miércoles, 26 de septiembre de 2012

¿ LUDWIG VAN BEETHOVEN ?


¿ BEETHOVEN, EL MAESTRO CLÁSICO, COMPONIENDO CANCIONES POPULARES ESCOCESAS ?
SÍ. Y NO FUE EL ÚNICO COMPOSITOR INSPIRADO POR LA MÚSICA FOLKLÓRICA.
                                               Alguien dijo una vez que cuando has tocado una vez una canción popular, lo único que puedes hacer es tocarla otra vez. Fuese quien fuese, el caso es que puso el dedo en la llaga. Todo compositor de una sinfonía debe situar los temas en conflicto o en contraste unos con otros, desarrollarlos y encastrarlos en una superestructura satisfactoria. Todo esto se hace por medio del sistema de claves menor/mayor, que puede generar poderosas tensiones y atracciones entre temas y grupos de temas. No obstante, muchas canciones folklóricas utilizan escalas que no son mayores ni menores. Para hacer una sinfonía basada en estos temas hay que distorsionarlos embutiéndoles en una clave que no casa con ellos o bien cargar con una sinfonía de la que estén ausentes esas importantes tensiones y atracciones.

Además, en la esencia misma de las canciones populares está el que sean estructuras    muy simples y repetitivas. Los compositores sinfónicos escriben tonadas susceptibles de ser desarrolladas y transformadas ; el compositor anónimo de temas folklóricos, por su parte, tiene como objetivo la memorización y repetición. Un verso de una canción folklórica se puede cantar en unos pocos segundos, pero es una obra de arte completa. Convertir una canción folklórica en una sinfonía es como tratar de hacer una novela a partir de un soneto.

Después de todo no son tan malas. Beethoven hizo arreglos de al menos doscientos temas populares escoceses, irlandeses y galeses para el editor George Thompson, de Edimburgo. Lo hizo por dinero y era un trabajo que menospreciaba, pero pronto empezó a respetar las melodías que Thompson le enviaba. Sobre todo los temas folklóricos escoceses, decía, “tiene más valor del que suelen tener estas cosas” por su propia simplicidad. Se puede oír lo que aprendió de estas melodías en su ciclo de canciones An die ferme Gelibte y en algunos pasajes de su últimos cuartetos para cuerdas, donde busca una simplicidad de formas muy directa y presenta algo muy parecido a temas folklóricos. Pero rara vez utiliza canciones folklóricas reales en una obra de concierto, y cuando lo hace las trata con respeto, sin tratar de desarrollarlas ni de encastrarlas en estructuras inadecuadas.

Un siglo más tarde Bartók, recopilando canciones folklóricas con el patriótico propósito de dar voz propia a su país y porque pensaba que Liszt había malinterpretado el folklore húngaro (la mayor parte de las “melodías típicas húngaras” de Liszt son temas zíngaros recogidos en los restaurantes de Budapest), las estudiaba con más detalle que Beethoven e hizo dos descubrimientos : en primer lugar, que muchas de esas “simples” melodías campesinas estaban hechas con tanta belleza y sutileza que no dudaba en llamarlas obras maestras dignas de estar a la altura de una fuga de Bach o una sonata de Mozart ; y en segundo lugar, que aunque ninguna de ellas utilizaba la escala menor ni la mayor, las escalas que utilizaban se encontraban muy próximas a las que estaban  siendo exploradas por compositores occidentales tan avanzados como Debussy y Ravel.

En Inglaterra, y más o menos en la misma época, Ralph Vaughan Williams hacía un descubrimiento no menos revelador : conocía canciones folklóricas en ediciones impresas, pero la primera vez que oyó “en directo” este tipo de música (el 4 de diciembre de 1903, cuando Charles Pottipher de Ingrave, en Essex, le cantó “Bushes and Briars”) experimentó la sensación de que “la conocía de toda la vida”.

Y en cierto sentido era así : lo que le condujo en una dirección tan fructífera como la de Bartók fue la asombrosa similitud entre estas melodías y la gran música religiosa de la era Tudor. “Bushes and Briars”, cantada con los mismos valores de notas y con la letra en latín, suena exactamente igual que las melodías de canto llano de John Taverner y Christopher Tye utilizaban como base para sus misas. Siendo así, resulta que ambos componían misas basándose en canciones populares ; podían hacerlo porque todavía no se había desarrollado el sistema de claves mayores y menores ; el sistema de modos de su época tenía mucho en común con las escalas utilizadas en la música folklórica.

De bellota a roble.
Bartók hizo algunos arreglos de canciones folklóricas para divulgarlas, pero rara vez las utilizaba en sus composiciones. Vaughan Williams sí lo hizo, pero no muy a menudo. Estaban descubriendo lo que Mikhail Glinka había aprendido por experiencia setenta años antes : quería desesperadamente componer música con un carácter ruso plenamente identificable (hasta principios del XIX Rusia no contaba con compositores de conciertos u óperas de entidad), y naturalmente se dirigió hacia los temas folklóricos en los que había crecido, tratando de componer una sinfonía basada en este material. No funcionó, por supuesto,, pero Glinka se dio cuenta enseguida de que los músicos folklóricos tenían su propia forma de lidiar con el problema que Constant Lambert había definido. En su propia música, Glinka trató de imitar la forma en la que los músicos populares rusos variaban y ornamentaban constantemente las melodías, cambiando los acentos y alterando las frases a discreción. El resultado fue su fantasía orquestal Kamarinskaya, de la que Tchaikovsky dijo que era “la bellota de la que creció el roble de la música rusa”. La forma en que están construidas las canciones populares rusas (y otras) basándose en unas pocas notas, su flexibilidad rítmica y el uso de escalas diferentes de la mayor y de la menor fueron características que tuvieron gran influencia más tarde en la música de Stravinsky.

No debe extrañar, pues, que los compositores actuales estén haciendo descubrimientos similares : lo único “simple” que hay en una melodía popular es su franqueza y que utiliza “sus” escalas tan sutilmente como Beethoven utilizaba la mayor y la menor, o con tanta inventiva como Schoenberg utilizando sus series de notas. Y el mejor de ellos (Judith Weir, por ejemplo) no está simplemente utilizando música folklórica para convertir su melodía en música moderna. Como Bartók y Vaughan Williams, como Glinka y Stravinsky, están enriqueciendo su propio lenguaje con el contacto con otro que tiene raíces muy profundas y que combina simplicidad con complejidad.
AUDIOCLÁSICA.

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