viernes, 8 de junio de 2012

RALPH BUNCHE, PALADÍN DE LA CONCORDIA INTERNACIONAL. Por Lester PEARSON.

Este norteamericano de raza negra, luchador infatigable en pro de la paz, emprendió también una guerra personal contra el odio y la intolerancia.
                                                    CUANDO LAS NACIONES UNIDAS, tras las guerra de 1948 entre árabes e israelíes, concertaron una precaria suspensión de hostilidades, Ralph Bunche, negro norteamericano relativamente desconocido, se vio repentinamente en el centro de un peligroso conflicto internacional. Prestado por el Departamento de Estado de su país a las Naciones Unidas, se pidió a aquel especialista en asuntos africanos, de 44 años, que conciliara los seculares odios árabe-israelíes y negociara un armisticio oficial. Incluso en las Naciones Unidas la mayoría de nosotros de decíamos sin ambages que se trataba de una misión imposible.

   Pero no contábamos con que aquella persona era una de las más abnegadas, decididas, compasivas y obstinadas que he conocido. Bunche, fornido hombre de raza negra, de voz suave y mirada bondadosa, convocó a las conversaciones de la tregua en la isla griega de Rodas, donde se vio ante unos negociadores árabes e israelíes que al principio no estaban dispuestos ni siquiera a dirigirse la palabra. Entre ruegos y halagos, desplegando mucha paciencia y durmiendo un mínimo de horas, Bunche presidió acerbos e interminables debates, uno de los cuales duró 20 horas seguidas, sin perder jamás la confianza. "Estoy dispuesto a quedarme aquí tanto como ustedes", decía a los contrincantes, "¡aunque tardemos diez años!"

   Una y otra vez se interrumpieron las negociaciones, pero Bunche, con paciencia y astucia, sabía encontrar la manera de resolver las cuestiones más espinosas. Una vez, por ejemplo, en que tanto Egipto como Israel pedían que quedase bajo su soberanía la ciudad de El Auja, Ralph propuso que se declarase zona neutral, administrada por las Naciones Unidas. Ambas partes se opusieron vehementemente, como él esperaba: los egipcios, porque alegaban haber capturado El Auja, lo que no era cierto, y los israelíes porque la tenían en su poder. Después de esperar a que los antagonistas se desfogaran a sus anchas, Bunche descubrió su verdadero plan, que consistía en establecer una zona desmilitarizada que no perteneciese a ninguno de los bandos y que, rodeada de territorio israelí, estuviera "gobernada" simbólicamente por un egipcio. La idea fue aceptada rápidamente, puesto que así ninguna de las dos partes perdía prestigio. Después de constantes negociaciones y regateos de esta índole, se firmó por fin el armisticio. Lo "imposible" se había logrado exactamente  en 81 días.

   Todo el mundo se quedó estupefacto, pero Bunche no se mostró sorprendido. Aun antes de iniciarse las negociaciones había adquirido placas de cerámica con la inscripción "Conversaciones de Rodas para el armisticio", ya que se proponía regalárselas a todos los delegados durante la ceremonia de la firma. Cuando un israelí le preguntó qué habría hecho si hubieran fracasado las conversaciones, Bunche sonrió y dijo: "¡Les habría roto a ustedes las placas en la cabeza!"

   El armisticio fue, además de una hazaña cumbre de la diplomacia, por la que le concedieron a Bunche el premio Nobel de la Paz de 1950, un buen ejemplo de su inconmovible fe en el hombre. En cierta ocasión declaró: "Hay muchas personas en el mundo -blancos y negros- que yo querría como parientes lejanos y mucho menos como hermanos". Pero en los 12 años que fui representante del Canadá ante las Naciones Unidas, jamás vi que Ralph Bunche desesperara de la honradez básica de la humanidad ni del futuro del mundo, por sombrío que pareciese en aquellos momentos. A pesar de las dificultades con que tropezaba por ser negro, que bien podrían haberlo convertido en un individuo amargado y cínico, Bunche fue, como dijo Richard Nixon, "uno de los más grandes artífices de la paz en nuestra época".

   Un mediador con "prejuicios". Conocía Ralph Bunche en 1944, cuando yo era embajador del Canadá en Washington y él se acababa de convertir en el primer negro con un cargo importante en el Departamento de Estado del gobierno norteamericano. Nuestra larga amistad se inició con el descubrimiento mutuo de la pasión que ambos sentíamos por el deporte. algún tiempo después, cuando ya estábamos en las Naciones Unidas (él llegó ser Subsecretario General), lo vi una tarde escuchando muy atentamente lo que parecía ser un debate de la Asamblea General de la Organización, aunque yo sabía perfectamente que sus auriculares no estaban conectados con la cabina de los intérpretes sino con una emisora de radio que narraba el campeonato mundial de béisbol, de lo que tuve conocimiento porque me iba comunicando los resultados.

   Desde su oficina, situada en el piso 38 de la Secretaría de las Naciones Unidas en Manhattan, Bunche contemplaba nuestro imperfecto mundo a la luz de los "prejuicios" que confesaba tener. "Son muy arraigados mis prejuicios contra el odio y la intolerancia", decía, "prejuicios contra la guerra, y en favor de la paz. También tengo el prejuicio de creer que no hay ningún problema insoluble en la esfera de las relaciones humanas".

   Aunque siempre afirmaba que su color no tenía nada que ver con su tarea de pacificador, quizá en realidad haya sido éste un factor clave, ya que en su calidad de negro norteamericano lleno de tolerancia, sabiduría y experiencia, se mostraba accesible a los hombres y a las ideas de todas las tendencias. Y, al mismo tiempo que su vida de negro lo había endurecido personalmente, también le había dado una comprensión generosa e intuitiva de los sentimientos ajenos.

   Durante la guerra civil de Nigeria, por ejemplo, tres estudiantes de Biafra invadieron un día su oficina de las Naciones Unidas, la tomaron pacíficamente, e iniciaron un acto de manifestantes "sentados". Los guardias de seguridad acudieron inmediatamente para expulsarlos, pero Ralph no permitió que se les hiciese ninguna violencia. "Yo he hecho también estas cosas", dijo Bunche, que algunas veces había tomado parte en manifestaciones en favor de los derechos civiles", "por lo que ustedes pueden considerarse como en su casa. Pero permítanme que yo haga mi trabajo". Y, después de ordenar que trajeran algo de comer a los hambrientos disidentes, comenzó con toda calma a dictar cartas, a hablar por teléfono y a hacer su labor de todos los días. Horas más tarde los tres intrusos abandonaron finalmente la oficina de la manera más pacífica. "Son buenos muchachos", dijo Bunche después. "Se preocupan por la situación en que vivimos".

   Ralph, que tenía una increíble capacidad de trabajo, también se preocupaba por la situación. Era el primero en llegar a la oficina todas las mañanas y, por regla general, el último en salir; no era raro que permaneciera allí hasta las 3 de la madrugada para recibir los cables procedentes de misiones lejanas. En momentos de crisis solía permanecer en su puesto hasta 48 horas seguidas, desarrollando un ritmo de trabajo que parecía imposible para un ser humano. Una madrugada dictaba un informe para un período extraordinario de sesiones del Consejo de Seguridad; su secretaria estaba tan fatigada que se desmayó. Ralph, solícitamente, la colocó en una butaca, le hizo beber una copa de coñac e inmediatamente después le siguió dictando.

   Orgullo y prejuicio. Ralph Johnson Bunche nació en 1904 y, al quedarse huérfano en 1917, fue a vivir con su abuela materna, la señora Lucy Johnson, mujer diminuta que tenía un fiero orgullo de raza. "Siempre debes mantener  tu dignidad y el respeto de ti mismo", le predicaba. "No dejes jamás que nadie te humille". Gracias a sus desvelos, Ralph siguió un severo programa de estudios. "Mi nieto ha de ir a la universidad", afirmaba ella, "y tiene que prepararse".

   El joven lo hizo cumplidamente. Ganó una beca en la Universidad de California, en Los Ángeles, obtuvo las más altas notas en sus cursos, jugó en tres equipos de baloncesto de primera categoría, se pagó sus estudios desempeñando humildes cargos de portero y tapicero a jornada parcial, y se graduó con la mención magna cum laude. Fue el primer negro norteamericano que obtuvo un doctorado en ciencias políticas por la Universidad de Harvard, y posteriormente fue nombrado profesor de la Universidad Howard de Washington para negros. Se casó con una de sus primeras discípulas, Ruth Harris.

   En 1940 Bunche trabajó en el estudio monumental que dirigió Gunnar Myrdal, sociólogo sueco, acerca del negro norteamericano, titulado An American Dilemma.Cierta vez lo expulsaron de una ciudad sureña por hacer preguntas a los blancos acerca de las relaciones sexuales interraciales y en otra ocasión estuvo a punto de ser linchado.

   Aun con esas experiencias, Bunche era demasiado magnánimo e inteligente para sentirse amargado. En su alto puesto se convirtió en la mano derecha de los primeros tres secretarios generales de las Naciones Unidas, Trygve Lie, Dag Hammarskjöld y U Thant; este último dijo de él que era "una institución internacional por derecho propio". Además fue consejero espiritual oficioso de muchos empleados de las Naciones Unidas. En una ocasión hizo esperar en la antesala al embajador Adlai Stevenson, porque se hallaba ocupado en resolver los problemas personales de una mecanógrafa que le había pedido consejo.

   Las fuerzas de la paz. Una y otra vez Ralph Bunche tuvo que ir a los puntos de más graves tensiones del mundo. Después de la guerra de Palestina de 1948, estalló en 1956 el conflicto de Suez, en el que Inglaterra y Francia apoyaron la invasión de Egipto por Israel con el propósito oficial de "estabilizar" la frontera entre ambos países, pero en realidad, se decía, para restablecer el control internacional del Canal de Suez. En un período de sesiones de emergencia de la Asamblea General, reunida en Nueva York, Ralph halló el mejor planteamiento del problema: "Tenemos que encontrar un procedimiento pacífico para que salgan de Egipto los ingleses y los franceses". Lo que yo propuse en aquella ocasión y aceptó la Asamblea General fue la creación de la Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas para garantizar el cese de hostilidades y servir como amortiguador entre Israel y Egipto. La idea no era totalmente original, ya que el propio Ralph había pedido en una ocasión anterior al consejo de Seguridad el nombramiento de observadores internacionales para que vigilasen la suspensión de hostilidades que se concertó en 1948. Pero lo que no pudo hacerse entonces era ya aceptable desde el punto de vista político, en parte porque ofrecía al Reino Unido y a Francia una salida honrosa del espinoso conflicto.

   En todo caso, aunque con frecuencia se ha dicho que yo fui el creador de la Fuerza de Emergencia, el éxito de ésta en el mantenimiento de la paz durante más de diez años se debió en gran medida al secretario general Dag Hammarskjöld y a Ralph Bunche, que contribuyó a organizar el contingente de 6000 hombres reclutados en diez países y supervisó cada una de sus acciones hasta que fue retirado en 1967, en vísperas de la guerra de los seis días. La labor de la Fuerza de Emergencia de las Naciones Unidas constituyó para Ralph la hazaña más satisfactoria de su vida. "Por vez primera", manifestó en una ocasión, "hemos hallado el modo de utilizar a los militares para la paz, y no para la guerra".

   En 1960 volvió a emplear fuerzas armadas de igual modo cuando, después de conquistar su independencia, el antiguo Congo belga se hundió en una terrible guerra civil que estuvo a punto de causar un gravísimo conflicto entre los Estado Unidos y la Unión Soviética. En aquella ocasión Bunche no solamente dirigió un ejército de las Naciones Unidas de 20,000 hombres, sino que también puso en marcha un programa de asistencia técnica de la Organización internacional. Aun antes de que se diera fin a las operaciones de pacificación del congo, Bunche tuvo que ir a otros lugares en conflicto. En realidad la mayor fuerza de las Naciones Unidas parecía ser el gran respeto que tenían por él las partes contendientes en casi todos los casos, ya se tratase de Chipre, del Yemen o de cualquier otro país. Cuando dijo un alto funcionario paquistaní en el curso del conflicto de Cachemira de 1965: "Creemos que los hindúes pueden cometer cualquier traición, pero ellos confían en Bunche, y nosotros también confiamos en él".

   La última misión. Aunque su carácter de funcionario internacional le prohibía toda intervención en la política interna de los Estados Unidos, Bunche jamás eludió el espinoso tema de los derechos civiles. Durante 22 años fue director de la Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, contribuyó a crear la comisión Nacional contra la Discriminación en la Vivienda y defendió la causa de la armonía racial virtualmente en todos sus discursos.

   "Merced a su propio ejemplo", decía el director ejecutivo de la comisión citada, Roy Wilkins, "Ralph Bunche hizo tanto como el que más en pro de la causa de los negros en Norteamérica".

   Pero Ralph jamás se mostró excesivamente sensible en las cuestiones raciales. Una vez que una mujer, engañada por su clara piel, le preguntó si quería que una de sus hijas se casase con un negro, él contestó con toda honradez: "Bueno, no cualquier negro" Pero no se andaba por las ramas cuando se trataba de atacar los verdaderos prejuicios raciales. Cuando él y su hijo no fueron aceptados en el Club de Tenis del West Side de Nueva York, en el que sólo había blancos, Bunche planteó la cuestión como un problema público. Aunque posteriormente se le presentaron excusas y se le ofreció la admisión en el Club, no la aceptó, por estimar que hacían esto solamente a causa de su prestigio personal.

   En 1968 y 1969, aunque sufría de una diabetes que lo había casi ciego, Ralph llevó a cabo importantes negociaciones secretas para obtener la independencia de la isla de Bahrein en el golfo Pérsico, protectorado británico muy rico en pozos de petróleo del que hacía tiempo deseaba apoderarse Irán. al principio todo marchó bien, hasta que los naturales de la isla comenzaron a sentir temor a comprometerse en un acuerdo oficial en Ginebra, previendo que irán quisiera apoderarse de Bahrein una vez que salieran de allí los ingleses.
  
   "Alguien tiene que ir a darles seguridades", dijo Ralph a sus preocupados colegas de las Naciones Unidas, "y esa persona bien puedo ser yo". Sin pensarlo más, tomó el avión a Ginebra. Iba ya gravemente enfermo; prometió en persona a os naturales de Bahrein que serían realmente libres. Para ellos la palabra de Bunche era garantía suficiente.

   Tal fue su última misión. Cuando murió en 1971 los periódicos de todo el mundo dijeron que Ralph Bunche había honrado a su raza. Y así fue, Ralph Bunche honró a la raza constituida por toda la humanidad.-
                                        -- Lester PEARSON.*
* Pearson ganó el premio Nobel de la Paz de 1957. Jefe liberal de su país (Canadá), fue Primer Ministro de 1963 a 1968.

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