muere y se pudre, no fructifica”, dice Cristo. Alguna vez hay que reflexionar que, en medio de su ceguera casi mineral, de su sinsentido enervante y su absurdo que nos rebela, el dolor es no sólo castigo sino factor de perfeccionamiento y evolución, no sólo piedra sino semilla, no sólo muro sino ventana y puerta.

José M. de Romaña.

DE MI ÁLBUM

                     San Martín de Tours-Sechura-Piura-Perú

FIESTAS DE PROMOCIÓN, FIESTAS DE DERROCHE / Francisco CARRANZA ROMERO


Bodas de Plata, Bodas de Oro

La costumbre de celebrar la fiesta de promoción estudiantil (primaria, secundaria, universitaria) es buen motivo para el reencuentro entre los compañeros después de mucho tiempo. Verse después de un cuarto de siglo o después de medio siglo es emocionante y lleno de sorpresas porque muy pocos se reconocen al instante, salvo por algún rasgo muy particular. También es el momento de informarse de la suerte de los ausentes.

Siguiendo la denominación del festejo matrimonial se usa la palabra “boda” para cada reencuentro. Las bodas de plata (25 años) y de oro (50 años) son las más comunes. El precio de los objetos referidos marca el valor del tiempo transcurrido.

Sin embargo, el buen motivo se cambia cuando los organizadores del evento imponen fuertes cuotas para almuerzo, cena, baile, banda u orquesta, luces y castillos pirotécnicos, uniforme para cada ceremonia y otras veleidades. Al final, quien participa en el reencuentro gasta mucho dinero habiendo otras necesidades. Muchos consideran que la cuota para reunirse con los compañeros del ayer es excesiva y un malgasto. Así que, aunque quieran verse y abrazarse siquiera por unos momentos, se alejan del festejo.

Este criterio metalizado excluye de las fiestas promocionales a los que no pueden pagar los altos costos. Sólo sirve para la jactancia de los supuestos “triunfadores”. Algunos vocean sus cargos y éxitos, y exhiben sus ropas y joyas. Por más títulos obtenidos y por más altos cargos que ostenten, si no hay modestia, todo es vanidad.

Para estos jactanciosos va el pensamiento de Sidarta Gautama, el último Buda (siglo IV antes de Cristo): “Donde hay educación no hay discriminación”.

La celebración en la provincia alejada de la capital del país es un acontecimiento más llamativo. Los participantes, cual niños del jardín de infancia, desfilan pedantes y como pavos reales por las calles principales al ritmo de la banda de músicos.

Los que se quedaron en el pueblo se retiran porque el festejo es para los petimetres encartonados, emplumados y ricachones. Es que pocos valoran las actividades que se realizan en las provincias; labores, aunque no muy rentables, pero que son nobles.

Algunos idos a la capital están idos

En una disputa por un asiento de primera fila oí estas expresiones: “¿No sabes? Yo vengo desde Lima”. “Por algo yo trabajo en Lima”. Argumentos de la residente en la capital para retirar el bolso de una compañera residente en el lugar del evento sin considerar que la otra había ocupado primero. Es la capital que desprecia a la provincia.

Observando a estos septuagenarios, en su mayoría, uno llega a la conclusión: La edad, muchas veces, no madura a los seres humanos; los vuelve vacuos.

18 de marzo

DE MI ÁLBUM


LA HUMANIDAD AMENAZADA POR GUERRAS ALTAMENTE DESTRUCTIVAS /Leonardo BOFF

2017-03-12

Nosotros en Brasil conocemos una gran violencia social, con un número de asesinatos de los más altos del mundo. No gozamos de paz pues hay mucha rabia, odio, discriminación y perversa desigualdad social.

Sin embargo estamos al margen de los grandes conflictos bélicos que se están llevando a cabo en 40 sitios del mundo, algunos verdaderamente amenazadores para el futuro de la especie humana. Estamos en plena nueva guerra fría entre USA, China y Rusia. Se ha reiniciado una nueva carrera armamentística, sea en Rusia, sea en Estados Unidos con Trump, para producir armas nucleares todavía más potentes, como si las ya existentes no pudiesen destruir toda la vida del planeta.

Lo más grave es que la potencia hegemónica, Estados Unidos, se ha transformado en un estado terrorista, haciendo una guerra despiadada a todo tipo de terrorismo, exteriormente invadiendo países de Oriente Medio e interiormente cazando inmigrantes ilegales y deteniendo a sospechosos sin respetar los derechos fundamentales, como consecuencia del “Acto patriótico” impuesto por Bush Jr que suspendió el habeas corpus, acto no abolido por Obama, como había prometido.

Francisco, el obispo de Roma, al volver de Polonia dijo en el avión el 12 de julio de 2016: «hay guerra de intereses, hay guerra por dinero, hay guerra por recursos naturales, hay guerra por el dominio de los pueblos: esta es la guerra. Alguien podría pensar: está hablando de guerra de religiones. No. Todas las religiones quieren la paz. Las guerras las quieren otros. Capito?» Es una crítica directa al actual orden mundial, de acumulación ilimitada que implica una guerra contra la Tierra y la explotación de los pueblos más débiles. Todos hablan de libertad, pero sin justicia social mundial. Irónicamente se podría decir: es la libertad de las zorras libres en un gallinero de gallinas libres.

Comentaristas de la situación mundial poco mencionados en nuestra prensa hablan del peligro real de una guerra nuclear ya sea entre Rusia y Estados Unidos o entre China y Estados Unidos.

Trump, al decir del intelectual francés Bernard-Henri Lévy (O Globo 5/3/216) «es una catástrofe para Estados Unidos y para el mundo. Y también una amenaza». De Putin, en el mismo periódico, afirma: «es una amenaza explícita. Sabemos que quiere desestabilizar a Europa, acentuar la crisis de las democracias, y que apoya y financia a todos los partidos de extrema derecha. Sabemos también que en todos los lugares en que se traba una batalla entre la barbarie y la civilización, como en Siria y en Ucrania, está del lado equivocado. Ahí está una verdadera y gran amenaza».

Según Moniz Sodré en su grandioso libro El desorden mundial, Putin quiere vengarse de la humillación que Occidente y Estados Unidos infligieron a su país al final de la guerra fría. Alimenta pretensiones claramente expansionistas, no en el sentido de recuperar la antigua URSS sino los límites de la Rusia histórica. El riesgo de una confrontación nuclear con Occidente no está excluido.

Estamos perdiendo la conciencia de los llamamientos de los grandes nombres del siglo pasado, como el de Bertrand Russel y Albert Einstein del 10 de julio de 1955 y unos días después, el 15 de julio de 1955, secundado por 18 premios Nobel, entre los cuales Otto Hahn y Werner Heisenberg, afirmando: «vemos con horror que este tipo de ciencia atómica ha puesto en las manos de la humanidad el instrumento de su propia destrucción». Lo mismo afirmaron varios premios Nobel durante la Rio-92.

Si en aquel momento la situación se presentaba grave, hoy es dramática. Pues además de las armas nucleares, hay disponibles armas químicas y biológicas que también pueden diezmar la especie humana.

Algunos analistas de los conflictos mundiales suponen que el próximo paso del terrorismo ya no sería con bombas y hombres-bomba sino con armas químicas y biológicas, algunas tomadas de la reserva bélica dejada por Gadafi.

En la raíz de este sistema de violencia está el paradigma occidental de voluntad de potencia, es decir, una forma de organizar la sociedad y la relación con la naturaleza basada en la fuerza, la violencia y el sometimiento. Ese paradigma privilegia la competencia a costa de la solidaridad. En vez de hacer de los ciudadanos socios, los hace rivales.

A ese paradigma del puño cerrado se impone la mano extendida como una alianza para salvaguardar la vida; ante el poder-dominación debe prevalecer el cuidado, que pertenece a la esencia del ser humano y de todo lo viviente. O damos este paso o presenciaremos escenarios dramáticos, fruto de la irracionalidad y de la prepotencia de los jefes de Estado y de sus halcones.

DE MI ÁLBUM


LA RELIGIÓN COMO FUENTE DE UTOPÍAS SALVADORAS / Leonardo BOFF


 7/3/17

Hoy predomina la convicción de que el factor religioso es un dato del fondo utópico del ser humano. Después de que la marea crítica de la religión, hecha por Marx, Nietzsche, Freud y Popper, retrocedió, podemos decir que los críticos no han sido suficientemente críticos.

En el fondo todos ellos elaboran dentro de un equívoco: quisieron colocar la religión dentro de la razón, lo cual hace surgir todo tipo de incomprensiones. Estos críticos no se dieron cuenta de que el lugar de la religión no está en la razón, aunque posea una dimensión racional, sino en la inteligencia cordial, en el sentimiento oceánico, en esa esfera de lo humano donde surgen las utopías.

Bien decía Blaise Pascal, matemático y filósofo, en el famoso fragmento 277 de sus Pensées: «El corazón es el que siente a Dios, no la razón». Creer en Dios no es pensar en Dios sino sentir a Dios a partir de la totalidad de nuestro ser. La religión es la voz de una conciencia que se niega a aceptar el mundo tal como es, sim-bólico y dia-bólico. Ella se propone transcenderlo, proyectando visiones de un nuevo cielo y una nueva Tierra y de utopías que rasgan horizontes no vislumbrados todavía.

La antropología en general y especialmente la escuela psicoanalítica de C. G. Jung ven la experiencia religiosa surgiendo de las capas más profundas de la psique. Hoy sabemos que la estructura en grado cero del ser humano no es la razón (logos, ratio) sino la emoción y el mundo de los afectos (pathos, eros y ethos).

La investigación empírica de David Golemann con su Inteligencia emocional (1984) vino a confirmar una larga tradición filosófica que culmina en M. Meffessoli, Muniz Sodré y en mí mismo (Direitos do coração, Paulus 2016). Afirmamos ser inteligencia saturada de emociones y de afectos. En las emociones y en los afectos se elabora el universo de los valores, de la ética, de las utopías y de la religión.

De este trasfondo emerge la experiencia religiosa que subyace a toda religión institucionalizada. Según L. Wittgenstein, el factor místico y religioso nace de la capacidad de extasiarse del ser humano. «Extasiarse no puede expresarse mediante una pregunta. Por eso tampoco existe ninguna respuesta» (Schriften 3, 1969,68). El hecho de que el mundo exista es totalmente inexpresable. Para este hecho «no existen palabras, ese inexpresable se muestra; es lo místico» (Tractatus logico-philosophicus, 1962, 6, 52). Y continúa Wittgenstein: «lo místico no reside en cómo es el mundo, sino en el hecho de que el mundo existe» (Tractatus, 6,44). «Aunque hayamos respondido a todas las posibles preguntas científicas, nos damos cuenta de que nuestros problemas vitales ni siquiera han sido tocados» (Tractatus, 5,52).

«Creer en Dios», prosigue Wittgenstein, «es comprender la cuestión del sentido de la vida. Creer en Dios es afirmar que la vida tiene sentido. Sobre Dios, que está más allá de este mundo, no podemos hablar. Y sobre lo que no podemos hablar, debemos callar» (Tractatus,7).


La limitación del espíritu científico es no tener nada sobre lo que callar. Las religiones cuando hablan es siempre de forma simbólica, evocativa y autoimplicativa. Finalmente terminan en el noble silencio de Buda o usando el lenguaje del arte, de la música, de la danza, del rito.

Hoy, cansados del exceso de racionalidad, de materialismo y consumismo, estamos asistiendo a la vuelta de lo religioso y de lo místico. Pues en él se esconde lo invisible que es parte de lo visible, y que puede dar una nueva esperanza a los seres humanos.

Cabe recordar una frase del gran sociólogo y pensador, al final de su monumental obra Las formas elementales de la vida religiosa (en español 1996): «Hay algo de eterno en la religión, destinado a sobrevivir a todos los símbolos particulares». Porque sobrevive a los tiempos, la afirmación de Ernst Bloch en sus famosos tres volúmenes de El principio esperanza: «donde hay religión, hay esperanza».

Lo esencial del Cristianismo no reside en afirmar la encarnación de Dios. Otras religiones también lo han hecho. Es afirmar que la utopía (lo que no tiene lugar) se volvió eutopía (un lugar bueno). En alguien, no sólo fue vencida la muerte, lo que ya sería mucho, sino que ocurrió algo mayor: por la resurrección explotaron e implosionaron todas las virtualidades escondidas en el ser humano. Jesús de Nazaret es el “novísimo Adán”, como dice San Pablo (1Cor 15,45), el hombre oculto ahora revelado. Él es sólo el primero de muchos hermanos y hermanas; también la Humanidad, la Tierra y el propio Universo serán transfigurados para ser el Cuerpo de Dios.

Por tanto, nuestro futuro es la transfiguración del universo y de todo lo que él contiene, especialmente la vida humana, y no polvo cósmico. Tal vez sea esta nuestra gran esperanza, nuestro futuro absoluto.

DE MI ÁLBUM