jueves, 28 de junio de 2012

DE "NORMAS DE VIDA": ORIENTACIÓN, Alberto CASAL CASTEL.

                                                    CHESTERTON -cuyo fino humorístico no le ha vedado ser sentencioso muchas veces - ha dicho en el prólogo de sus "Heréticas": "Creemos que una patrona debe tener más en cuenta al tantear un huésped, cuál es su filosofía, que su sueldo; lo propio pensamos de un general a quien debe importar más conocer la filosofía de sus enemigos que su número". Los posaderos que recibían sonrientes a Don Quijote, ¿comprendieron antes que nosotros  su quijotismo? ¿La audacia de Milcíades en Maratón, no nacía del previo convencimiento de que un hombre libre vale más que cien esclavos juntos?

   Recibid a un escéptico que no crea en nada, ni en el honor, ni en la honradez, ni en los compromisos, ni en la amistad, ni en las deudas, y ese hombre pondrá en práctica su escepticismo; acoged al cristiano que proyecta sus actos desde la fe, respeta su palabra, procede con rectitud y considera las cosas con seriedad; sus acciones estarán de acuerdo con su manera de pensar.

   Lo mismo ocurre en la guerra, donde no basta  la máquina militar poderosa y los recursos múltiples, sino el entusiasmo, la causa que agrupa a los ejércitos, ese lado divino que provocara la admiración de Edgard  Quinet y que obliga a un pueblo pequeño a agrandarse en el patriotismo; así como a una nación fuerte, movida por el interés de la expansión injusta, a disolverse en la desordenada fuga de la derrota. La vida tiene algo de guerra y de pensión: luchamos hasta el final, sobre un mundo prestado y somos, al mismo tiempo que huéspedes en su mesón de tránsito, generales al frente de la legión de nuestros actos en busca de la victoria definitiva.

   Por eso, lo primero que hay que hacer es concebir una filosofía, comprenderla y ponerla en marcha. No basta la disciplina; es menester tener una orientación. Dicho de otra manera, la orientación. Dicho de otra manera, la orientación consiste en saber qué nos interesa y hacia dónde vamos.

   El joven que no la posea desde temprano estará siempre comenzando, vivirá en la inseguridad, correrá el albur de perder todo lo que hace, porque a una afición seguirá otra, a la pasión antigua la nueva, y entre bruscos entusiasmos surtidos por la falta de fe, vagará sin rumbo, deteniéndose aquí y allá, vida a traviesa. Será hoy pintor, para mañana componérselas de comediante, mudando pincel por máscara, o alternará ambos oficios sin arraigo definitivo en ninguno.

   La falta de orientación está indicando, a menudo, falta de carácter.

   Es claro que no se puede pedir a todos que pongan proa a un ideal y que lo sigan sin sufrir desvío en la derrota: las borrascas de la vida suelen rechazar el bajel, golpear los flancos, romper las antenas y a menudo lo llevan, de recalada forzosa, a otros puertos. Pero el buen marino aguardará la marea alta y el viento propicio para hacerse a la mar tras el logro de sus inquietudes.
  
  Lo grave no es el accidente, la postergación o el rechazo cuando no provienen de la adversidad, sino la inconstancia y el olvido, la muda de gustos y las alternativas en el pensamiento.
   
   El que tiene una orientación tiene un estilo y la vida sin estilo es vulgar, maleable, pobre, presta a ser llevada y traída por las circunstancias.

   El espíritu sumamente modificable de los que no han hallado un sendero definitivo, no se dará entero ni se jugará por una causa; y hay que casarse con las ideas para que estas prolíficas, recojan nuestra sangre y la trasmitan en el fluir de las generaciones.

   Abomino de esa masa gris, inerte y tornadiza que no sabe sacrificarse por sus convicciones, pero más todavía abomino de los jóvenes indolentes que se suman a ella, porque no han querido abrazar una causa y convertirla en pendón de sus luchas.

   ¡Cuánta importancia cobra, a nuestra vista, el joven que resueltamente se lanza a la batalla de la vida!¡Cómo respetamos al hombre que se define y permanece leal a sus convencimientos! ¡Qué admiración nos provoca el sabio substrayéndose al ambiente banal, a la popularidad y al aplauso, para perseguir con firme y sostenida entereza un descubrimiento! ¡Qué modelo hermoso ese del hombre público invariable que no claudica en sus sistemas y que cae abrazado a su bandera!

   Pero las juventudes de hoy son poco felices. Han nacido en épocas obscuras, confusas, dominadas por el afán material y desvanecidas de ideales. Al ingresar a la pronaos de la lucha, mira a su alrededor, observa una muchedumbre de caminos -algunos fáciles y tranquilos que conducen a la mediocridad; otros más empinados y ariscos que llevan al renombre- ; pregunta cuál habrá de seguir, no viendo sino en la lejanía cumbres gloriosas, y que opta por los primeros.

   Pronto halla triste el paisaje, inaguantable la soledad, vacío el horizonte. Desorientada regresa al punto de partida, mientras va dejando en los breñales el entusiasmo de la magnífica aventura y las energías mejores, para no sentir sino el sofocón de la marcha inútil y el polvo del escepticismo ilavable.

   La falta de orientación se resuelve, generalmente, en vacío espiritual. Cuando la duda cala el hueso, agobia la actitud; fallan los principios, las reservas de la voluntad flaquean, no hay nada que nos conmueva ni nada que sea digno de un culto; el acto pierde su importancia, la forma da en sus relieves de una frialdad perfecta otras tantas impresiones de la hueca ineditez del fondo.

   Los viejos nautas pusieron su proa en la estrella distante para descubrir lontananzas de un prestigio magnífico y fantástico; los jóvenes deben hacer lo mismo, al zarpar sobre el mundo, si quieren descubrir nuevas tierras a la esperanza.
                                       -- Alberto CASAL CASTEL.

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