(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)
Así como no todo el mundo da el visto bueno
a la tolerancia sexual que puede sugerir el “id”, así tampoco no todo el mundo
acepta la tentación del “pneuma” para reorganizar la propia vida. Pero cuando
se acepta entre los muchos efectos que podrían mencionarse nos encontraremos en
uno solo: cambio completo en el rumbo de la vida. Si, por ejemplo, tomo una
pelota y la echo a rodar, correrá en una dirección a menos que la desvíe una
fuerza superior. Así también nuestras vidas se ajustan rápidamente a surcos por
la fuerza de los hábitos. Correrán, por simple inercia, en la misma dirección
del delito, la insensibilidad, mediocridad, vaciedad, trivialidad, a menos que
un poder o fuerza exterior altere su curso.
Es ley de la naturaleza que lo bajo sea
asimilado por lo superior. Los elementos químicos son asimilados por las
plantas, las plantas por los animales y los animales por los hombres. En todas
partes hay un brote de vida. La vida baja nace con el propósito de una vida
superior. Pero hay una condición: los carbonos, fosfatos, oxígeno, nitrógeno y
otros elementos químicos jamás cuentan con el privilegio de vivir en el reino
vegetal a menos que ocurran dos cosas: las plantas han de interceptarlos,
incorporarlos en ellas mismas, y los productos químicos por su parte deben
morir en su naturaleza más baja. Es como si la yerba y los árboles y las flores
dijeran a los productos químicos: “a menos que mueran no podrán vivir en mi
reino. Han de renacer desde arriba”.
Los vegetales, a su vez, pueden incorporarse a la vida móvil sensorial
de los animales si los animales bajan hasta ella, descienden a su nivel más
bajo y los incorporan a sí mismos. A las plantas hay que arrancarlas de raíz.
Lo mismo sucede con los órdenes menores que viven en nuestros organismos; para
ser ente viviente, pensante y amante, el hombre tiene que postrarse y bajar al
estado inferior de los animales. Estos, a su vez, deben rendirse al sacrificio
del cuchillo y el fuego, cumpliendo así la ley: “A menos que mueras en ti
mismo, no podrás vivir en mi reino; debes renacer desde arriba”.
El “pneuma” o espíritu que actúa dentro de
nosotros es una presencia conminatoria, una
especie de intruso extraño, pero que a pesar de todo siempre respeta
nuestra libertad. Los animales no consultan a las plantas ni sostienen un
diálogo con ellas antes de utilizarlas como alimento.
El “pneuma” o espíritu no nos posee con
violencia; solicita quietamente, tienta y nos conduce a un desierto y nos
suplica morir y rendirnos a lo que es más bajo. Una vez que consentimos en
absorber el goce y el ímpetu del “pneuma” o espíritu, se produce una paz que el
mundo no puede dar y un deleite que sobrepasa a toso lo concebible. La mayoría
de nosotros dejamos de percibir este regocijo porque preferimos movernos en las
regiones horizontales de la monotonía en vez de en las alturas verticales donde
hay nuevos conceptos y amor más profundo. No hay una sola persona en el mundo
que no haya experimentado tanto el “id” como el “pneuma” o espíritu, aunque se
le da mayor prioridad al “id” que al “pneuma” o espíritu. Esto es así porque
incita la carne y no hace demandas sobre el “ego”.
El “id” pertenece a lo que William James ha
llamado “nacimiento único”; el “pneuma” o espíritu a lo que podría llamarse
“nacimiento doble”. Tenemos tres maneras de conocer o saber: una, a través de
los sentidos, como cuando se chocan las
manos; la segunda, en virtud de ideas abstractas y adiestramiento científico,
como la ciencia de la física. Por arriba de los sentidos y del intelecto hay
otro tipo de conocimiento que han adquirido los esposos y las esposas al cabo
de muchos años de casados; han llegado a conocerse los unos a los otros. Este
tipo de conocimiento lo da el “pneuma” o espíritu, sólo que su amor es más
intenso.
Se crea un nuevo corazón dentro de nosotros
correspondiendo al “pneuma” o espíritu. Del corazón carnoso fluye sangre hacia
el cuerpo y luego regresa a su punto de partida.
Comprendido fisiológicamente,
también el corazón es comprendido como centro de donde fluye nuestra actividad
moral y mental. De él parten nuestras características apreciables y hacia él
regresan todos nuestros buenos méritos. Pero el corazón puede ser también el
centro de depravación que corrompe todo el circuito de la vida: “De nuestro
corazón parten malos pensamientos, asesinatos, adulterio, fornicaciones, robos,
testigos falsos”.
Es imposible inducir al jovenzuelo de una
familia a que sea aseado; tiene las uñas sucias, los cabellos le cuelgan como
un matojo, las ropas arrugadas, los zapatos sin limpiar… Los padres le
suplican, le imploran, le incitan y hasta tratan de sobornarlo para que sea
limpio pero sin el menor éxito. Un día se presenta limpio, atildado y
cepillado. No tira la puerta al salir a la calle. ¿A qué se debe la diferencia?
¡Se ha enamorado de Juanita! Esta es la clave del “pneuma” o espíritu que
reorienta las vidas. Es esencialmente, amor, aunque no amor terrenal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario