miércoles, 4 de febrero de 2015

NUEVO CORAZÓN / Fulton SHEEN


(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

      Así como no todo el mundo da el visto bueno a la tolerancia sexual que puede sugerir el “id”, así tampoco no todo el mundo acepta la tentación del “pneuma” para reorganizar la propia vida. Pero cuando se acepta entre los muchos efectos que podrían mencionarse nos encontraremos en uno solo: cambio completo en el rumbo de la vida. Si, por ejemplo, tomo una pelota y la echo a rodar, correrá en una dirección a menos que la desvíe una fuerza superior. Así también nuestras vidas se ajustan rápidamente a surcos por la fuerza de los hábitos. Correrán, por simple inercia, en la misma dirección del delito, la insensibilidad, mediocridad, vaciedad, trivialidad, a menos que un poder o fuerza exterior altere su curso.
     
      Es ley de la naturaleza que lo bajo sea asimilado por lo superior. Los elementos químicos son asimilados por las plantas, las plantas por los animales y los animales por los hombres. En todas partes hay un brote de vida. La vida baja nace con el propósito de una vida superior. Pero hay una condición: los carbonos, fosfatos, oxígeno, nitrógeno y otros elementos químicos jamás cuentan con el privilegio de vivir en el reino vegetal a menos que ocurran dos cosas: las plantas han de interceptarlos, incorporarlos en ellas mismas, y los productos químicos por su parte deben morir en su naturaleza más baja. Es como si la yerba y los árboles y las flores dijeran a los productos químicos: “a menos que mueran no podrán vivir en mi reino. Han de renacer desde arriba”.

      Los vegetales, a su vez,  pueden incorporarse a la vida móvil sensorial de los animales si los animales bajan hasta ella, descienden a su nivel más bajo y los incorporan a sí mismos. A las plantas hay que arrancarlas de raíz. Lo mismo sucede con los órdenes menores que viven en nuestros organismos; para ser ente viviente, pensante y amante, el hombre tiene que postrarse y bajar al estado inferior de los animales. Estos, a su vez, deben rendirse al sacrificio del cuchillo y el fuego, cumpliendo así la ley: “A menos que mueras en ti mismo, no podrás vivir en mi reino; debes renacer desde arriba”.

      El “pneuma” o espíritu que actúa dentro de nosotros es una presencia conminatoria, una  especie de intruso extraño, pero que a pesar de todo siempre respeta nuestra libertad. Los animales no consultan a las plantas ni sostienen un diálogo con ellas antes de utilizarlas como alimento.

      El “pneuma” o espíritu no nos posee con violencia; solicita quietamente, tienta y nos conduce a un desierto y nos suplica morir y rendirnos a lo que es más bajo. Una vez que consentimos en absorber el goce y el ímpetu del “pneuma” o espíritu, se produce una paz que el mundo no puede dar y un deleite que sobrepasa a toso lo concebible. La mayoría de nosotros dejamos de percibir este regocijo porque preferimos movernos en las regiones horizontales de la monotonía en vez de en las alturas verticales donde hay nuevos conceptos y amor más profundo. No hay una sola persona en el mundo que no haya experimentado tanto el “id” como el “pneuma” o espíritu, aunque se le da mayor prioridad al “id” que al “pneuma” o espíritu. Esto es así porque incita la carne y no hace demandas sobre el “ego”.

      El “id” pertenece a lo que William James ha llamado “nacimiento único”; el “pneuma” o espíritu a lo que podría llamarse “nacimiento doble”. Tenemos tres maneras de conocer o saber: una, a través de los sentidos, como cuando se chocan  las manos; la segunda, en virtud de ideas abstractas y adiestramiento científico, como la ciencia de la física. Por arriba de los sentidos y del intelecto hay otro tipo de conocimiento que han adquirido los esposos y las esposas al cabo de muchos años de casados; han llegado a conocerse los unos a los otros. Este tipo de conocimiento lo da el “pneuma” o espíritu, sólo que su amor es más intenso.

      Se crea un nuevo corazón dentro de nosotros correspondiendo al “pneuma” o espíritu. Del corazón carnoso fluye sangre hacia el cuerpo y luego regresa a su punto de partida.

     Comprendido fisiológicamente, también el corazón es comprendido como centro de donde fluye nuestra actividad moral y mental. De él parten nuestras características apreciables y hacia él regresan todos nuestros buenos méritos. Pero el corazón puede ser también el centro de depravación que corrompe todo el circuito de la vida: “De nuestro corazón parten malos pensamientos, asesinatos, adulterio, fornicaciones, robos, testigos falsos”.

      Es imposible inducir al jovenzuelo de una familia a que sea aseado; tiene las uñas sucias, los cabellos le cuelgan como un matojo, las ropas arrugadas, los zapatos sin limpiar… Los padres le suplican, le imploran, le incitan y hasta tratan de sobornarlo para que sea limpio pero sin el menor éxito. Un día se presenta limpio, atildado y cepillado. No tira la puerta al salir a la calle. ¿A qué se debe la diferencia? ¡Se ha enamorado de Juanita! Esta es la clave del “pneuma” o espíritu que reorienta las vidas. Es esencialmente, amor, aunque no amor terrenal.

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