SE PLANTEA entonces la cuestión de saber si no será la no-violencia la forma del combate del pobre que rehúsa la última de las alienaciones que los poderosos quisieran imponerle, la de la violencia. ¿Acaso ésta no hace entrar inevitablemente en el círculo vicioso de las violencias en serie? Y ¿acaso no destruye la violencia hasta la raíz misma del proyecto de instauración de un orden nuevo que no esté basado en la alienacación y la violencia? No podemos eludir el problema, y es preciso darle una respuesta positiva dentro de esta solidaridad que hemos aceptado.
EL FIN PROPUESTO es bueno: la liberación del mundo de los pobres. Pero ¿cuáles son los medios que hay que emplear, puesto que rechazamos la actitud pagana del fin que justifica todos los medios? ¿No-violencia o violencia? Por una parte, la no-violencia responde a una actitud evangélica. Y por otra, creemos que la violencia es un mal. Pero no ocultamos la realidad. La no-violencia es liberadora en la medida en que es una subversión de la violencia, es decir, en la medida en que se penetra como una fuerza tal, que la violencia ya no tiene nada que hacer. En definitiva, pues, cuando consigue modificar la relación de fuerzas. Para ser liberadora a nivel de las ciudades, la no-violencia exige una masa que la ponga en práctica. Que se lance a este combate. Porque la no-violencia no es resignación. Es la certidumbre de que la violencia se perderá en una masa que le oponga una voluntad tal, que necesariamente habrá de darse cuenta de lo inútil y lo injusto de sus pretensiones.
LLEGADOS A ESTE PUNTO de nuestra reflexión, hemos de preguntarnos: ¿Cuál es el cristiano que hasta ahora se ha tomado el trabajo de enseñarles esta no-violencia a los pobres? No desde lo alto de una cátedra, sino desde dentro mismo de las masas, compartiendo su destino. Hemos de reconocer que la no-violencia que se le ha querido inculcar al pobre era más bien resignación. Y este consejo, al pobre nada le valía. Mirando a la Iglesia sociológica, es evidente que no podía llegar a la conclusión de que era solidaria de sus aspiraciones. Y de todas formas, la incitación a la no-violencia debiera haberse dirigido primero a quienes le oprimían...
DE MOMENTO, nos parece que el problema se plantea así: un puñado de cristianos, en ínfima minoría, auténticamente solidarios del mundo de los pobres, tratan de ver si en conciencia pueden apoyar los movimientos de liberación que decididamente parecen optar por la violencia. Estos cristianos preferirían la no-violencia, y con razón. Pero entonces, ¿van a desolidarizarse del combate, en espera de que la Iglesia, por ejemplo, pase a la acción no-violenta? ¿Acaso no equivaldría esto a admitir que la violencia que ellos rehúsan llegara a convertirse en pura locura? Porque para hacer el pan no se puede quitar la levadura de la masa.
ENTENDÁMONOS: no estamos en favor de la violencia, pero sabemos que estamos en un mundo en el que sólo se nos va a tomar en serio si somos solidarios. No se nos puede hacer caso si sólo hablamos desde fuera. Para hablar y para ser escuchado que hay que hacerse una misma carne. Que es lo hizo Dios. Nos hallamos en un mundo que nos es dado tal cual es, y no tal como nosotros lo desearíamos para poderlo hacer evolucionar según un evangelismo pacífico; nos hallamos en un mundo de pobres del que la Iglesia está ausente, en un mundo de ricos y de poderosos también, que en cambio se ha beneficiado -¿se "ha" beneficiado?; todavía está por ver cuando acaba esto- de la complicidad histórica, activa o silenciosa de la Iglesia. Éstos son los hechos y ésta es la situación en la que debemos decir si somos solidarios de los hombres tal como son y como están, en marcha hacia su liberación. Una liberación que no han tenido más remedio que concebir por sí mismos, puesto que aquellos que habían recibido la proclamación de la paz y de la justicia de Dios han callado como muertos, o bien han estado al lado de los ricos y de los violentos.
EL AMOR al hombre en quien reconocemos al Señor nos ha hecho caer la venda de los ojos. Y por otra parte, nos hemos dado cuenta de que hay violencias y violencias. Que no es lo mismo la violencia de opresión que la violencia de liberación. El amor que ilumina los ojos de aquel que ha elegido al Señor le revela que la violencia del pobre es una violencia que le es impuesta, una violencia obligada. Y sabe perfectamente que el pobre será el primero y el que más padecerá las consecuencias de esta violencia, puesto que el orden de los poderosos jamás duda en reforzar su violencia en cuanto el "pequeño" se agita. La violencia del pobre es sacrificial. Da su sangre por una liberación común de la injusticia, por amor de sus hermanos. Es una resistencia del espíritu, un esfuerzo de la dignidad a la que no le han permitido ningún otro medio de expresarse. Se le han cerrado todos los caminos de la expresión humana, se le han negado todos los diálogos, se ha hecho caso omiso de su queja dolorosa y paciente. No queda otra solución que la negativa organizada, la voluntad deliberada de morir antes que seguir viviendo en este plan. Porque sólo los vivientes pueden morir, y los pobres son reducidos al estado de "infra-vivientes". Morir es la negación y en la revuelta es el primer signo del renacimiento del hombre oprimido. Será para él la afirmación de su existencia, de su conciencia de hombre que se niega a ser alienado por otros hombres. La violencia del pobre es el grito del espíritu que, a través de la carne ensangrentada de los hombres, proclama, afirma y pide la vida. Repetimos que la violencia del pobre es sacrificial en el sentido más profundo de la palabra: el pobre lucha por los valores constitutivos de la humanidad y que están por encima de su misma persona.
ES SACRIFICIAL también en el sentido de que va hacia el Justo sufriente, que lleva los pecados del mundo y que muere por amor a la vida. El pobre se enfrenta con estos pecados de alienación del hombre. Quiere dejar de ser objeto de alguien, y los poderosos y los ricos habrían de saber ver en esta rebelión de dignidad una llamada. Una llamada a la conversión, a abandonar los ídolos que les han inducido a menospreciar a los hombres.-
B. DUCLOS.
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