martes, 28 de julio de 2015

PARA ENTENDER EL FENÓMENO DE LA CRISIS / Leonardo BOFF


            Raramente ha habido en la historia tanta acumulación de situaciones de crisis como en el momento actual. Algunas son coyunturales y superables. Otras son estructurales y exigen cambios profundos, como por ejemplo, la reforma política y tributaria brasilera. Pero hay una crisis que se presenta sistémica y que recubre toda la Tierra y la humanidad. Es una crisis ecológico-social. La percepción general es que la Tierra viva no puede continuar así como se encuentra, pues nos puede llevar a un cuadro de tragedia con desaparición de millones de vidas humanas y porciones significativas de la biodiversidad. En su encíclica sobre “el cuidado de la Casa Común” el Papa Francisco dice sin rodeos: “lo cierto es que el actual sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista” (n.61). En su peregrinación por los países más pobres de América Latina, Ecuador, Bolivia y Paraguay, el discurso de cambio estructural y la exigencia de un nuevo estilo de producir, de consumir y de habitar la Casa Común ha sido afirmado repetidamente como algo impostergable.

            La crisis sistémica es grave porque carga dentro de sí la posibilidad de destrucción de la vida sobre el planeta y eventualmente la desaparición de la especie humana. Los instrumentos ya han sido montados. Basta que surja un conflicto de mayor intensidad o un loco fundamentalista del tipo del expresidente Bush para abrir las puertas del infierno nuclear, químico o biológico hasta el punto de no quedar nadie para contar la historia. No podemos subestimar la gravedad de esta última crisis sistémica y global. La actual crisis brasilera es un pálido reflejo de la crisis mayor planetaria. Pero incluso así es desastrosa para todos, afectando especialmente a aquellos sobre cuyos hombros se colocó la carga mayor de los ajustes fiscales para salir o aliviar la crisis: los trabajadores y los jubilados. 
            Comulgamos con la esperanza del Papa Francisco: hay en el ser humano un capital de inteligencia y de medios que nos “ayudan a salir de la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo” (n.163). Y finalmente hay Alguien mayor, señor de los destinos de su creación, que es “el amante de la vida” (Sb 11,26). Él no permitirá que nos exterminemos miserablemente. 
            En este contexto cabe una profundización sobre la naturaleza de la crisis para salir de ella mejores. Desde el existencialismo, especialmente con Sören Kierkegaard, la vida es entendida como un proceso permanente de crisis y de superación de crisis. Ortega y Gasset, en un famoso ensayo de 1942 titulado Esquema de las crisis, mostró que la historia, a causa de sus rupturas y reconstrucciones, posee la estructura de crisis. Esta obedece a la siguiente lógica: (1) el orden dominante deja de tener un sentido evidente; (2) reina la duda, el escepticismo y una crítica generalizada; (3) urge una decisión que cree nuevas certezas y otro sentido, ¿cómo decidir si no se ve claro?, pero sin decisión no habrá salida; (4) pero tomada una decisión, incluso con riesgo, se abre entonces un camino nuevo y otro espacio para la libertad. Se superó la crisis. Un nuevo orden puede comenzar. 
            La crisis es purificación y oportunidad de crecimiento. No necesitamos recurrir al ideograma chino de crisis para saber ese significado. Nos basta remitirnos al sánscrito, matriz de nuestras lenguas occidentales. 
            En sánscrito, crisis viene de kir o kri que significa purificar y limpiar. De kri viene crisol, elemento con el cual limpiamos el oro de las gangas, y acrisolar que quiere decir depurar y decantar. La crisis representa un proceso crítico, de depuración de lo esencial: sólo lo verdadero y sustancial queda, lo accidental y agregado desaparece. 
            En torno y a partir de este núcleo se construye otro orden que representa la superación de la crisis. Esto se traducirá en un curso diferente de las cosas. Después, siguiendo la lógica de la crisis, este orden también entrará en crisis. Y permitirá, después de un proceso crítico de acrisolamiento y purificación, la emergencia de un nuevo orden. Y así sucesivamente, pues esa es la dinámica de la historia. 
            La crisis posee también una dimensión personal, en varias situaciones de la vida y la mayor de todas, la crisis de la muerte. La crisis posee también una dimensión cósmica que es el fin del universo que para nosotros no acaba en la muerte térmica sino en una inconmensurable explosión e implosión hacia dentro de Dios. 
            Entre tanto, todo proceso de purificación no se hace sin cortes y rupturas. De ahí la necesidad de de-cisión. La de-cisión lleva a cabo una cisión con lo anterior e inaugura lo nuevo. Aquí nos puede ayudar el sentido griego de crisis. 
            En griego krisis, crisis significa la decisión tomada por un juez o un médico. El juez pesa y sopesa los pros y los contras y el médico ausculta los varios síntomas de la enfermedad. Sobre la base de este proceso toman sus decisiones sobre el tipo de sentencia a ser emitida o sobre el tipo de enfermedad a ser combatida. Ese proceso decisorio se llama crisis. Brasil vive, desde hace siglos, demorando sus crisis por faltarles a los líderes la osadía histórica de tomar decisiones que corten con el pasado perverso. Se hacen siempre conciliaciones negociadas con el pretexto de la gobernabilidad. De esta forma se preservan sutilmente los privilegios de las élites y nuevamente las grandes mayorías son condenadas a continuar en la marginalidad social. 
            La crisis del capitalismo es notoria. Pero nunca se hacen cortes estructurales que inauguren un nuevo orden económico. Siempre se recurre a ajustes que mantienen la lógica explotadora de base, como ocurrió recientemente con Grecia. Bien dijo Platón en medio de la crisis de la cultura griega: “las cosas grandes sólo suceden en el caos y en la krisis”. Con la de-cisión, el caos y la crisis desaparecen y nace una nueva esperanza. 
            Entonces se inicia un nuevo tiempo que, esperamos, sea más integrador, más humanitario y más cuidador de la Casa Común.  
Leonardo BOFF/ 24-julio-15 

lunes, 27 de julio de 2015

EL FINAL DE UN VIAJE DE AVENTURA Y FASCINACIÓN / Carlos Manuel CALDERÓN ÁVILA









 
25 de Julio

El final de un viaje de aventura y fascinación a través de una selva tropical y volcanes activos, lagos y bosques con exuberante vegetación, extraordinarias especies de fauna y flora y una población hospitalaria y amable, terminó en Costa Rica.

Costa Rica
Es uno de los países más desarrollados de América Latina. Cuenta con un sólido y estable sistema democrático, sin problemas de agitaciones políticas y dictaduras, la lacra de los países centro y sudamericanos; sobretodo la cultura política ha alcanzado niveles civilizados.  Desde 1950 carece de un ejército profesional y el canon militar lo emplea en educación y salud. El analfabetismo de 4,2%, es el más bajo entre los países del tercer mundo, después de Cuba con sólo 3%. El 90 % de su energía lo obtiene de fuentes regenerativas. Costa Rica ha logrado combinar la protección de la naturaleza con el empleo de los recursos naturales de la selva tropical creando el turismo ecológico; el 27% de la tierra está bajo el control del Estado. Los habitantes han sido incluídos en el proyecto de la preservación de la selva tropical y de los bosques mediante una renta estatal para evitar que se vean en la necesidad de explotar los recursos de la naturaleza.

El contacto directo con la naturaleza y un cuidadoso turismo premia al visitante con la oportunidad de alojarse en medio de la selva tropical para experimentar el dinamismo de la vida en la selva. Según una encuesta a nivel mundial hecha por la encuestadora « Gallup » en diciembre de 1912, los costarricenses son los habitantes más felices de la tierra.

Costa Rica es la primera productora de los plátanos “chiquita” para la exportación, famosos en Europa. En Costa Rica hay mucho más que ver y descubrir.

El 6 de diciembre (2014), dejamos Granada con dirección a Costa Rica; después de 270 Kilómetros de  viaje, llegamos a Monteverde, una región de bosques cubiertos por niebla. La Reserva de Monteverde fue fundada en 1972 por un grupo de “Quáqueros”, una secta protestante de origen inglés que inspiró a Max Weber en 1804 su famosa obra sociológica : « El capitalismo y la ética protestante », cuya tesis es que el protestantismo es una religión de desarrollo económico mientras que el catolicismo es más humanista; su argumentación lo basa en la teología protestante sobre la “predestinación”. La Reserva Monteverde fue creada para proteger la selva tropical a lo largo de la cordillera de Tileran. Esta zona privada se encuentra entre 800 y 1,800 metros de altura y hospeda más de 2,500 especies de plantas y una gran cantidad de animales mamíferos, aves, reptiles y anfibios, como el mapache, el tapir y el oso hormiguero.  Una experiencia en un «mundo de las maravillas» en medio de exuberantes helechos, musgo y árboles gigantes. Una vivencia increíble en medio de sonidos y ruidos típicos de la selva tropical.




Continuamos hacia la Reserva Santa Elena, 25 kilómetros de Monteverde. Una verdadera aventura el caminar en lo profundo de la selva cubíerta de niebla, una separación continental entre el océano Pacífico y el Atlántico. Esta “tierra de las maravillas” es morada de más de 350 especies de pájaros, árboles gigantes como el árbol nacional de Costa Rica : el « Guanacaste » y gigantes helechos, bambús y palmas en los que crecen abundantes plantas trepadoras “Lianas” conocidas en la sierra peruana con el nombre de « bejuco ».

También viven en esta reserva biológica pumas y el « pájaro-dios » de los Mayas, el “Quetzal”. Además se puede admirar la selva de una perspectiva de los pájaros desde los elevados puentes colgantes que nos hacen descubrir una selva salvaje aún no explorada.




En el programa está una caminata de 2 horas y media en los campos de lava volcánica del volcán El Arenal a 1633 metros de altura. Aquí están las fuentes de las aguas termales.

A 120 kilómetros está el Puerto Viejo de Sarapiquí, el más importante de Costa Rica en el tiempo de la Colonia; aquí se encuentra la
Reserva de la selva Tirimbina. En una hora y media de camino se puede admirar la coherencia del sistema ecológico con la extraordinaria flora y fauna en la selva del valle del Caribe. Aquí se ha logrado intensificar el cultivo del cacao. Un guía local nos demostró el proceso de obtención del chocolate.







A 120 kilómetros encontramos el Parque Nacional Braulio Carillo. Aquí se puede constatar las consecuencias del cambio del clima en la región y la importancia que tiene el equilibrio biológico de la selva tropical.




Nuestro viaje termina en San José, la capital de Costa Rica, que se encuentra en el centro del país a 1, 200 m. sobre el nivel del mar en la meseta central; está rodeado, al norte, por una cordillera volcánica y al sur, por una poderosa cadena de cerros de más de 3,000 de altura; gracias al terreno volcánico, el cultivo de grandes extensiones de café son favorecidas. San José es una ciudad moderna y vale la pena pasear por las calles con sus boulevares, monumentos, jardines y edificios públicos como el Teatro Nacional. 








domingo, 26 de julio de 2015

DOS MEDITACIONES PARA FIESTAS PATRIAS / Juan ZEGARRA RUSSO




Zegarra Russo, formó parte de un brillante grupo de periodistas: Enrique Chirinos Soto, Arturo Salazar Larraín, Patricio Ricketts y otros. El 10 de junio de este año, 2015, ha fallecido en Lima. Estas meditaciones aparecen en La Prensa por el año 1967, a los 146 años de vida republicana, que muy bien podemos  cambiar y sostener, por 194 años, ya que en materia de libertad poco se hace para situar su existencia y recorrido  y el objetivo es trabajar y promover los valores y la identidad. Porque la libertad es resultado de la identidad del hombre como criatura, de su dignidad personal. Los derechos no son de la verdad sino de la persona. Queda mucho por hacer y lo real es que muchas virtudes  no las hemos “ni practicado siempre ni cumplido del todo”, en palabras finales del autor.

I.             Hace 146 (194) años el 28 de julio de 1821 en la Plaza Mayor de Lima, se fundó la República. La Patria misma, que no requiere ser fundada ni precisa de partida de bautismo, era mucho más antigua. Estaba latente en la  primera comunidad de hijos de esta tierra  que sintió la recíproca e indisoluble  solidaridad de la sangre, la historia y el paisaje. Nació, quizá, en la aurora de las civilizaciones primigenias, echó a andar  y hablar en las grandes culturas preincaicas, tomó conciencia de sí misma en la formidable empresa del Incario, aprendió el catecismo y las primeras letras con la colonización hispánica, experimentó en el mestizaje la profunda conmoción biológica de la adolescencia, y alcanzó la mayoría de edad, la ciudadanía plena, la capacidad jurídica de autodeterminación, ese 28 de julio de 1821.

   En la cronología de las naciones, 194 años transcurren velozmente, y el Perú es todavía un pueblo juvenil. Aun se le enfrenta, como un reto, una perspectiva vital que es virtualmente inmensa. Tendrá, una y otra vez, que adoptar decisiones esforzadas; tendrá que laborar sin tregua, para ensanchar su economía, su cultura, su fe, su paz consigo mismo; tendrá que administrar sabiamente la riqueza que así adquiera y, al mismo tiempo, administrarla generosamente para sus hijos. Si la vida, como quiere el filósofo, es un perpetuo elegir entre lo que queda aún por elegir, que cada vez es menos, el Perú –país en plena mocedad – tiene, en suma, muchas elecciones por delante.

   Pero hay una elección que ya no cabe, sin traición al menos, porque el 28 de julio de 1821 el Perú se desposó con la República. Fue esa una elección sacramental, irrevocable. Desde aquel momento  --en las palabras del prócer San Martín, sacerdote de esa alianza – el Perú era, e iba a ser, desde aquel momento y para siempre, “libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa, que Dios defiende”. Como en el matrimonio cristiano, Dios mismo fue invocado en prenda de esa unión indisoluble.

   En la República desposó el Perú a la fe en Dios, y en un orden trascendente; la creencia en la libertad y dignidad de la persona humana; la conciencia de los deberes de solidaridad y de justicia con el prójimo; la facultad de darse instituciones libres y la obligación de vivir conforme a ellas; la legitimidad de la administración y la administración del legítimo derecho; la soberanía interior del pueblo y la soberanía exterior de la nación; la libertad dentro de la ley; la fraternidad dentro de la caridad; la igualdad dentro del mérito.

   Y en el Perú desposó la República a un territorio adusto pero espléndido; un paisaje multiforme y sólo idéntico a sí mismo  --páramo de aguas, mar de arenas, bosque de rocas, cordillera de árboles – el pasado con su misterio y con su gloria; el presente con su problema y su quehacer; el futuro con su promesa y con su urgencia. Y desposó, sobre todo, la República a un pueblo esparcido a lo ancho de un millón y cuarto de kilómetros cuadrados y crecido a lo alto de más de cien generaciones; el tejedor de Paracas y el ceramista del Chimú; el escultor de Chavín y el amauta del Cusco; el artesano de Huamanga y el arriero de Arequipa; el marinero del Callao y el balsero de Puno; el obrero de Chimbote y el profesor de Lima; el pastor de Cajamarca y el comerciante de Huancayo; el minero de Pasco y el soldado de Iquitos. Y al hombre de mañana; el campesino dueño de la tierra, el trabajador dueño de un hogar, el industrial y el técnico y el escritor y el estadista dueños de una respuesta feliz para el Perú.  A un pueblo, en suma, espléndido y adusto como su territorio, multiforme y sólo idéntico a sí mismo como su paisaje; glorioso y enigmático como su pasado, perplejo y laborioso como su presente, urgente y promisorio como su porvenir.

    Que este aniversario sirva para afianzar el vínculo y para renovar el juramento consagrado ante Dios el 28 de julio de 1821.

II.            LAS SIETE VIRTUDES CAPITALES DEL PERÚ

   Tal como la propia vida humana, la historia no es sino una sucesión de opciones, hasta el momento en que nada queda ya por elegir. En ese instante, la vida humana deja de ser vida; en cualquier caso, deja definitivamente de ser humana. La historia pierde, en parecida coyuntura, “hasta el nombre de acción”, no como creía Hamlet, por un exceso de conciencia, sino por esa mutilación de la conciencia a que equivale, para todos los efectos prácticos, la privación de libertad.

   Se hallan nuestros pueblos en la inminencia de una opción que puede ser la última. Si el comunismo gana la batalla de América Latina y pone cerco final al Occidente, habrá cesado para siempre la ocasión de elegir. Habrá cesado nuestra vida histórica. Habremos de reemplazar a nuestros héroes y próceres por unos quislings, kadares o castros cualesquiera.

   El 28 de julio de 1821, en una oración quizás improvisada como el proscenio de la Plaza en que la pronunció, José de San Martín dejó expresados, mejor que en ningún otro documento, los propósitos para cumplir los cuales volvió a ser fundada esta nación: “El Perú es, desde este momento  --dijo--, libre e independiente, por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende”.

   Ante las amenazas de hoy, importa –según el ejercicio recomendado por Basadre  -- repasar esas nociones.  En ella el Perú fue definido como inventario y también como tarea; como programa al mismo tiempo como heredad.

   “El Perú es”, en primer término. El Perú, tierra amada por sí misma y por lo que el hombre edificó sobre ella; el Perú, desierto, cordillera y selva, y el Perú industria, mina y plantación, y el Perú, canal, hidroeléctrica y camino, y el Perú, ciudad, aldea, campamento. El Perú, historia amada por sus júbilos y sus dolores propios; el Perú incaico, con su señorío, su austeridad y su justicia; el Perú colonial, con su aventura, su contraste y su piedad católica; el Perú republicano, con su largueza, su infortunio y su energía; y el Perú de mañana, en que soñamos. Pero el Perú, país, y no “oblast” o comarca de un imperio; el Perú, nación, y no satrapía ni satélite.

   “Desde este momento”, en el segundo orden. Desde ese momento, y para siempre. Para permanecer  --a partir de entonces, a través de los cambios, las reformas y el progreso – como esencialmente idéntico a sí mismo y como protagonista de la historia en primera persona y nombre propio. No para desaparecer del mapa, como una república del Báltico. No para ser carne de tanque, como Hungría.

   “Libre”, en tercer lugar. Libre nación de ciudadanos libres, con libertad para expresar su fe y sus opiniones, para escoger a los depositarios del mandato, para optar entre programas y partidos, para elegir el oficio y el trabajo, para hablar gracias al propio esfuerzo un porvenir mejor para sí y para los suyos, para oír y decir, para creer y crear. No para ser víctimas de la usurpación y el despotismo, del partido único y el campo de labor forzada, de la humillación y la mordaza.

   “Independiente”, en cuarto lugar.  Para gobernarse soberanamente según su Constitución inalienable conforme al modo de vida que la tradición le traza y que la vocación del futuro le enseña a corregir. Para señorear su territorio, administrar su riqueza, su trabajo, erigir sus instituciones y dictar sus leyes. No para aceptar un dogma exótico, ni para ser la presa de un imperio lejano, bárbaro y rampante.

   “Por la voluntad general de los pueblos” en quinto lugar. Por el recurso a libres y limpias elecciones, y no por el olvido y la falsificación de esa consulta. Por el mandato de las mayorías, y no por el querer particular de un clan de conjurados o de una oligarquía de burócratas. Por el Parlamento y el sufragio, y no por Estado-policía o el cóctel Molotov.

   “Y por la justicia de su causa” en sexto orden. Justicia y no remedo de justicia; leyes y no arbitrariedad; jueces y no verdugos ni sirvientes; códigos civilizados y no lavado cerebral ni paredón. Y justicia de la causa nacional, para buscar satisfacción a los anhelos legítimos del pueblo, y no a la sed de poder del comisario ni a los caprichos del fanático del clan.

   “Que Dios defiende”, por último y en definitiva. El Perú confió a Dios la justicia de su causa y elevó al Eterno su voto más solemne, voto de fe y de amor y de esperanza. El juramento debe ser  cumplido. La confianza en Dios no puede ser alegremente traspasada a un materialismo sin alma y sin moral.

   En la concisa declaración de San Martín se proclamaron las siete virtudes capitales del Perú, los siete propósitos para cumplir y por los cuales se fundó esta Patria. En 194 años no los hemos ni practicado siempre ni cumplido del todo. Pero el Perú a cuya idea somos fieles es siempre el Perú genuino y eterno, democrático y soberano, popular, justo y católico. 

sábado, 25 de julio de 2015

VERSOS DE "EL TIEMPO Y LA ESPERA" / Pedro CASALDÁLIGA



RETORNAR PARA VIVIR

La nieve se hace presente
--recordar para vivir--
en el río, bajo el puente.

Los ojos siempre en la fuente
--retornar para vivir--
los pies sobre la corriente
/y el alto mar por venir!

SI NO HUBIERA GARZAS BLANCAS

Si no hubiera garzas blancas
tras los montes de la Muerte,
¿cómo afirmaría el alma
sus admiraciones verdes?

¿Cómo plantaría el cuerpo
sus mojones extasiados?
¿Y qué cara Te pondría,
Señor, yo, decepcionado?

viernes, 24 de julio de 2015

RELIGIÓN Y REVOLUCIÓN / Fulton SHEEN


(ESCRIBE MONSEÑOR FULTON SHEEN ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

      La Teología de la Revolución  pone de manifiesto tres puntos ciegos que impiden a muchos ver la gravedad de nuestros problemas. En el artículo previo indiqué tres razones en virtud de las cuales no se sospecha revolución: los que tienen pan no comprenden por qué se rebelan los que no lo tienen; el conglomerado amorfo de imágenes y la rápida sucesión de noticias hacen más profunda la convicción de que no puede haber permanencia en revolución; el alma moderna que niega culpabilidad no puede creer que algunas revoluciones tienen conciencia y son germinadas por las injusticias morales para con los pobres.

         Aquí consideramos cómo la religión trata de ayudar al pobre sin recurrir a la revolución.

      La primera y más corriente forma de hacerlo con donaciones de dinero a los pobres. Las iglesias hacen colectas entre sus feligreses y dan el dinero a aquellos encargados de rendir servicios a los necesitados. El peligro está en que esos fondos sean disipados a través de una docena de agencias, sin producir al final mejoramientos  de ninguna especie para el pobre. Recuerdo un libro del gran narrador norteamericano Harry Herschfield. En el frontispicio, centenares de manos alargadas. La dedicatoria decía: “A mis padres que difícilmente  pueden esperar me paguen  las regalías”. Esto es lo que sucede cuando las iglesias colectan dinero. Grupos étnicos, causas particulares, agencias sociales, organizaciones acreditadas, alargan todas las manos con el eterno estribillo: “Dame”. Lo más probable es que si se concentrara en un solo esfuerzo, como la reconstrucción de Watts, el impacto moral de un cometido religioso equivaldría al beneficio físico para los que no tienen casa y los desheredados.

         Pero, ¿no hay otra forma en que la religión podría ayudar al desafortunado? Sería en la forma de donación de tierras o de la cesión total de propiedades de la Iglesia para construir casas para los pobres. Una diócesis trató de hacerlo después de consultar con el Director de Alojamientos del gobierno de los Estados Unidos. Este prometió construir en la propiedad casas para los pobres de la raza negra. Pero el plan fracasó y por una razón que me avergüenza mencionar.

         Tierra es a veces mucho mejor que dinero. En otras partes del mundo una súplica de tierras ha promovido a los acomodados a caritativa acción. Durante diecisiete años Vinoba ha estado recorriendo la India, de villa en villa, predicando la doctrina de “ohoodan" o “donación de tierras”. No estaba pidiendo limosnas para los pobres. Quería tierras y alegaba que quienes las poseían tenían una deuda para con los necesitados. En menos de dos décadas su sinceridad y ejemplo le han atraído unos 20,000 colaboradores. Más de siete millones de acres de tierra se han dado a Vinoba para redistribución y más de 25,000 villas han pasado de propiedad privada a propiedad comunal.

         Todo esto ha sido hecho por un asceta que jamás ha viajado en automóvil y sin valerse jamás del uso de la fuerza o la violencia. Aquí está un indicio de lo que será desarrollado más tarde en la Teología de la Revolución bajo el epígrafe de sufrimiento o amor creador. Su ejemplo nos enfrenta a tres medios contemporáneos de actividad revolucionaria en relación con el pobre. Uno de ellos es el donativo en dinero, que ayuda pero a la larga resulta inefectivo. El otro es marxismo que cree en ayudar  al pobre pero poniendo todas las propiedades en manos del Estado. Pero, ¿cómo tener estas propiedades? “Por expropiación violenta”, según reza el manifiesto comunista. El tercer medio es el de Vinoba que, al compartir la pobreza de aquellos a quienes sirve, logra donaciones de tierras por medios pacíficos, no violentos.

         El método de Vinoba contrasta marcadamente con los revolucionarios que usan bombas y teas incendiarias. Al hacerlo así, desafían a un poder más fuerte y justifican que el gobierno haga uso más extenso de su poder. Los débiles cuentan con un arma propia poderosa, cuya fortaleza está forjada en sufrimiento y en disposición a sufrir más para vencer en su causa. La verdad de esto lo atestigua la guerra de Vietnam, donde un grupo pequeño, débil y determinado ha logrado vencer o al menos resistir a una de las naciones más poderosas de la tierra. Los mismos ataques del gigante han aumentado la resistencia del débil.


         Aunque la revolución se inspira en gran extensión en un sentido de impotencia, por paradoja peculiar el débil tiene su tipo peculiar de poder. Transforma al opresor, haciéndole ceder cuando la fuerza bruta fracasa. Gandhi escribió: “El gozo no dimana de la aflicción de penas de los otros, sino de las penas voluntariamente impuestas sobre uno mismo”.

jueves, 23 de julio de 2015

EL DÍA FESTIVO POR EXCELENCIA


DE "LAS MÁS BELLAS ORACIONES DEL MUNDO"

Si puedo hacer
algo bueno hoy, Si puedo servir
en el sendero de la vida,
si puedo decir algo útil
¡SEÑOR, enséñame cómo!

Si puedo corregir
a un ser humano equivocado,                    

si puedo fortalecer a alguien,
si puedo consolar con una
sonrisa o una canción,
¡SEÑOR, enséñame cómo!

Si puedo ayudar
a alguien en peligro,
Si puedo mitigar una carga,
Si puedo esparcir más
Felicidad,
¡SEÑOR, enséñame cómo!

Si puedo hacer
un acto de bondad,
Si puedo ayudar
a alguien en necesidad,
Si puedo sembrar
una semilla fructífera,
¡SEÑOR, enséñame cómo!

Si puedo alimentar
un corazón hambriento,
Si puedo empezar algo mejor,
Si puedo desempeñar
un papel más noble,
¡SEÑOR, enséñame cómo!
      Grenville Kleiser


VENTANA AL MUNDO
BRASILIA



LA PERFECTA CIUDAD CAPITAL
Por John Dos Passos

SOBRE una meseta que se alza en la inmensidad de la selva, a mil kilómetros del mar, el país más extenso de la América del Sur construye su nueva capital. Donde hace dos años reinaba la augusta soledad, se oye el golpeteo de los martillos sobre los andamiajes, el crujir de las grúas y el bufar de las excavadoras que transitan por los caminos recién abiertos. Se han embalsado tres ríos para formar el depósito que ha de surtir de aguas a la población de 500,000 almas que,  según se espera, habrá de vivir allí.

   Brasilia es la primera ciudad que se construye ad hoc para la era del avión de chorro; ciudad que tuvo una pista de 3000 metros de largo, antes que en ella hubiera edificios; ciudad sin semáforos porque no hay pasos a nivel: los cruces de calles son viaductos y pasos inferiores; ciudad donde los camiones y los automóviles de pasajeros tendrán distintas vías que los lleven directamente a los patios de estacionamiento o las plataformas de carga y descarga situados en la parte trasera de los edificios de apartamentos o del comercio, según el caso; ciudad en donde cada barrio residencial tendrá su sector comercial propio a donde se pueda ir de tiendas a pie, entre prados bajo hermosas alamedas, por sendas exclusivas para peatones; ciudad de una arquitectura pasmosamente moderna.

  Así es la capital con que han soñado los brasileños desde que su país se hizo independiente en 1822. La nueva nación quería una capital nueva; la imaginación de sus habitantes se excitaba al oír hablar de Washington, la ciudad especialmente planeada para ser capital de los Estados Unidos de América en las orillas del río Potomac. Al establecerse la monarquía constitucional, surgió el nombre de Brasilia para la futura capital. En 1891, la convención que aprobó la constitución republicana señaló una extensión de 10,000 kilómetros  cuadrados para el distrito federal: enorme rectángulo situado en el estado de Goiás, más o menos equidistante de la costa atlántica por el este y la frontera de Bolivia por el oeste. Se escogió esa región por su clima seco y templado.

   El palacio presidencial (Palacio de la Alborada ya está terminado. Se emplearon 13 meses en la construcción de ese bellísimo edificio de mármol blanco y cristal de delicados tonos, de líneas alargadas y bajas que armonizan con las luengas colinas del horizonte y que, al reflejarse en el espejo de los lagos que flanquean su entrada, semejan una bandada de cisnes que flotan mansamente.

   El plan de Brasilia es en verdad una fascinadora combinación de retórica pomposa y de obra efectiva. Sin embargo, el pueblo cree en él.
-1959-

miércoles, 22 de julio de 2015

UN ALBERGUE EN EL CAMINO, NÓMADAS DE LA VIDA / Xabier PIKAZA


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Han quedado atrás las luces de la gran Bahía de Buenos Aires, las veredas de la gran ciudad, con miles y miles de "cuadras" para recorrer.
   En ese contexto he pensado que necesitamos un albergue en el camino... Que paren los camellos de Abraham, con sus mujeres sus hijos... Que lleguen las bodas con el ángel Rafael, que cura y bendice las uniones...
   Quizá sólo necesitamos un Albergue, como decía el título de nuestro coloquio: El Cosmos, un Albergue para todos los creyentes... Una casa es quizá demasiado; más que casa fija para asentarnos en ella, el mundo entero es un albergue para seguir caminando, una posada, como decía Teresa de Jesús.
   Más que trashumantes somos nómadas, porque el trashumante vuelve cada año a los mismos pastos, retorna por un tiempo a su choza, pero el nómada no vuelve; sale sabiendo que nunca podrá refugiarse de nuevo en su punto de partida, como Abraham, en el principio (Gen 12, 1-3).
Así somos, nómadas de la vida, en busca de albergue, como Moisés y Séfora, con su hijo Gersón, en el camino de Egipto; hay que tomar una decisión pronto, aunque sea "cortando" una parte de nuestra vieja carne, como hizo Séfora, nuestra matriarca (Ex 4, 25).
   Con estas reflexiones termino por ahora mi ciclo de Ecología (con las dos imágenes de mi libro sobre la Familia en la Biblia; una familia, esa es la mejor ecología). Buen día a todos.
1. Grandeza y riesgo del hombre: animal depredador
   La vida es hermosa, exuberante: ha suscitado una abundancia casi ilimitada de especies vegetales y animales que pueblan el planeta. Pero, al mismo tiempo, ella es elitista e intolerante: miles o millones de especies han desaparecida, porque no se han adaptado o han perdido su oportunidad en el combate de la evolución. En ese plano podemos y debemos afirmar con Nietzsche que la vida no tiene “moral”, ella se eleva por encima del bien y del mal, parece movida por una inmensa “voluntad de poder”, que le hace deslizarse de un modo incesante, sin cansarse jamás, sin cesar en su empeño de seguir existiendo.
   Sobre esa base cósmica y vital han surgido los hombres, como seres capaces de una más alta tolerancia: seres distendidos, abiertos a la Presencia, capaces de dialogar entre sí y adaptarse, a través de la técnica, a las más diversas circunstancias del entorno vital (climas, trabajos, alimentos etc). Pues bien, por una paradoja que marca su historia, ellos han tendido a volverse intolerantes y violentos. En lugar de dialogar entre sí, muchos se han enfrentado desde el principio, convirtiendo su historia en proceso de lucha y opresión. En vez de humanizar el entorno, muchos se han vuelto depredadores del entorno vital. Este doble riesgo (lucha mutua y destrucción ecológica) define, en gran medida, la presencia del hombre sobre el mundo.
   Hemos interpretado el cosmos y el proceso de la vida desde una perspectiva antrópica, como si el conjunto de la realidad y, de un modo especial el despliegue de la evolución de las especies, hubiera tenido un sentido unitario, que desemboca en el hombre (en la línea de Gen 1, 28-29). Esta perspectiva nos parece en principio positiva, pero ante ella se plantean una serie de cuestiones y preguntas que estarán en el fondo de todo lo que sigue. Ciertamente, las formas de existencia del mundo se encuentran de algún modo al servicio del hombre. Pero eso no significa que ellas deban someterse a los intereses comerciales, de producción y consumo instrumental, pues existen otras formas de servicio y comunicación que son muy importantes: la búsqueda intelectual, relación amorosa, el gozo estético...
‒ Paradoja: hombre depredador, ser de comunión. El hombre no ha sido el primero en destruir especies vegetales y animales, pues lo han hecho primero (y lo siguen haciendo por necesidad) los mismos principios de la evolución de las especies; pero el hombre es capaz de destruir de un modo masivo y programado, que puede llevarnos a una gran ruptura ecológica, destruyendo del mismo equilibrio ecológico de la vida actual. Por otra parte, los vivientes anteriores son capaces de formas de vinculación y simbiosis, al servicio del conjunto, de manera que las diversas especies son interdependientes; pero sólo los hombres han podido desarrollar de manera programada, formas de convivencia superior, de altruismo y gozo, al servicio no solamente de propia especie, sino también del mismo entorno vegetal y animal.
‒ ¿Violencia necesaria? El hombre es, sin duda, un gran depredador, un viviente peligroso. Pero si hubiera quedado en un nivel puramente “animal”, como un viviente más entre los otros, habría perecido hace ya tiempo. La misma vida le ha dado inteligencia para buscar y conseguir un lugar especial sobre el planeta, poniendo de algún modo a su servicio el resto de los vivientes y de las realidades del mundo. El despliegue social de la humanidad ha introducido su gran apuesta sobre la vida del planeta: el hombre puede destruir la vida, destruyéndose a sí mismo; o puede elevar a su nivel de vida del conjunto de la tierra, introduciendo en el proceso de la evolución unos elementos nuevos de creatividad y libertad, de comunicación y gratuidad, que antes no existían.
   Esta es la pregunta: ¿Ha sido el hombre un bien para la vida sobre el mundo? ¿Podemos decir que la realidad del planeta tierra es mejor porque han surgido y dominan en ella los humanos? ¿Hubiera sido mejor que los hombres no existieran? En otros tiempos parecía evidente la respuesta, en la línea de las palabras del salmista bíblico, que cantaba admirado: “¡Señor, Dios nuestro, que grande es tu nombre en toda la tierra! Cuando contemplo el cielo, obra de tus manos...” (Sal 8). Pero muchos de los hombres y mujeres de este tiempo han perdido la admiración, han quedado con el miedo.
   Esta es la novedad humana: dentro del mundo ha surgido un viviente peculiar, capaz de asumir y dirigir su propia evolución, enfrentándose con la propia vida de su entorno, utilizando para ello palabra y culto, pensamiento y ciencia, economía y política etc. El hombre sigue siendo un ser cósmico, biológicamente frágil, inmerso en la gran trama de la evolución vital; pero, al mismo tiempo, viene a presentarse como creador, capaz de plasmar su propia identidad, en un nivel de símbolo y organización social, que ha desembocado en el sistema global de la actualidad, con sus grandes posibilidades de vida (y de muerte), es decir, de destrucción ecológica no sólo su vida sino de la vida del entorno y del mismo mundo.
   La evolución anterior (del mundo y de las especies) ha desembocado de alguna forma en el hombre: ha suscitado un viviente capaz de comunicación racional y libertad. De esa manea ha introducido en el mundo un factor de riesgo, un ser que puede enfrentarse con su propia base vital, para negarla o destruirla. Ahora empieza un nuevo camino en la historia, un proceso difícil: ¿Podrá el hombre asumir su tarea en el proceso de la evolución, como viviente en libertad, o se destruirá a sí mismo, aplastado en manos de un sistema cultural que acaba condenándole a la muerte, no sólo a él, sino a las formas de vida que han ido surgiendo en el mundo?
2. Hombre, nómada de la vida. Una lucha a muerte.
Desde ese fondo podemos volver a plantear las grandes preguntas de nuestra existencia. Nos hallamos inmersos en una travesía de vida, somos un camino en el tiempo, como peregrinos de una Presencia que se expresa por nosotros, siempre desbordante. Pero podemos negar esa Presencia convertir nuestro camino en travesía de muerte:
1. ¿Nómadas del futuro? Somos herederos de un largo proceso de vida, que hemos asumido de un modo consciente. Ahora somos nosotros los que avanzamos por ella (dentro de ella). Somos nómadas, pero en busca de una «casa de la identidad», de un hogar donde podamos descubrir nuestra verdad y ser en plenitud, como signos de la gran Presencia, en comunicación de gratuidad. Esto es lo que afirma la tradición monoteísta al afirmar que navegamos (volamos, nos van conduciendo) hacia un puerto o ciudad escatológica, donde se cumpla la esperanza de lo humano, hacia una condición de vida que la Biblia y el Corán definen como paraíso o cielo (pura Presencia universal de vida) .
2. ¿Caminos engañosos? Otros afirman que estamos condenados a seguir fatigosamente por unos caminos sin salida, que se cruzan y vuelven siempre hacia los mismos lugares anteriores engañosos, sin rumbo ni meta, hasta que un día acabemos, dejando ya de respirar por siempre. En esta perspectiva, algunos añaden simplemente que “estamos”: no vamos a ningún sitio, ni venimos de ninguna parte; nuestra vida es señal de una presencia indiferente (abierta quizá a los dioses inmortales, dominada quizá por la pura muerte), por encima de todo posible cambio, pues todos los caminos resultan al fin pura apariencia. Mirado en esta perspectiva, el tiempo no sería más que una mentira.
En este contexto definimos al hombre como ser natal y mortal: es el único viviente que sabe que ha nacido, el único que sabe que muere. Mirada en perspectiva cósmica, la muerte biológica forma parte del despliegue de la vida, pues en la cadena alimenticia (de la que hemos tratado en el apartado anterior) unos vivientes se sustentan de los otros y los nuevos individuos sólo pueden subsistir si van muriendo los antiguos. En ese aspecto, los fracasados y excluidos de esa cadena alimenticia hacen un favor a los que triunfan: sólo a través del sacrificio de los individuos y grupos menos aptos ha podido expandirse la evolución biológica.
   Mirada en ese fondo, la muerte forma parte del proceso de expansión y globalización de una vida donde los triunfadores subsisten y avanza a costa de los derrotados y “comidos”; pero, al fin, también los triunfadores perecen, en manos de una muerte democrática que se impone sobre todos. Eso lo han sabido las diversas religiones y lo han expresado de un modo simbólico, a través del rito de los sacrificios, en los que la muerte de una víctima sirve para el despliegue de la vida. En esa línea puede situarse la eucaristía cristiana.
3. El hombre, ser natal y mortal ¿Aprender a morir dando la vida?
Hasta ahora, el proceso de la Vida, asumido por los hombres de manera religiosa y racional, había conducido al surgimiento de individuos libres, capaces de asumir, transmitir y compartir la vida. Pero ese proceso puede haber entrado en una crisis que se expresa de forma especial en los dos extremos de la vida, en el nacimiento y en la muerte.
1. Este poder de nacimiento viene marcado por nuevas técnicas genéticas, que están ofreciendo a los hombres la posibilidad de regular ciertos aspectos del proceso biológico de la fecundación y de los primeros momentos despliegue del semen fecundado. Esa regulación puede ofrecer resultados muy positivos, poniéndose al servicio de la salud y de la comunicación gratuita entre los hombres, no como un sustituto del «proceso natal», sino como una ayuda para que resulte más libre, más gozoso, más humano. Pero ella puede tener unos efectos destructores para la especie en cuanto tal, es decir, para la libertad humana, haciendo que el hombre no sea ya un ser de Presencia y de Comunicación en gratuidad (persona que nace por gracia de otras personas), sino un artefacto fabricado y dirigido desde fuera de sí mismo.
2. El poder de la muerte ha estado vinculado desde antiguo a la violencia: los hombres han establecido relaciones sociales apelando al poder de matar de un modo programado (ritual y socialmente) a otros humanos. Se ha dicho que hay hombre desde que hay palabra o herramienta o enterramiento. Pero, en otro sentido, podemos afirmar que hay hombres desde el momento en que unos individuos han podido matar y han matado a otros, de un modo simbólico, para así mantenerse ellos mismos. También los animales se han matado entre sí, pero lo han hecho de un modo limitado, por necesidad puramente biológica. Los hombres, en cambio, lo han hecho de un modo religioso a través de sacrificios y guerras sagradas. Ese poder de matar era en otro tiempo muy limitado: los hombres parecían incapaces de «destruirse a sí mismos», pues vivían inmersos en una existencia desbordante, que triunfaba sobre sus debilidades. Ahora, con los inventos técnicos de la “bomba atómica” y con las diversas formas de eutanasia, descubrimos que la violencia puede destruir la vida de todos los hombres sobre este planeta viviente que es la tierra.
   Estos son, a mi entender, los dos riesgos supremos del sistema, que pueden vincularse a los “poderes” clásicos, analizados hace tiempo por S. Freud (eros y thánatos), pero que ahora parecen haber desbordado sus límites antiguos, de manera que nos están conduciendo, más allá de la modernidad racional clásica (de la ilustración europea), a un tipo de pos-modernidad, que vive bajo la amenaza de la destrucción directa de la vida humana (y de su entorno ecológico). Es aquí, en el lugar donde la ciencia puede ponerse al servicio de la muerte (por la bomba o por la manipulación genética no sólo de las plantas y animales, sino de la misma vida humana) donde se expresa el riesgo mayor para la ecología.
   Tenemos en nuestras manos dos bombas de relojería, que nos hacen sentirnos como dioses. La bomba genética podría llevarnos a la destrucción de esta especie humana, definida por la Presencia y la Comunicación vital. La bomba atómica podría llevarnos a la destrucción sin más sobre el planeta. O aprendemos a engendrar en libertad, para la vida, o acabamos destruyendo la humanidad que hemos recibido. O aprendemos a morir dando vida a los otros (en vez de matarles) o nos acabamos destruyendo para siempre, sobre este mundo que había sido creado para la existencia y el amor de los hombres.