miércoles, 18 de febrero de 2015

VIOLENCIA / Fulton SHEEN


(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

Debido a la violencia rampante en el mundo moderno, casi trememos acudir en ayuda de un semejante como, por ejemplo, detenernos en el camino para dar una mano a un automovilista en dificultades. Muchos médicos que hoy tienen seguros por valor de medio millón de dólares han expresado temor de asistir a heridos en las carreteras, no sea que corran el riesgo de que se les demande por tratamiento erróneo.

     El horror de esta situación se comprende cuando se lee uno de los pasajes más conturbadores del libro de Boris Pasternak “Doctor Zhivago”: una conversación dentro de las ruinas de una villa rusa arrasada. “Por sobre el borde del parapeto asomó una cabeza vacilante e hirsuta; luego unos hombres y unos brazos. Alguien que trepaba hacia las piedras del camino con un cubo de agua en las manos. Al ver al Doctor, se detuvo, visible aún de la cintura para arriba. ¿Querría un sorbo de agua? Si usted no me hace daño, yo no le haré daño a usted”.

     He ahí el problema de la comunidad, el semejante, la humanidad. ¿No será una simple oferta de asistencia el temor de ser lastimados? ¿No nos hará sentir solitarios la misma oferta de asistencia?

     Al desaparecer Cristo de la faz del mundo, el hombre se convierte en lobo para sus propios semejantes. Queda la comunidad destruida. La verdadera comunidad existe cuando cada uno reconoce lo que Dios ha hecho por él. Pero ¿y si el otro no reconoce a Cristo?   ¿Qué hacer? Debemos amarle en el nombre de Cristo. En esto está el sentido de “ama a tus enemigos”.

     Jamás podremos considerar como hermanos a nuestros semejantes a menos que reconozcamos a Dios como Nuestro Padre. El verdadero cristiano ve en la Encarnación de Nuestro Señor proyectada sobre cada necesidad humana: “Estuve preso y me visitaste”, “tuve hambre y me diste de comer”. Tóquese a cualquier ser humano del mundo y se tocará a una persona por la cual murió Cristo aún cuando la persona no lo sepa.

    Ha de ser evidente que compartir el bienestar económico no nos hace hermanos pero convertirnos en hermanos nos hace compartir nuestro bienestar económico. Los primeros cristianos no fueron una sola cosa por haber mancomunado sus riquezas; mancomunaros sus riquezas porque eran cristianos.

     La verdadera inspiración de confraternidad no es ley sino amor. Las leyes son negativas: “No harás…”. El amor es positivo: “Ama a Dios y ama a tu semejante”. Las leyes dictan moderación; el amor es generoso. El día del Juicio Final, cuando venga Él a juzgarnos a todos según nuestras obras, será la caridad hacia Dios y hacia nuestros semejantes lo que determinará nuestra salvación. Hasta la consumación del tiempo, Cristo pasará por el mundo oculto tras la facha del necesitado, del pobre y del oprimido.


     Todas las explicaciones modernas que se dan para la existencia del mal y de la violencia distan mucho de acercarse a la realidad. Los biólogos nos dicen que el mal se debe a un descenso en el proceso de la evolución pero, si el progreso es inevitable, ¿por qué aumentan la violencia y las guerras? Los sociólogos arguyen que el mal y la violencia se deben a los “Ismos”; nazismo, comunismo, etc. Pero, ¿cómo el mundo habría podido adoptar sistemas malévolos si las mentes no fueran terreno abonado para su desarrollo? Como el mal y la violencia son universales, ¿No habrán de deberse a la quiebra de una ley moral universal? ¿No está el mundo en desajuste por la misma razón en que lo estamos nosotros, es decir, por no haber hecho lo que ha debido hacerse? Una vez que las personas comiencen a darse cuenta de que el mundo está en el estado en que está por haberse quebrantado la ley moral de Dios, se habrán dado los primeros pasos en la correcta dirección. Las discordias y los odios que hoy existen en el mundo sólo pueden ser abolidos por el amor de Dios.

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