miércoles, 11 de febrero de 2015

'RICOS Y POBRES' : Fulton SHEEN

‘RICOS’ Y ‘POBRES’ 

(ESPECIAL PARA LA PRENSA EN LIMA)

   ¿Existe algo en el mundo que deje de ser nuestro en el mismo instante de demostrar que es nuestro? Si presentamos un título de propiedad, los tribunales reconocerán que la propiedad es nuestra. Mas, de qué cosa nos desposeemos cuando reconocemos su posesión? Nuestra culpabilidad. En tanto la escondamos, actuemos como si no fuera nuestra, culpemos a Edipo, Electra o la leche en mal estado, seguirá siendo parte de nosotros. Sí, en verdad, negamos haber hecho alguna vez algo malo o si desoímos la voz de la conciencia, con ello sólo conseguiremos esconder unos cuantos esqueletos en el armario de la subconsciencia. Ocultar el áspid bajo la camisa, como lo hizo el muchacho de la vieja leyenda, conduce a provocar una mordida venenosa que se habría podido evitar con arrojar el áspid lejos de sí.

   Nada forma tanto parte de nosotros como aquello que queremos ocultar. Incontables son las conciencias que se echan en sofás para que se les absuelva su culpabilidad con explicaciones. Las racionalizaciones y justificaciones son entierros, no borrón y cuenta nueva. No todas, pero muchas de las sicosis y neurosis son manifestaciones superficiales de la renuencia a decirse pecador. Lady Macbeth se lavaba las manos cada cuarto de hora cuando lo que debió lavarse fue su corazón. Repudiaba la culpabilidad del crimen, mas este continuaba manifestándose, no sólo rasgando su conciencia sino dando lugar a un desequilibrio mental. En el terreno de la economía lo que se repudia deja de ser nuestro; pero en el terreno de la moralidad lo que se repudia se convierte en doblemente nuestro. Se hace pegajoso, sucio y se adhiere a nosotros como esos polvos que usa la policía para atrapar ladrones; cuando se lavan se tornan color púrpura.

   Cuando hay confesión de culpa, todo sufre alteración en el orden ético. Cuando lleva uno al Señor una talega rellena de pecados y le dice: “Esto es mío; perdóname, hasta la talega desaparece. Lo que llevo como propio deja de ser mío; una posesión que se convierte en cosa desposeída. El perdón divino es destrucción del título de propiedad y cancelación de la hipoteca; deuda que se paga y se olvida. Cuando cierta prostituta se arrodilló a los pies del Señor, derramando lágrimas como las primeras gotas caldeadas de una lluvia de verano, escuchó de los Divinos Labios que su deuda quedaba cancelada. Pero el anfitrión que,  sentado a su mesa, vio los pecados de ella y no los propios, echó sobre su conciencia carga doble. El fariseo que se fue a orar a las puertas del templo, exaltó sus virtudes; el colector de impuestos en la parte posterior examinó sus faltas. El primero regresó a su casa con mayor pesadez en el alma por su acto de adulación; el segundo, más feliz, por su acto de autocondenación.

   En este último caso, ¿no son el reconocimiento de la culpabilidad y el perdón de la misma dos caras del mismo amor? Del lado de la conciencia, amor doliente que clama por el Amor herido; del lado Divino, Amor que absorbe la culpa, pero a un precio exorbitante pagado con monedas del Calvario, y la hace no existente. “Quedan perdonados tus pecados” es un eco; un eco de la súplica; “Ten piedad de mí, Señor, que soy pecador”.

   Muchos son los que cantan en el baño tal vez alegres por el disfrute de la purificación física; pero no hay canción más plena de gozo que la que se entona a raíz de una absolución y de un perdón. Las barras carcelarias que uno mismo forja, son derribadas por el Otro que se da por entero al encarcelado.

   Se nota hoy una nueva actitud en los millones que se creen inmaculadamente concebidos y que creen vivir inmaculadamente. La actitud pasada consistía en buscar racionalización para quien negara la existencia del pecado o culpabilidad.

   La nueva actitud no anda a la caza de jerga científica para desratizar las crías de víboras internas; mira hacia dentro. Las expresiones que hoy se escuchan más corrientemente son “Tengo limpia la conciencia”, “No he hecho nada malo”, “Subjetivamente tengo razón”, “Jamás me he reprochado de algo que haya hecho”. Esto resulta más barato que lo anterior puesto que no hace falta pagar honorarios a “racionalizadores: y es tan efectivo puesto que pone al criminal  en el banquillo y entrona al “ego” como dictador: “Lo que digo que está bien, está bien”. Resulta interesante notar que tales “subjetivistas” y egoístas son los que con mayor celeridad recurren a las drogas o al alcohol para consolar sus almas solitarias. ¿No han de ser felices por derecho propio los “puros”, los “honestos”, los “buenos” y los “santos”? Si sus conciencias son tan impolutas, ¿cómo es que buscan refugio en sus subconsciencias? Si no han asaltado un banco, ¿por qué huyen de la policía?

   Así, el mundo está dividido entre los ricos y los pobres. Los “ricos” son los que tienen grandes posesiones: “posesiones” que les agobian: su culpabilidad. Los “pobres” son los que han sido desposeídos de sus pecados, haciéndoles frente y haciéndoselos perdonar. Aún sigue siendo cierto aquello de “bienaventurados los pobres de espíritu…”

  

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