Deja la
curia, Pedro,
desmantela el
sinedrio y la muralla,
ordena que se
cambien todas las filacterias impecables
por las
palabras de vida, temblorosas.
Vamos al
huerto de las bananeras,
revestidos de
noche, a todo riesgo,
que allí el
Maestro suda la sangre de los Pobres.
La túnica
inconsútil es esta humilde carne destrozada,
el llanto de
los niños sin respuesta,
la memoria
bordada de los muertos anónimos.
Legión de
mercenarios acosan la frontera de la aurora naciente
y el César
los bendice desde su prepotencia.
en la pulcra
jofaina Pilatos se abluciona, legalista y cobarde.
El Pueblo es
sólo un “resto”,
un resto de
Esperanza.
No Lo dejemos
solo entre guardias y príncipes.
Es hora de
sudar con Su agonía,
es hora de
beber el cáliz de los Pobres
y erguir la
Cruz, desnuda de certezas,
y quebrantar
la losa –ley y sello—del sepulcro romano,
y amanecer
de Pascua.
Diles, dinos
a todos,
que siguen en
vigencia indeclinable
la gruta de
Belén,
las
Bienaventuranzas
y el Juicio
del amor dado en comida.
¡No nos
conturbes más!
Como lo amas,
ámanos,
simplemente,
de igual a igual, hermano.
Danos, con
tus sonrisas, con tus lágrimas nuevas,
el pez de la
Alegría,
el pan de la
Palabra,
las rosas del
rescoldo…
… la claridad
del horizonte libre,
El mar de
Galilea ecuménicamente abierto al Mundo.
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