¿ BEETHOVEN, EL MAESTRO CLÁSICO, COMPONIENDO CANCIONES
POPULARES ESCOCESAS ?
SÍ. Y NO FUE EL ÚNICO COMPOSITOR INSPIRADO POR LA MÚSICA FOLKLÓRICA.
Alguien dijo una vez que cuando has tocado una vez una
canción popular, lo único que puedes hacer es tocarla otra vez. Fuese quien
fuese, el caso es que puso el dedo en la llaga. Todo compositor de una sinfonía
debe situar los temas en conflicto o en contraste unos con otros,
desarrollarlos y encastrarlos en una superestructura satisfactoria. Todo esto
se hace por medio del sistema de claves menor/mayor, que puede generar
poderosas tensiones y atracciones entre temas y grupos de temas. No obstante,
muchas canciones folklóricas utilizan escalas que no son mayores ni menores.
Para hacer una sinfonía basada en estos temas hay que distorsionarlos
embutiéndoles en una clave que no casa con ellos o bien cargar con una sinfonía
de la que estén ausentes esas importantes tensiones y atracciones.
Además, en la esencia misma de las canciones populares está
el que sean estructuras muy simples y
repetitivas. Los compositores sinfónicos escriben tonadas susceptibles de ser
desarrolladas y transformadas ; el compositor anónimo de temas folklóricos, por
su parte, tiene como objetivo la memorización y repetición. Un verso de una
canción folklórica se puede cantar en unos pocos segundos, pero es una obra de
arte completa. Convertir una canción folklórica en una sinfonía es como tratar
de hacer una novela a partir de un soneto.
Después de todo no
son tan malas. Beethoven hizo arreglos de al menos doscientos temas
populares escoceses, irlandeses y galeses para el editor George Thompson, de
Edimburgo. Lo hizo por dinero y era un trabajo que menospreciaba, pero pronto
empezó a respetar las melodías que Thompson le enviaba. Sobre todo los temas
folklóricos escoceses, decía, “tiene más valor del que suelen tener estas
cosas” por su propia simplicidad. Se puede oír lo que aprendió de estas
melodías en su ciclo de canciones An die
ferme Gelibte y en algunos pasajes de su últimos cuartetos para cuerdas,
donde busca una simplicidad de formas muy directa y presenta algo muy parecido
a temas folklóricos. Pero rara vez utiliza canciones folklóricas reales en una
obra de concierto, y cuando lo hace las trata con respeto, sin tratar de
desarrollarlas ni de encastrarlas en estructuras inadecuadas.
Un siglo más tarde Bartók, recopilando canciones folklóricas
con el patriótico propósito de dar voz propia a su país y porque pensaba que
Liszt había malinterpretado el folklore húngaro (la mayor parte de las
“melodías típicas húngaras” de Liszt son temas zíngaros recogidos en los
restaurantes de Budapest), las estudiaba con más detalle que Beethoven e hizo
dos descubrimientos : en primer lugar, que muchas de esas “simples” melodías
campesinas estaban hechas con tanta belleza y sutileza que no dudaba en
llamarlas obras maestras dignas de estar a la altura de una fuga de Bach o una
sonata de Mozart ; y en segundo lugar, que aunque ninguna de ellas utilizaba la
escala menor ni la mayor, las escalas que utilizaban se encontraban muy
próximas a las que estaban siendo
exploradas por compositores occidentales tan avanzados como Debussy y Ravel.
En Inglaterra, y más o menos en la misma época, Ralph
Vaughan Williams hacía un descubrimiento no menos revelador : conocía canciones
folklóricas en ediciones impresas, pero la primera vez que oyó “en directo”
este tipo de música (el 4 de diciembre de 1903, cuando Charles Pottipher de
Ingrave, en Essex, le cantó “Bushes and Briars”) experimentó la sensación de
que “la conocía de toda la vida”.
Y en cierto sentido era así : lo que le condujo en una
dirección tan fructífera como la de Bartók fue la asombrosa similitud entre
estas melodías y la gran música religiosa de la era Tudor. “Bushes and Briars”,
cantada con los mismos valores de notas y con la letra en latín, suena
exactamente igual que las melodías de canto llano de John Taverner y
Christopher Tye utilizaban como base para sus misas. Siendo así, resulta que
ambos componían misas basándose en canciones populares ; podían hacerlo porque
todavía no se había desarrollado el sistema de claves mayores y menores ; el
sistema de modos de su época tenía mucho en común con las escalas utilizadas en
la música folklórica.
De bellota a roble.
Bartók hizo algunos arreglos de canciones folklóricas para
divulgarlas, pero rara vez las utilizaba en sus composiciones. Vaughan Williams
sí lo hizo, pero no muy a menudo. Estaban descubriendo lo que Mikhail Glinka
había aprendido por experiencia setenta años antes : quería desesperadamente
componer música con un carácter ruso plenamente identificable (hasta principios
del XIX Rusia no contaba con compositores de conciertos u óperas de entidad), y
naturalmente se dirigió hacia los temas folklóricos en los que había crecido,
tratando de componer una sinfonía basada en este material. No funcionó, por
supuesto,, pero Glinka se dio cuenta enseguida de que los músicos folklóricos
tenían su propia forma de lidiar con el problema que Constant Lambert había
definido. En su propia música, Glinka trató de imitar la forma en la que los
músicos populares rusos variaban y ornamentaban constantemente las melodías,
cambiando los acentos y alterando las frases a discreción. El resultado fue su
fantasía orquestal Kamarinskaya, de
la que Tchaikovsky dijo que era “la bellota de la que creció el roble de la
música rusa”. La forma en que están construidas las canciones populares rusas
(y otras) basándose en unas pocas notas, su flexibilidad rítmica y el uso de
escalas diferentes de la mayor y de la menor fueron características que
tuvieron gran influencia más tarde en la música de Stravinsky.
No debe extrañar, pues, que los compositores actuales estén
haciendo descubrimientos similares : lo único “simple” que hay en una melodía
popular es su franqueza y que utiliza “sus” escalas tan sutilmente como
Beethoven utilizaba la mayor y la menor, o con tanta inventiva como
Schoenberg utilizando sus series de notas. Y el mejor de ellos (Judith Weir,
por ejemplo) no está simplemente utilizando música folklórica para convertir su
melodía en música moderna. Como Bartók y Vaughan Williams, como Glinka y
Stravinsky, están enriqueciendo su propio lenguaje con el contacto con otro que
tiene raíces muy profundas y que combina simplicidad con complejidad.
AUDIOCLÁSICA.
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