EL ALMA cruza senderos diversos, variados, distintos ; fáciles o
tortuosos, pero senderos o caminos al fin. A veces éstos se alumbran por
estrellas, que con su brillante titilar conducen al destino soñado y añorado.
Es así como el alma privilegiada conoce la esperada felicidad, que conlleva
alegría y paz.
Algunas veces el alma recorre caminos insondables, cubiertos de
nubarrones, espinas, abrojos que dificultan mantenerse en la ruta y la hacen
tortuosa, ajena a todo lo anhelado. El alma se confunde ; se llena de dudas,
pesimismo, y es así como la cubre la tristeza y el dolor.
Cuando el alma solitaria marcha por el sendero y divisa diversas rutas
que la vida le presenta se desorienta, siente miedo y temor, que conllevan
dolor: el dolor de soledad ; es ahí, cuando al alma no le queda más norte ni
refugio, que acudir al cielo y clamar a Dios.
El alma en cuyo sendero encuentra a Dios, sabe apreciar el candor de una
rosa, la alegría de un rojo clavel, la modestia de una tierna violeta, el rico
perfume de una diamela. Un alma así, aún estando sola, se yergue como un largo
cartucho y se torna como un pequeño, pero oloroso jazmín.
Entonces, toda el alma se vuelve una amorosa madreselva y con todas las
flores que encontró en su corto camino, o en su largo sendero, aprendió a
decir: ¡Sólo Dios! ¡Sólo Dios!
Un alma asida de la mano de Dios y envuelta en su amor se cultiva como
bella flor que esparce semilla en ese campo que se llama educación, logrando
que se reproduzcan nuevas flores, las cuales se tornarán un ramo hermoso, el
que se presentará en grande humildad, al Cristo de nuestra fe, al Hijo de Dios.
-- María Julia LUNA TIRADO.
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