viernes, 20 de enero de 2012

DE "LA VIOLENCIA DE LOS POBRES": LAS BIENAVENTURANZAS, por Bertrand DUCLÓS.

                                                                         LAS  BIENAVENTURANZAS
   Podríamos recordar ahora las Bienaventuranzas del Reino:
     "Bienaventurados los pobres según el espíritu": los pobres que se han unido a la masa de los pequeños en su combate por la justicia, sabiendo que ese combate es combate de Dios, y que Dios está allí con la fuerza de su amor para vivificar y sanear esta lucha. El Reino está ya abierto para todos aquellos que quieren ser más hombres liberando al mundo de las idolatrías que a la vez padecen los pobres -que a causa de elllas mueren- y los ricos - que creen vivir en elllas.

    "Bienaventurados los mansos: ellos poseerán la tierra". El pobre está constantemente abrumado y no conoce de la vida más que su apstecto de fatalidad. Nadie mejor que él aspira a la dulzura (la "mansedumbre") de la vida, a la alegría de existir. Y lo que quiere conquistar es precisamente esta dulzura, eliminando las estructuras que han transformado esta tierra en una jungla y en lugar de mala reputación.

     "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia: serán saciados". Porque más allá de los bienes de los que se ven privados -y que hablan en contra de sus detentores- buscan la verdad del signo de la riqueza compartida: la amistad y la fraternidad redescubiertas, el "tuyo" y el "mío" que se convierten en "nuestro".

     "Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia". ¿Acaso no son misericordiosos aquellos para quienes el sufrimiento de sus hermanos, este "sufrimiento inmerecido", es causa de desazón, y que se ponen en marcha para destruir las condiciones  inmediatas de la miseria? Obtendrán misericordia, igual que María Magdalena, porque han amado mucho.

       "Bienaventurados los que tienen un corazón puro". Aquellos cuyo corazón no se pierde en discusiones ni en sutilezas bizantinas; aquellos que frente a la enfermedad, el hambre y el sufrimiento, no tergiversan y se ponen del lado del perseguido y del abrumado. Pureza de corazón que ve en el hombre amenazado a aquel a quien es preciso socorrer inmediatamente. "Verán a Dios..." "Tú me reconociste".

       "Bienaventurados aquellos que son perseguidos por causa de la justicia". Aquellos que dan la vida porque han reconocido que no podían protegerse a sí mismos sin contribuir a la injusticia cometida contra los otros. Con éstos las sociedades idólatras no tienen piedad. Se muestran rebeldes al desorden establecido: con justicia les llaman los " fuera de la ley"... de la jungla. Para tranquilidad de todos, tienen que desaparecer: para que "reine el orden".

      Y la última Bienaventuranza hace descubrir el fundamento de las demás: en esta lucha contra el mal está implicado a Dios. A causa de Él  se sufre persecución, ultraje y calumnia. Porque a causa de Él  se está implicado en esta gigantesca batalla del hombre.

     Todo esto sabe aquel que vive de la fe en el Señor Jesucristo. Y esto es lo que ha de revelarles a sus compañeros de lucha que no han llegado hasta el fondo de la cuestión. El combate de los pobres es el combate de Dios que se ha unido a ellos porque son para Él los que pueden transformar el mundo. Esto está escrito en el Libro desde los orígenes de Israel. Dios le decía a su Pueblo que se acordara del tiempo en que estaba en cautividad, del tiempo en que había sabido lo que era la servidumbre y la opresión. Del tiempo también en que aspiraba a la liberación, a su resurrección. Del tiempo en que literalmente tenía una conciencia proletaria. Y esta conciencia animada por el soplo potente de Dios fue la que le proyectó con la fuerza de la esperanza hacia la tierra prometida.

      El creyente, en la misma medida en que se acuerda de sus orígenes de cautividad, se compromete en la liberación humana, signo de la liberación total de la humanidad que Dios en su designio de amor persigue. Y solamente en esta medida permanece fiel a la vez a Dios y a los hombres. Se da cuenta de que lo que hay que abolir es la dominación, de que hay que imposibilitar a toda forma de poder a que resulte nociva. Igual que su Dios que se acuerda de su Pueblo humillado; el Pueblo del que forma parte, Pueblo portador de la esperanza de salvación. "Ve a buscar al Faraón y dile que deje pasar a mi Pueblo". Hay siempre Faraones a quienes es preciso decirles esto. Y si no se convierten, el Pueblo ha de ponerse en marcha a pesar de todo, porque el designio de Dios tiene que cumplirse pese a la maldad de los hombres.-

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