sábado, 13 de octubre de 2012

EL MISTERIO DE LA SEXUALIDAD. Por Jean GUITTON.



Es obligación de maestros y padres de familia proceder con profundo respeto, delicadeza y cautela, al tratar de explicar el misterio de la sexualidad.
Por Jean GUITON.
                                            Hace mucho tiempo, en Lyonn, el director del Lycée du Parc me ordenó que diera una serie de lecciones de moral a la clase que entonces iba a ingresar en la Academia Militar de Saint-Cyr. Medité en los elementos del problema, y la solución que encontré consistió en anunciar a los estudiantes que dictaría yo un curso acerca de la sexualidad en que “lo diría todo”. Los futuros cadetes me escucharon en silencio, con atención y buena voluntad. Treinta años después me topé con algunos jefes del ejército francés cuyo único recuerdo de su escuela era aquel curso mío. Debo añadir que me apliqué en la preparación de tan difícil tema, pues quise que mis conferencias fueran sólidamente informativas, bien razonadas y expuestas con sentido común.

   Lo que entonces expliqué me sigue pareciendo ahora tan valedero como en aquel tiempo, e incluso más oportuno. Y es esto : cuando hemos desplegado a la luz del día  el mecanismo de la sexualidad, cuando creemos haberlo estudiado en todos sus detalles, nos falta aún mucho camino por recorrer ; quedan muchísimos aspectos sin describir. Porque en esta materia la técnica es inútil si no revela el significado profundo del misterio. Y saber cómo llega al óvulo el espermatozoide, cómo podemos facilitar, retardar o impedir este encuentro, no nos enseña nada del único misterio que en este ámbito nos importa justificar, comprender y vivir : el del amor humano que debe rodear a un acto común a hombres y animales.

   Es allí donde tocamos el meollo de la cuestión. Lo más importante no estriba en la simple trasmisión de un conocimiento, sino en la iniciación en el misterio.
   ¿ Cuál es ese  misterio ? El de creación de vida en este mundo. ¡ Con cuánto respeto, con qué cautela y delicadeza hemos de proceder al tratar esos asuntos ! Conozco a un adolescente que,  tras revelarle alguien en términos crudos y sin preámbulos la historia de su origen, me confesó turbado : “Es muy penoso para mí pensar que mis padres…” Y quiero decir a mi manera lo que este muchacho expresó tan francamente:  ¿ Cómo explicar que yo, con la infinitud que alienta en  mi ser, con esa entidad indestructible que llamo mi persona, haya venido a este universo como consecuencia de un encuentro fortuito, de un impulso, de un azar, de un fenómeno glandular ?

   He aquí el enigma de nuestra presencia en este mundo : o absurdo acaso, necesidad inexorable, o bien acaso previsión amorosa, reflexiva y eterna. Tenemos que elegir una de estas explicaciones. Y por no saber elegir la verdadera, nosotros, en nuestra calidad de padres de familia y maestros, no podemos trasmitir a los hijos de los hombres lo que nosotros mismos ignoramos de nuestra naturaleza humana.

   No profanemos este misterio ; tal es nuestro deber elemental. Sin duda la instrucción es necesaria para evitar que el conocimiento se cuele furtivamente por la puerta falsa.
¿ Pero quién no advierte, quién no siente que esta enseñanza no se puede dar a todo el mundo en igual forma, como si se tratara de enseñar la síntesis del oxígeno con el hidrógeno ? Una verdad aprendida prematuramente por un ser que se está formando, una verdad mal asimilada, mezclada con otras verdades, constituye a veces un error que perturba y desorienta a los jóvenes. La sexualidad humana no es un simple fenómeno fisiológico, como la respiración o la digestión ; al ocuparnos de ella nos adentramos en la frontera entre la carne y el espíritu ; en esa región llena  de esplendores y de tinieblas donde nace el amor, donde se forman las familias, donde se entretejen las pasiones y se traman las alegrías “para bien o para mal”.

   El árbol de la vida custodiado por ángeles flamígeros no es el de la ciencia pura. En este punto, más que en ningún otro, podemos afirmar, dando una nueva resonancia a lo que hace mucho habíamos dicho : resulta vano el conocimiento que no nos enseña a amar mejor.
-Jean  GUITTON

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