ERA EL AÑO 1942. Desde el Berghof, en los Alpes
Bávaros, Adolfo Hitler podía contemplar una Europa
que le pertenecía.
Del océano Atlántico a los confines occidentales de
Asia, de los fiordos noruegos a las arenas de Libia,
sus ejércitos dominaban a más de 300 millones de
personas.
Había puesto los cimientos del "Reich de los mil años",
del cual se enorgullecía increíblemente el Fuhrer.
Pero a más de 2000 kilómetros de ese reducto,
en la estepa rusa, el poderío alemán iniciaba su
declinación.
Era Stalingrado, teatro de la batalla más sangrienta
de la segunda guerra mundial.
Al preparar este relato exclusivo para el Reader´s
Digest, WILLIAM CRAIG pasó cinco años hablando
con centenares de hombres y mujeres que
sobrevivieron al holocausto.
Es una descarnada crónica de brutalidad y valor,
y de la última locura diabólica de Hitler.
(Lo condensado)
LA BATALLA DE STALINGRADO había concluido."Esto se ha acabado", dijo a manera de saludo el joven teniente Fyodor Yelchenko, al desdichado mariscal de campo Friedrich von Paulus el 30 de enero del 44...
En cinco meses de lucha el 99 por ciento de la ciudad quedó reducido a escombros. Más de 41,000 viviendas, 300 fábricas, 113 hospitales y escuelas estaban en ruinas. Pero el precio en vidas humanas fue mucho más alto, pues aquella batalla es la más cruenta de la historia: allí murieron cerca de dos millones de personas, entre hombres y mujeres.
Las bajas del Ejército Rojo fueron 750,000 contando muertos, heridos y desaparecidos; las de los alemanes, aproximadamente 400,000. Los italianos perdieron más de 130,000 hombres; los rumanos y húngaros casi 320,000 entre ambos.
En cuanto a los civiles, un rápido censo reveló que de más de 500,000 habitantes que había en el verano anterior, quedaron apenas 1,500. La mayoría murió en los primeros días del ataque o huyó de la ciudad para refugiarse temporalmente en Asia. Nadie sabía en realidad cuantos civiles murieron, pero los cálculos resultan aterradores.
El porcentaje mayor de bajas de los soldados del Eje no se produjo en combate. Al rendirse el Sexto ejército, los rusos hicieron más de 500,000 prisioneros -alemanes, italianos, húngaros y rumanos - de los cuales murieron 400,000 durante los meses de febrero, marzo y abril de 1943. En muchos casos, los soviéticos los dejaron perecer de hambre.
Después de Stalingrado los rusos marcharon inconteniblemente hacia el oeste, derechos a Berlín, y el premio de su tenacidad para abrirse paso penosamente hasta el centro de Alemania aún se palpa en nuestros días. La Unión Soviética inició en el Volga el ascenso a su actual categoría de superpotencia.
Para los alemanes, Stalingrado fue el episodio más descorazonador de la guerra. El pesimismo comenzó a adueñarse de la mente de quienes gritaban Sieg Heil en las concentraciones de masas de Hitler, y comenzó a esfumarse el mito del genio militar del Führer. Stalingrado fue el comienzo del fin del Tercer Reich.
(Lo novedoso por el buen precedente asentado).
El día de fin de año se relajó un tanto la disciplina
en el remozado ejército 62, y a lo largo de la
ribera del Volga varios jefes soviéticos celebraron
fiestas en honor de los actores, los músicos y las
bailarinas que vistaban a Stalingrado para
entretener a las tropas.
Uno de los ejecutantes, el violinista Majail
Goldstein, prefirió ir a las trincheras del frente
para obsequiar a los soldados con un recital.
Goldstein jamás había visto un campo de
batalla como el de Stalingrado: era una ciudad
destruida en su totalidad por las bombas;
esparcidos entre los escombros había centenares
de esqueletos de caballos que el enemigo hambriento
había dejado limpios. Profundamente emocionado,
Goldstein tocó como nunca, hora tras hora, para un
público que, a ojos vista, se deleitaba con aquella
música. Y aunque el gobierno soviético había
prohibido la interpretación de obras de compositores
alemanes, Goldstein dudaba que algún comisario
protestara por ello la víspera del año nuevo.
La música que tocaba se infiltraba por los
altavoces hasta las trincheras alemanas...,
y de pronto cesó el fuego.
Cuando terminó su actuación el violinista,
hubo un profundo silencio en las filas rusas.
Entonces, procedentes de un altavoz situado
en las trincheras alemanas, unas palabras en
ruso mal pronunciado rasgaron la quietud:
"Toquen más de Bach. No dispararemos".
Empuñando el violín, Goldstein procedió a
tocar una animada gavota de Bach.
Febrero-1974. SELECCIONES.
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