‘RICOS’ Y
‘POBRES’
(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)
¿Existe algo en el mundo que deje de ser
nuestro en el mismo instante de demostrar que es nuestro? Si presentamos un
título de propiedad, los tribunales reconocerán que la propiedad es nuestra.
Mas, de qué cosa nos desposeemos cuando reconocemos su posesión? Nuestra
culpabilidad. En tanto la escondamos, actuemos como si no fuera nuestra,
culpemos a Edipo, Electra o la leche en mal estado, seguirá siendo parte de
nosotros. Sí, en verdad, negamos haber hecho alguna vez algo malo o si desoímos
la voz de la conciencia, con ello sólo conseguiremos esconder unos cuantos
esqueletos en el armario de la subconsciencia. Ocultar el áspid bajo la camisa,
como lo hizo el muchacho de la vieja leyenda, conduce a provocar una mordida
venenosa que se habría podido evitar con arrojar el áspid lejos de sí.
Nada forma tanto parte de nosotros como
aquello que queremos ocultar. Incontables son las conciencias que se echan en
sofás para que se les absuelva su culpabilidad con explicaciones. Las
racionalizaciones y justificaciones son entierros, no borrón y cuenta nueva. No
todas, pero muchas de las sicosis y neurosis son manifestaciones superficiales
de la renuencia a decirse pecador. Lady Macbeth se lavaba las manos cada cuarto
de hora cuando lo que debió lavarse fue su corazón. Repudiaba la culpabilidad
del crimen, mas este continuaba manifestándose, no sólo rasgando su conciencia
sino dando lugar a un desequilibrio mental. En el terreno de la economía lo que
se repudia deja de ser nuestro; pero en el terreno de la moralidad lo que se
repudia se convierte en doblemente nuestro. Se hace pegajoso, sucio y se
adhiere a nosotros como esos polvos que usa la policía para atrapar ladrones;
cuando se lavan se tornan color púrpura.
Cuando hay confesión de culpa, todo sufre
alteración en el orden ético. Cuando lleva uno al Señor una talega rellena de
pecados y le dice: “Esto es mío; perdóname, hasta la talega desaparece. Lo que
llevo como propio deja de ser mío; una posesión que se convierte en cosa
desposeída. El perdón divino es destrucción del título de propiedad y
cancelación de la hipoteca; deuda que se paga y se olvida. Cuando cierta
prostituta se arrodilló a los pies del Señor, derramando lágrimas como las
primeras gotas caldeadas de una lluvia de verano, escuchó de los Divinos Labios
que su deuda quedaba cancelada. Pero el anfitrión que, sentado a su mesa, vio los pecados de ella y
no los propios, echó sobre su conciencia carga doble. El fariseo que se fue a
orar a las puertas del templo, exaltó sus virtudes; el colector de impuestos en
la parte posterior examinó sus faltas. El primero regresó a su casa con mayor
pesadez en el alma por su acto de adulación; el segundo, más feliz, por su acto
de autocondenación.
En este último caso, ¿no son el
reconocimiento de la culpabilidad y el perdón de la misma dos caras del mismo
amor? Del lado de la conciencia, amor doliente que clama por el Amor herido;
del lado Divino, Amor que absorbe la culpa, pero a un precio exorbitante pagado
con monedas del Calvario, y la hace no existente. “Quedan perdonados tus
pecados” es un eco; un eco de la súplica; “Ten piedad de mí, Señor, que soy
pecador”.
Muchos son los que cantan en el baño tal vez
alegres por el disfrute de la purificación física; pero no hay canción más
plena de gozo que la que se entona a raíz de una absolución y de un perdón. Las
barras carcelarias que uno mismo forja, son derribadas por el Otro que se da
por entero al encarcelado.
Se nota hoy una nueva actitud en los
millones que se creen inmaculadamente concebidos y que creen vivir
inmaculadamente. La actitud pasada consistía en buscar racionalización para
quien negara la existencia del pecado o culpabilidad.
La nueva actitud no anda a la caza de jerga
científica para desratizar las crías de víboras internas; mira hacia dentro.
Las expresiones que hoy se escuchan más corrientemente son “Tengo limpia la
conciencia”, “No he hecho nada malo”, “Subjetivamente tengo razón”, “Jamás me
he reprochado de algo que haya hecho”. Esto resulta más barato que lo anterior
puesto que no hace falta pagar honorarios a “racionalizadores: y es tan
efectivo puesto que pone al criminal en
el banquillo y entrona al “ego” como dictador: “Lo que digo que está bien, está
bien”. Resulta interesante notar que tales “subjetivistas” y egoístas son los
que con mayor celeridad recurren a las drogas o al alcohol para consolar sus
almas solitarias. ¿No han de ser felices por derecho propio los “puros”, los
“honestos”, los “buenos” y los “santos”? Si sus conciencias son tan impolutas,
¿cómo es que buscan refugio en sus subconsciencias? Si no han asaltado un
banco, ¿por qué huyen de la policía?
Así, el mundo está dividido entre los ricos
y los pobres. Los “ricos” son los que tienen grandes posesiones: “posesiones”
que les agobian: su culpabilidad. Los “pobres” son los que han sido desposeídos
de sus pecados, haciéndoles frente y haciéndoselos perdonar. Aún sigue siendo
cierto aquello de “bienaventurados los pobres de espíritu…”
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