EL VERDADERO lenguaje del joven es la energía; su discurso más elocuente, la acción. Mala juventud es aquella que no tenga un corazón siempre abierto hacia los nobles llamados, su frente alerta para comprender los grandes problemas, sus puños cerrados para defender cualquier noble empresa.
Educarla en la quietud es prepararla para la insensibilidad y orientarla hacia la cobardía.
Mediante la acción, el pensamiento se convierte en hecho. Ella es el esfuerzo con que logramos imponerla o, de otro modo, los medios de su realización.
Siempre se han estimado más los hechos que las palabras, pero nunca como en nuestro tiempo, y es porque la época, fuertemente intelectualista, ha caído un poco en la pereza de las ideas sin aplicación. Nos pasa lo que a Perseo, según Platón (Banquete), de quien los dioses dudaron, porque siendo buen tañedor de cítara parecía demasiado blando para morir por quien amaba. Se conversa más de lo que se hace; se piensa más de lo que se logra. Y sin quitarle importancia al pensamiento, es evidente que él solo no basta a modificar las cosas; un conjunto de hombres resueltos ha valido, muchas veces, algo más que una colección de filósofos y de literatos.
Hay una suerte de intelectualismo que reniega de la miseria, de los delitos, de la desocupación, del libertinaje, pero al cual no convendrá pedirle auxilio sin temor a vernos rechazados. Julien Benda, protestará en una de sus obras más difundidas y pedirá que abandonen la serena atmósfera del pensamiento puro para descender a la plaza pública... Pero Curzio Malaparte, mucho antes que el escritor francés, arremetió contra el olimpismo literario, definiéndose como un hombre menos amigo de la idea que de la acción. "Yo soy de esos -dijo- que tienen en menosprecio la fuerza, el valor, la violencia, la ferocidad y quisieran que los hombres de fe y de acción cediesen el paso a los intelectuales", con lo cual se ponía de parte de los que animan con pasión sus ideas y las llevan al seno de la multitud.
Entre nosotros, la palabra fue acción; los hombres que escribieron, actuaron. Actuó Sarmiento, inspirado por las propias polémicas de pluma; Alberdi, tan claro para concebir, que deja ver, sin esfuerzos, al realizador; Mitre, que, según una frase afortunada, hizo la historia y después la escribió. Pero esas figuras han pasado y los llamados a substituirlas, o se desentienden de la acción o la abrazan como furiosos improvisadores que creen que ésta sólo consiste en atropellar las circunstancias.
Ni pensamiento aislado, sombrío y lujoso; ni acción desordenada, directa o fanática. La gran aspiración del joven debe ser pensar con valentía y obrar resueltamente. No negar su concurso, sino ofrecerlo generosamente a los mil problemas que le aguardan por el camino para pedirle una solución y comprometer su esfuerzo.
¡Bella alma la que sepa templar la cítara por un amor y después ofrecerle su vida; que tenga tiempo para meditar sobre las verdades fundamentales y se mezcle con las pequeñas preocupaciones de la multitud; que cante al arador su poema y al mismo tiempo sepa guiar la reja sobre la tierra adormecida; que busque el secreto de la ciencia y piense que hay una humanidad que aguarda afuera del laboratorio! ¡Ella habrá aportado a los hombres la acción de sus sueños y el ensueño de su acción!
-- Alberto CASAL CASTEL.
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